EN RECUERDO DE “ISLA”, BOLETÍN DE LA SOCIEDAD DE FOMENTO
He hallado entre viejos papeles un número extraordinario del Boletín “ISLA”, aquella entrañable publicación que
editaba la Sociedad de Fomento de San Fernando. Este número conmemora diez años de servicio gratuito a los lectores
isleños: 1952-1962.
Arranca concretamente desde su fundación y puede aventurarse que tal Boletín no pasó de l972. En sucesivas ediciones
aparecieron nombres de escritores isleños que colaboraban con asiduidad tanto en verso como en prosa.
Pero, reduciendo mi interés al número que tengo delante, y concretamente de su apartado literario, he de resaltar la
presencia de un romance titulado “Madre de las Callejuelas”, dedicado a la Virgen del Carmen, como es de suponer, y
firmado por El Lego de San Juan, seudónimo bajo el que se escondía, sospechaba yo entonces, el poeta Gabriel
González Camoyano (1893-1967), que tantos poemas le dedicara a la Patrona. Más adelante, nuestro paisano, el
escritor Francisco Carrillo, me sacó de dudas: se trataba del lego carmelitano Hermano Enrique.
También figura otro romance que se titula “Romance de los diez años”, del poeta isleño Juan García Sánchez
(1919-1981), celebrando, precisamente, el décimo aniversario del nacimiento del Boletín. Hay en este número, como en
los anteriores, artículos dedicados a comentar problemas sociales de la ciudad firmados por Urbanus, G. Capitán y
Emilio de la Cruz, su director entonces. Años más tarde, sería Germán Caos Roldán quien acometería su redacción
íntegra, entremetiendo colaboraciones de articulistas y poetas.
Pero, retrocediendo al verano de 1962, fue Antonio González Muñoz, profesor de Literatura en la Academia O´Dogherty,
escritor joven y con inquietudes que vivía en la calle Velázquez, quien me incitó a escribir algo para ese “ISLA”
extraordinario. Yo lo tenía ya escrito, pues había acabado recientemente un libro de sonetos, dedicados a un
jilguero, a ciertos lugares de la Isla y al Puente de Zuazo. De entre todos ellos, escogí tres que trataban del
mencionado Puente y que fueron, junto a otros de tono costumbrista, los únicos que conservé de aquel primitivo libro
inédito.
Y, efectivamente, fueron editados y ello me propició una gran alegría, ya que era la primera vez que veía impreso un
poema mío. Mis lecturas estaban por aquellos días envueltas en ese batiburrillo de libros de distintos géneros, como
una novela de Blasco Ibáñez, La araña negra, un tomo con las obras completas de Federico García Lorca, ambas obras
que me prestó Manuel Zaldívar; preceptivas literarias que me regalaron vecinos, recién acabado su bachillerato
elemental, como Manolín Zaldívar, su primo Fernando Ubanet y Tani Pérez Román, además de los “Sissi”, Revista
Femenina, en una de cuyas páginas figuraba una columna con una poesía de autor clásico, que fue mi primera escuela
poética, sin que me faltara un libro de mitología con dioses, diosas, nereidas, duendes y ondinas, perlas, corales,
sargazos, nombres poéticos de vientos como auras y céfiros...
Pero, generalmente, todos los sonetos dedicados al Puente de Zuazo eran de tono realista; solamente uno involucraba
aspectos mitológicos e idealizadores, y ése fue el que me parecía mejor por su colorido y trazos de imaginación al
vuelo.
Como un homenaje por mi parte a lo que representó el Boletín Isla en esos años para la ciudad con su aparición
mensual, reproduzco aquí el segundo soneto, el más poético de los tres.
II
Quiero verte en la aurora purpurina
cuando tu sol entre corales brilla
y surge de la póntica buhardilla
lanzando espuma tu graciosa ondina.
Entonces labraré tu perla fina
sentado a la frescura de tu orilla
grabándole una breve maravilla
que dejaré en tu nítida salina.
Quiero verte. Después, cuando me vaya,
cuando esté lejos de tu verde playa,
tal vez recuerdes a tu amante hombre;
me llamarás incluso con el viento
al ver la perla que en ti busca asiento,
¡aquella perla en que grabé mi nombre!
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