Inocentes, las dos. Tomadas de la mano de la luna, mirando el río, que pasa y lleva los años que no
vuelven.
Miel profunda la de tus ojos, que en berrinches y atardeceres fracturaron para siempre mis soledades,
pensándote mi hermana, pensándote mi amiga.
Triste dulzura la de tu alma, llena de miedos y despistes. Un secreto que amanece entre tus manos y se
escapa hacia tus labios, siempre tan hambrientos de vida.
¿Dónde estás, hermana? ¿Dónde estás cuando por las noches el mundo pierde sus formas y sonríe? ¿O cuando
canta tu niña, con toda su alma en las pupilas?
Escucho el mirlo y sé que no es lo mismo. Que en ese trinar cansado están tus lágrimas benditas. Y a
veces me siento a esperarte, allí bajo la luna, atenta al río que pasa y se lleva, otra vez, el llanto
amargo de mis días.
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