Hacía años que unas imágenes de televisión no me llegaban tan dentro. Un anuncio, un simple anuncio en
el que, con sorprendente maestría, se unen la insuperable imaginación del guionista, la perfecta
actuación de las protagonistas y la extraordinaria puesta en escena del realizador para conseguir
contarnos con total verosimilitud la trágica situación por la que atraviesa millones de familias
españolas. Sucede así:
Una madre que contempla la barra de pan -la única comida en la casa-, corta un trozo para un bocadillo y
lo raja en dos mitades.
Entonces aparece la niña.
-Mami, ¿qué hay para cenar?
La madre la mira mientras nota el amargo nudo que se le forma en la garganta. Pero reacciona, suspira y, sacando
de los adentros la luz de una sonrisa, se vuelve a la niña con el pan en las manos.
-Mira, cielo mío... Esto es un bocata mágico, vale.... Es pan con pan... y nosotras nos imaginamos lo que
hay dentro. Cierra los ojos... ¿De qué quieres que sea tu bocadillo...? ¿De bacón? ¡Pues, es de
bacón!¡Huummm... qué bien huele! ¡Toma, cielo mío...!
Y es entonces que la abraza y esconde sus ojos tras las mejillas de la hija para que esta no pueda ver
cómo cae de su cara el sutil disfraz de la alegría y asoma la enorme pena que le inunda el
alma.
Un simple anuncio que nos muestra la realidad, lo que ocurre cada día en muchas casas de esta España
nuestra, la otra cara de ese mundo tan recuperado y tan maravilloso que nuestras dirigentes nos pregonan
desde sus púlpitos de fantasías y colorines.
El problema, lo que confiere toda expresividad y fuerza al suceso que nos narra el anuncio, es que los
trabajadores, las clases que otrora fueran medias, la masa inmensa que componemos la mayoría de
ciudadanos de este país -incluidos más de seis millones de parados-, llevamos ya siete largos años de penurias
y miserias, un tiempo escandalosamente prolongado que se erige como fenómeno histórico sin parangón con
ninguna otra crisis sobrevenida en los últimos 50 años. Tendríamos que remontarnos a la primera época de
Franco, los terribles años que siguieron a la Guerra Civil -posiblemente, la mayor catástrofe económica
sufrida por España en toda su historia-, para encontrar en las casas españolas circunstancias como la
que nos refleja el anuncio.
Aquella época de autarquía y aislamiento comenzó a principio de los 40 -el célebre año de las hambres- y
se mantuvo hasta finales de los 50, cuando Franco reconoció su enorme error en la política económica y
aprobó el Plan Nacional de Estabilización en 1959. Este Plan también contempló la reducción de salarios
y otras medidas de austeridad que conllevó un significativo aumento en las listas de parados, pero, todas las medidas tomadas tuvieron éxito y, en apenas un año, consiguieron revitalizar la
economía hasta extremos insospechados. Tan fue así que el año 1960 quedó en la Historia como "el año en
que los españoles pasaron de las alpargatas al Seiscientos". Y doy fe de ello porque lo viví. Nacido en
1948, me queda de mis tiempos niños el recuerdo de aquellos primeros años de los cincuenta: las libretas
de racionamiento -un objeto sagrado en casi todas las casas-, la espoleá -o poleá-, agua y harina
cocida con coscorrones de pan duro frito (cuando los había) que fuera almuerzo y cena en mi casa muchas
veces, la malta y la achicoria que componían el café de cada mañana, el pan de harinas raras
-garbanzo, cebada, maíz, saína (sorgo) y otros forrajes-, las papas con carne en amarillo (donde la
carne muchas veces era el laurel), y etc., etc. Aún así, podíamos considerarnos casi privilegiados, porque había
casas que tenían mucho menos. Recuerdo aquella señora que venía a casa todos los días a recoger las
cáscaras de las papas y alguna que otra cosa con la que poder engañar la olla de cada día. Y recuerdo que,
con cinco o seis añitos, era el encargado de ponerle en una bolsa de tela que traía las cáscaras de las
papas peladas ese día. Y entre ellas -procurando que no me viera mi madre-, le ponía tres o cuatro papas enteras, el
cabito de pan con aceite y azúcar que iba a ser mi merienda de esa tarde, alguna tajada de pescado
frito sobrado del día antes y alguna naranja o plátano. Mi madre me observaba por el rabillo del ojo mientras freía los coscorrones para la espoleá...
pero, buena y desprendida donde las hubiera, se hacía la tonta, suspiraba ocultando la pena -como la del anuncio- y
miraba para otro lado.
