
Si nos atenemos a la dicotomía de significado/significante de Dámaso Alonso, podemos entrar en el
conocimiento de un libro de poemas percatándonos de los recursos que emplea un poeta para expresar
el contenido de sus ideas y/o sentimientos.
En otras ocasiones hemos comentado libros del poeta de Ciudad Real, residente ha muchos años en
Sevilla, Francisco Mena Cantero (n.1934). Si decimos que siempre ha sido fiel a su poética de
invitarnos a entrar en su mundo bien calafateado por su fe y las observaciones coherentes que se
derivan de ella, hemos dicho poco. Porque el trato que Mena Cantero hace del significado no excluye
que exija del significante un cuido del lenguaje sin incurrir en devaneos estilísticos.
Se ha parado el recuerdo al borde mismo
del camino por donde tú y yo vamos.
Te siento junto a mí, como la voz
de una gran luminaria
emanando la gloria de saberte.
El poeta no extrema el recurso descriptivo -obsérvese la sinestesia- y se siente obligado a una
expresión transparente de lo que necesita comunicar. Para un conocimiento efectivo de sus
intenciones tendríamos que detenernos en el frontispicio del libro y tener en cuenta estos dos
versos:
Lo triste no es morirse, sino hacerlo
sin haber aprendido qué es la vida.
El sendero poético de Mena Cantero ha sido siempre el mismo: un indagar dentro de su yo buscando
esencialidades. No recurre al antiformalismo de J. L. Austin, para quien el lenguaje es un acto de
habla convencionalizado. De ese rastrear en su fondo salen uno, dos o tres temas expresados con un
lirismo de verbo que no quiere traspasar las lindes de la moderación, ya que lo que le importa al
poeta es confesarnos su intimidad de hombre que pasa por el mundo y deja un testimonio de fe en Dios
y los valores que se desprenden de esa posición ante la vida.
Andas por los silencios de mi casa.
Por los bajos del patio y en la altura
donde el hombre no sabe, en su locura,
que eres, mi Dios, que a nuestro lado pasa.
La mirada de Mena Cantero está traspasada de lo trascendente. Sin esa impregnación sobrenatural la
vida le parece seca y falta del color de lo verdadero. Y para ello busca esa presencia que le dé un
soporte de eternidad a cuanto anhela junto a ese Dios, que, pesar de todo, el poeta, lo considera
silente. Parece que con ello quisiera evocar a San Juan de la Cruz y su verso: “¿Adónde te
escondiste, / Amado…?”, aunque el poeta ciudarrealeño le hace al Amado un cierto reproche muy del
cristianismo contemporáneo con inquietud existencialista que recuerda al filósofo francés católico
Gabriel Marcel, y si no, leamos estos versos:
Como apostar por ti, si no sabemos
tus imposibles circunstancias,
y tu misma palabra es una lluvia
que no llega a mojarnos.
La búsqueda del poeta, huella a huella de sus experiencias de hombre que inquiere y no cae en el
encogerse de hombros del agnosticismo, es infatigable y no encuentra lo que anhela ni siquiera en lo
más fugaz, como es el viento, aunque, a decir verdad, el poeta no olvida en el poema “Dios del
acontecer”:
Antes de presentirse el tiempo
y que el ruido invadiera los espacios
estábamos en ti…
Después de esto, el poeta debería estar satisfecho en su indagación. No estará en el viento pero si
en su constancia y su fidelidad de hombre que no renuncia a lo que nos trasciende y nos contiene en
su Ser.
Concluimos. Este libro de Mena Cantero sigue su línea de poeta inserto por voluntad propia en la
generación de los cincuenta-sesenta, cuya consiga de compromiso él lo traslada a lo trascendente,
con un lenguaje sobrio en sus descripciones, las necesarias para dar vida y color a su necesidad de
comunicarnos una parcela de su vida interior, punto de partida de todo poeta verdadero. Me atrevo a
decir que es un libro dentro de “la poesía de la experiencia”, si sacamos, por un momento, esa
etiqueta de su contexto postnovísimo, porque, ¿no es experiencia la búsqueda de una explicación de
la vida y el universo, aunque entre en motivos temáticos no habituales hoy?
Con la publicación de
En el viento tampoco Ediciones Vitrubio no olvida la poesía que, como dijo
Antonio Machado citando una frase de Santa Teresa, está inmergida “en las mesmas aguas de la vida”,
apostando con ello por la poesía humanizada, que es la poesía de los temas de siempre.