Llamo nerviosa a la habitación del hotel donde me espera Víctor Lince para hacerle la
entrevista, que mañana saldrá publicada en todo el país y en Internet.
Abre la puerta su ayudante Garci, un exdelincuente que Lince ayudó a escapar de la cárcel donde
penaban ambos. Garci comprueba que vengo sola y que no voy armada, luego me invita a la mesa del
fondo donde está sentado Víctor Lince.
Es más guapo aún en persona. Viste informal, camisa alegre con camiseta blanca debajo. Su
cabellera rubia está algo larga, pero muy bien peinada. Me recibe educado y atento. Nadie diría
que estoy ante el delincuente justiciero más famoso del país, reclamado por la Interpol en
varias naciones de Europa y América.
Sentada frente a Lince, por la ventana veo abajo el Paseo del Prado, con su ajetreo de tráfico y
de peatones. Por una parte me gustaría estar en la calle, libre de problemas. Por otra mi cuerpo
me atrae hacia Víctor Lince. Si pudiera me sentaría en sus piernas y me abrazaría a su cuello,
para colmarle de besos. Así que no empiezo la entrevista en las mejores condiciones, he de
reprimir mis impulsos.
Me armo de valor para realizar la entrevista lo más rigurosa posible. Mis jefes quieren la bomba
informativa al precio que sea. He aquí el resultado de esta exclusiva única a un personaje
irrepetible del siglo XXI:
- Señor Lince, ¿por qué ha accedido finalmente a conceder esta exclusiva, sabiendo que corría
ciertos riesgos, a pesar de sus precauciones?
- Quiero que España y Europa se enteren de una vez de que no soy un criminal, sino un pícaro
justiciero. Robo a los ladrones, estafo a los estafadores y mato a los asesinos, para devolver
sus desfalcos al pueblo.
- En su pueblo natal, Albera, le acusaron de conspiración política para asesinar al alcalde y
robar los fondos del ayuntamiento.
- Nada de eso es cierto. Cuando ocurrieron tales hechos, yo era aún muy joven. Me usaron de
cabeza de turco para pagar los delitos de otros. Por eso tuve que huir desde entonces de la
justicia. No voy a comerme el marrón de otros.
- ¿Se refiere a la sociedad criminal La Rosa Negra? ¿Quiere hacernos creer que no conoce a la
Rosa Negra, ni a su líder Torquemada?
- No sé nada de la Rosa Negra ni de ése a quien llaman Torquemada. Es una banda demasiado
peligrosa hasta para uno como yo.
- ¿Y qué me dice de la agente Carla Ruiz? ¿Es cierto que tuvo que dejar la policía por su culpa?
- Si Carla dejó la policía fue por culpa suya. Yo no tuve nada que ver. A su carácter perverso
le atraía demasiado el lado oscuro del delito.
- ¿Está usted enamorado de Carla Ruiz?
- No. Es ella la que está enamorada de mí.
- ¿Después de todo el escándalo, sigue manteniendo eso?
- Es el inspector Leiva, su jefe, quien está enamorado de ella. A mí no me metan en ese rollo
entre policías chungos.
- El inspector Jorge Leiva, también natural de Albera, le ha jurado a usted perseguirle hasta la
muerte.
- Ese inspector me acusó falsamente de los complots políticos de Albera, y desde entonces me
tiene entre ceja y ceja. La bola de nieve ha ido creciendo cada vez más.
- ¿Qué siente cuando le llaman el mayor delincuente de España, el hombre más buscado por la
policía?
- Me admira que se pueda confundir tanto la verdad, pero si las cosas están así, por mí
perfecto, así van a ser.
- El pueblo le tiene mucha simpatía, incluido en Albera, ¿cree que las leyes de este país ya no
protegen a los débiles ni a los ciudadanos de bien?
- No tengo nada que decir al respecto. Yo no soy un filósofo intelectual. Todos tienen ojos y
cerebro para ver lo que está pasando.
- ¿No tiene miedo a que un pistolero enviado por los poderosos o por la Rosa Negra acabe con su
vida?
- No iba a ser la primera vez que intentan matarme. Yo vivo la vida a tope cada día. Prefiero
vivir un día más como un león, que cincuenta años como un cordero.
- ¿Es ese arrojo y valentía el que le da tanto éxito con las mujeres, además de su evidente
atractivo físico? ¿Cuántos hijos ilegítimos tiene por ahí?
- Que yo sepa, ninguno. Como serían ilegítimos, no me consta.
- Pero dicen que las madres le llevaban a sus hijas a hoteles como éste para que las fecundara y
les diera sus genes.
- Corren muchos mitos sobre mí. Imagínese lo que sería este mundo lleno de pequeños Linces,
mucho mejor ¿no?
- ¿Qué pasaría si ahora mismo irrumpiera aquí la policía?
- Pensaría que usted preparó la trampa. Garci y yo empezaríamos a disparar, y me temo que usted
caería la primera.
- ¡Vaya! ¿Y es cierto que le han contratado los servicios secretos para proteger la seguridad
nacional en misiones peligrosas?
- No puedo decir nada sobre eso.
- Se dice que usted ayudó al gobierno a luchar contra el crimen organizado y la corrupción
política.
- ¿Soy un criminal buscado por la justicia o trabajo para el gobierno? Con el debido respeto, a
ver si nos aclaramos.
- Quizá las dos cosas.
- ¿Tan turbia cree que es la realidad del país y tan retorcido cree que soy? ¡Esto es
indignante! ¿Por quién me toma?
- Por Víctor Lince. ¿Cómo es que no se ha casado con ninguna de sus admiradoras? ¿Prefiere tener
una novia en cada puerto?
- Los tíos como yo no forman una familia. Aún me queda un poco de conciencia. Cualquier día
puedo aparecer con un tiro en la cabeza en un callejón.
- ¿O es que espera casarse con Carla Ruiz?
- ¡Ja! Ni muerto. La realidad es muy distinta. Ya hay gente que está escribiendo mis aventuras.
Allí podrán leer todos los misterios con detalle.
- ¿Qué periodista o qué editorial se atrevería a publicar su historia, después de todo lo que ha
pasado?
- Sería un libro muy rentable. El escándalo está garantizado, ¿no?
Me quedo con muchas preguntas en el tintero, que desearía hacer a Víctor Lince para el público y
también en privado. Después de la entrevista, Lince llama al servicio del hotel y me invita a
una cena muy cara, surtida de manjares exquisitos y regada con el mejor champán. Lince es
correcto conmigo en todo momento. Después de la cena, casi espero que se abalance sobre mí, pero
no lo hace. Quizá lo hubiera hecho yo, de no estar delante su fiel Garci, que no nos quita los
ojos de encima. En efecto, no quiero que se equivoque y me pegue un tiro. Con la mayor
amabilidad del mundo, Garci me acompaña hasta la puerta. Dejo el hotel donde se aloja ahora
Víctor Lince. La experiencia de la entrevista ha sido una de las mejores de mi vida. Aquí se
acabaron mis problemas, pero vuelvo a la calle con pesar, porque desearía participar en algunas
aventuras de Víctor Lince, o al menos poder leerlas.
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