Tiempos para olvidar... Y que hubieran permanecido en los arcanos de la memoria si no fuera porque nos
lo vuelven a hacer vivir los encargados y responsables de nuestros destinos.
No hay paralelismo entre aquella España de los 40, mísera y desgobernada desde que Felipe II exhalara el
último suspiro, llevada a una guerra cruenta y fratricida y convertida por la ley del ordeno y mando en
una "unidad de destino en lo universal", regida por el despropósito y repudiada por los gobiernos y
sistemas económicos de todos los países del mundo, con la España moderna y dinámica, laboriosa y
competitiva, considerada, requerida y mimada por todas las naciones de estos albores del siglo XXI.
El problema actual, el del bocadillo mágico que se ven obligados a comer desde hace siete años muchos
millones de españolitos, o sea, el de un país que no levanta cabeza en el plano económico, viene
motivado por excesivos recortes en salarios y prestaciones laborales, lo que ha causado una población
empobrecida y sin capacidad de consumo. Y sin consumo no hay producción. Y si se frena la producción,
se forma un excedente de trabajadores que van al paro. Y con ello nos vamos todos al garete... Nuestros gobernantes económicos lo saben
perfectamente, pero han apostado por exprimir a tope al grueso de la población para acercar recursos al
sistema bancario y financiero. La medida en sí se puede estimar correcta. Lo que no lo es son los
porcentajes quitados a los unos para ayudar a los otros. Los EE.UU., país de origen de la crisis -con
una economía fuertemente deteriorada-, dispuso
medidas y ayudas económicas a su sistema financiero y, sin rebajar salarios ni prestaciones, acabó
con este problema en menos de un año. Y sin aumento de listas de paro ni inflexiones económicas de
ningún tipo. La solución aquí es, restablecida la normalidad en el sistema bancario, restablecerla también en
la ciudadanía: devolver sueldos retenidos, pagas escamoteadas y derechos restringidos y regresar al
pueblo a su
plena capacidad adquisitiva.
Pero hay un problema de fondo, con solución a más largo plazo, que requiere bastante más inteligencia y
saber hacer en nuestro dirigentes para realizarla. España, que jamás tuvo una juventud tan preparada
como la que tiene ahora, con multitud de titulados, licenciados y doctorados en todas las áreas, ocupa
el furgón de cola en Investigación y Desarrollo (I+D) de toda la Unión Europea (Informe COTEC 2014). Y
no sólo ha contado desde siempre con un irrisorio presupuesto, sino que -a diferencia de Alemania,
Italia, Francia, Polonia y Reino Unido que lo han aumentado ostensiblemente-, se le ha sometido a
continuados recortes en los últimos años hasta dejarlo en niveles tan insólitos como inaceptables.
No creo que el Sr. Rajoy y demás miembros de su gobierno estén de acuerdo con el "Que inventen ellos" de
Unamuno, pero me queda claro que no se tiene en cuenta el enorme potencial que representa la gran
preparación de nuestro personal estudiantil, universitario y científico para fomentar la investigación y
la innovación en todas las áreas, principalmente desarrollo industrial y tecnológico (miren para Silicon Valley y
cuenten cuántos españoles hay sólo allí). Si no se acomete con verdadera conciencia
esta tarea, y se le aportan recursos suficientes, tanto al sector público como al privado, seguiremos
necesitando importar casi todo cuanto usamos en la vida diaria y exportando poco más que -como en los
tiempos de Franco- aceite de oliva, zapatos y sol y playas. Y la pobreza asegurada.
Las gafas para ver todas estas cosas las tenemos en un bolsillo interior, justo al lado de la
conciencia, esa cosa -de muy escaso uso en los gobernantes- que nos permite la percepción del mundo que nos rodea, el conocimiento y valoración de su
correcta realidad y una clara capacidad de discernimiento para adoptar aptitudes justas
para todos y decisiones adecuadas a lo que se espera de nuestra responsabilidad.
Con ello, este tozudo e inacabable bocadillo mágico que nos obligan a comer cada día quedaría relegado a
una simple y temporal anécdota.
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