Es sorprendente notar qué tipo de amalgama existe entre la
degradación y la tristeza. Esa tristeza que nos hace pensar de
qué manera se regresa indemne a los momentos previos a tanta
decadencia si es que hay, realmente, pasaje de regreso.
Había una vez un pueblo como tantos pueblos que comenzó a
alterarse cuando una Sombra apareció tan sigilosamente como
ameritaba la situación del momento. Esa cosa considerada
espantosa porque de verdad lo era, daba señales de un
renacimiento inminente, ya para ser sinceros, nunca había
desaparecido del todo, apenas se encontraba replegada. Solía
aparecer con distintas formas, utilizando disfraces varios, cosa
posible gracias a la ignorancia promovida y asumida, nutriente
principal para su pervivencia.
En etapas anteriores del mundo, siendo persona inclasificable
por no poder insertarse dentro de especie alguna, la que se
convirtió en figura espectral con el transcurso de los años,
tuvo en jaque a la humanidad cumpliendo una tarea aberrante,
pero necesaria, para quienes pensaban que era imprescindible
demorar el avance de escuadrones de los justos.
Como entonces, la presencia llegaba acompañada por su amiga
inseparable, una masa opaca, esquelética, desgarbada, que
también trascendía el límite del espanto. Ambas se introducían
en cerebros proclives a la descomposición. La dupla, instalada
allí, ejercía un control del que ya no se liberaría fácilmente
quien en definitiva no era sino una víctima concreta más allá de
asumir o no ese papel. Víctima reproductora de victimarios.
Xenófoba, persecutoria, deseosa de alcanzar sus dos segundos de
fama a costa de su propio desbarranque ético y moral.
Sus acciones trascendentes, propias de un infierno mitológico
donde los hijos eran deglutidos por sus propios padres, lograron
quedar estampadas en las vísceras de un planeta donde el odio se
entronizaba presto a reinar un reinado de miseria humana rayano
con la locura.
Celebraban su paso brazos derechos en alto, manos y dedos
rígidos, fríos, reclutando nuevas almas para continuar el
linchamiento de la vida y sus manifestaciones, especialmente
todo lo concerniente a la humanidad.
Los espectros reaparecían buscando adeptos reproductores de sus
hedores y por supuesto comenzaron a encontrarlos, en todo
conglomerado humano pululan timoratos, amorales, gente sometida
ante los poderes superiores capaces de desnudar su baja calaña
despedazando a los inferiores.
El pueblo donde la Sombra de antaño dejara semillas germinando,
comenzó su proceso de fragmentación más exhaustivamente que
nunca.
Unos aplaudían la resurrección, otros no la aceptaban por
respeto a la vida.
A la distancia cuando el sol se desliza sobre el horizonte combo
donde no se distinguen ni los cráteres del alma, la noche va
poniéndose de pie sacudiendo la resaca.
La Sombra repta zigzagueante, estira sus brazos con
articulaciones rotas por el esfuerzo de acarrear a su amiga de
hueso, mientras el tejido social, desgarrado, hace ingentes
esfuerzos por mantener una calma que se escapa una vez abiertas
las puertas a otras figuras aliadas a su mismo infierno, donde
se corrompe nada más ni nada menos que la vida.
Ver Curriculum
