Tercera y última parte
Volviendo al tema de su infancia, Astrid Lindgren creció en un ambiente en donde reinaba mucho amor.
Este estado de armonía y la educación que recibió contribuyeron, sin duda alguna, a su desarrollo y
a potenciar su gran capacidad de expresión. No obstante, una vez confesó: “Cuando tenía 3 o 4 años,
recuerdo que mi madre se puso un poco grosera, y me escape al baño que había fuera de la casa. Allí
permanecí poco tiempo y cuando volví adentro me di cuenta que mis hermanos habían recibido
caramelos. Consideraba que era un hecho injusto y enojada di una patada en dirección donde se
encontraba mi madre. Luego me llevó a una sala y me dio una paliza”. Pero este hecho no melló la
personalidad de Lindgren, porque en sus cuentos no se atisban palizas a los niños. Al contrario,
toma partido por ellos y los defiende con todo su corazón. De este modo, valora la libertad del
niño, su personalidad y la cotidianidad del mundo infantil. Lo que más bien marcó el fuero interno
de Lindgren, es haber visto, en su infancia, injusticias cometidas contra niños que venían de una
clase social pobre. Fue testigo de aquella pedagogía negra de la época. Recordaba, con mucha
amargura, a ciertos niños que recibieron maltratos, por parte del profesor, en frente de toda la
clase.
En las narraciones de Astrid Lindgren hay contradicciones. Los personajes son de apariencias y
conductas opuestas. Existen escenas, como en el caso de Pippi, en donde la protagonista es una niña
independiente y sin familia que vive con sus propias reglas. Lucha contra todo lo que es
autoritario. En otros cuentos hay escenas de niños disciplinados que están sujetos al control de la
familia y siguen una vida escolar. Mientras que en algunas obras, la muerte está presente como
advertencia de lo vulnerable que somos los humanos. Quizá esa desesperación y angustia que Lindgren
sintió durante la Segunda Guerra Mundial, fue cristalizada en “Mío, mi pequeño mío” y en “Los
hermanos Corazón de León”. Además, nadie vive en el paraíso el resto de su vida, solamente por haber
tenido una infancia feliz. Lindgren también pasó por momentos difíciles. Dejar a su hijo, en
Dinamarca, contra su voluntad, le partía el corazón. Su ser estaba rodeado de zozobras y la
escritura fue un perfecto refugio. Cuando escribo me olvido de las penas, decía a sus amigas.
Empero, nunca escribió para los adultos, porque consideraba que carecían de fantasía, o al menos
eran dotados de una fantasía limitada. Por eso mismo llevaba una niña traviesa e insurgente en sus
adentros. No aceptaba, del todo, la adolescencia y menos la vida adulta, ya que le ponía frenos a
sus actos. Sentía nostalgia por esos tiempos inocentes cuando jugaba en los bosques, o cuando se
reunía con sus amiguitos del colegio. Y, como resultado de ello, recuerda ambientes, olores,
paisajes, personajes, lugares y detalles.
Por otro lado, en algunos cuentos, como por ejemplo en “Ronja, la hija del bandolero” y en “Mío, mi
pequeño mío”, muestra algunas miserias humanas: el odio entre dos clanes y a un niño desatendido por
sus padres adoptivos. Lindgren sabía que teníamos que llorar varias veces, para luego reír con
firmeza. Y tuvo la gran virtud de acercarse a los niños con mucha fantasía, amor y respeto. Desde su
primer libro, el niño comprende que tiene una amiga que le quiere y, además, le da la razón.
Entonces los lectores de corta edad, y los adultos que leen, como intermediarios, las obras de
Lindgren; difícilmente podrán olvidar los nobles sentimientos de esa mujer rodeada eternamente con
alma de niña.
Lindgren fue una escritora que supo ponerse a la altura de los niños, y gracias a su fina
sensibilidad y experiencia de juegos infantiles; se convierte en una maga para crear situaciones que
cualquier niño o niña quisiera realizarlas. Ella supo perfectamente cómo cargar las palabras con una
fuerte dosis de humorismo; siendo el mejor regalo para los pequeños lectores. Estaba convencida de
que sus cuentos llegarían con gran entusiasmo a sus destinatarios. Y pues las aventuras narradas, en
sus libros, mantienen encendida la antorcha de la curiosidad infantil. En esas fantasías se sumerge
el niño cuando escucha las voces de los personajes, y así empieza a descubrir situaciones
placenteras, por lo demás, necesarias para el desarrollo de los niños.
Es justo señalar que muchas obras basadas en los cuentos de Lindgren, han sido presentadas en el
teatro en Suecia, en Escandinavia, en Estados Unidos y en muchos países europeos. Su fama creció
enormemente cuando se hicieron películas y series de televisión inspiradas en sus libros. El
cineasta sueco, Olle Hellbom, fue el encargado de producir 17 películas que, con el pasar de los
años, se han convertido en clásicas de la cinematografía infantil sueca. A lo largo del tiempo, la
Editorial Rabén & Sjögren, donde trabajaba Lindgren, fue la Editorial que reeditó los libros de esta
escritora, cuyas obras perduran en todos los rincones del mundo.
En resumidas cuentas, la autora de “Pippi Calzaslargas” nunca perdió las riendas de su destino.
Conoció a la perfección el mundo de los niños y comprendió, en toda su esencia, la psicología de los
pequeños. Lindgren escribía con un estilo particular y poseía un lenguaje ingenioso. A veces, se
inventaba palabras o utilizaba modismos y expresiones suecas típicas que escuchó en su niñez, lo que
sin duda alguna son difíciles de traducir a otro idioma.
Por último, los libros de Astrid Lindgren detienen el tiempo del reloj, y están impregnados de
ciertas dualidades latentes en nuestro existir: la vida y la muerte, el bien y el mal, el llanto y
la alegría, lo feo y lo bello.
Bibliografía
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