Hay diferentes modelos de mujeres en los libros de caballerías del siglo XVI. Puede que el versado
ojo moderno pase por alto la diversidad que se presenta, dada la relativa falta de caracterización
que hay en estos libros. Es verdad que los personajes no están muy bien desarrollados al nivel
individual. Por eso hay que verlos en un nivel colectivo. He aquí diferentes modelos de mujeres,
prototipos digamos, que se encuentran en el Amadís de Gaula.
La desamparada
El primer modelo que se verá es el de la desamparada, la mujer menesterosa que depende de la ayuda
del caballero. Éstas existen para mostrar la dependencia que la mujer tiene del hombre. Las que
corren por el bosque en busca de socorro son la encarnación de esta imagen. Montalvo, al autor, en
pocos casos reconoce que la mujer puede tener autonomía propia; las cree todas indefensas e
incompetentes. La constante representación de la mujer en estos textos como débil y acobardada la
desprestigia porque el lector sabe que estas características son contrarias a los valores que los
hombres en estos libros personifican. En estos textos la mujer busca la ayuda del hombre porque ya
tiene grabada en su consciencia que él es su defensor y que no puede arreglárselas ella misma.
Tengo aquí hay varios casos de mostrada “cobardía”: (1) una mujer que habla bajo amenaza de ser
quemada (XVI); (2) Oriana en la floresta con Amadís “que el cuerpo temblava y no podía
fablar” (LXII); y (3) otra presa de un cavallero malo que “dava grandes bozes” mientras él la lleva
“por los cabellos a una mata”(XIX). Son durante estos momentos de incapacidad cuando el caballero
llega repentinamente para castigar al malo, consolar a la mujer y mostrar su superioridad. En otra
ocasión una “desamparada” se acerca a Amadís “con una gruesa cadena a la garganta y los vestidos
rotos por muchas partes, que las carnes se le parescían” (XVII).Diferente a la descripción del
caballero en el campo de batalla, la imaginería de la mujer, por inerme que esté, no suele mostrar
sangre. Quizá el único caso en que la vemos herida es éste: “El cavallero que la levava con más saña
la firió de la asta de la lança, assí que la sangre por el rostro corría.” (XXIV). Los retratos
gráficos de la mujer raptada/ desamparada son el anzuelo para el caballero, una oportunidad para
mostrar las capacidades de su oficio, pero estas imágenes de la mujer lastimosa sin fuerzas surgen
profusamente, recalcando las incapacidades de la mujer y su dependencia del hombre. La desamparada
le da al “bueno” el momento oportuno para dar libertad a la “indefensa” del “malo”. Estos caballeros
“malandantes” quieren “forzar” a las chicas, pero la entrada del héroe se lo impide. Es necesario
mostrar que el hombre también tiene vicio, pero que hay una fuerza superior en él que representa el
bien, la cual se personifica en el héroe, el supremo prototipo de la masculinidad.
El punto axiomático de jurisprudencia, el sistema capital con el que se legislan los valores
sociales y se le juzga al prójimo, está basado en la observancia que uno tiene de la doctrina
caballeresca. Como es de ver, el caballero que más respeta el código es el más respetado, y para el
que lo rechaza, no hay tolerancia ninguna. Estos caballeros sirven de contraste con los buenos; son
los antagonistas, sean fugaces o de mucha importancia, que alientan la causa del caballero. En el
Amadís los hay en abundancia, y cada uno de ellos muere en batalla con los buenos, o enmienda sus
males al reconocer su yerro, convirtiéndose en uno de los virtuosos. En el capítulo V, el Donzel del
Mar (Amadís de joven) se topa con una doncella “desamparada” a quien dice, “en parte donde las
mugeres son maltratadas, que deven andar seguras, no puede aver hombre que nada valga.”(V), porque
éstas “muy guardadas deven ser de los caballeros.”(XIX). El caballero que desprecia a la mujer ya se
ha sentenciado a mala muerte por haber cometido una sarta de infracciones: la deslealtad, la
descortesía y el acoso. Todo esto se opone por completo a la doctrina caballeresca. Más adelante
Amadís se combate con Galpano, un caballero malo que encarna todos estos males: “Las dueñas y
donzellas que por allí passavan fazíales subir al castillo, y haziendo dellas su voluntad por fuerça,
havíanle de jurar que en tanto que él biviesse no tomassen otro amigo; y si no lo hazían,
descaveçábalas.” (V-VI). El Donzel del Mar (Amadís) lo mata, disgustado de que pueda haber tales
caballeros en el mundo. En un libro de caballerías como el Amadís hay una constante propensión a
nutrir la causa caballeresca. El mundo del hombre está regido por sus hazañas en el combate. Desde
las primeras páginas del libro aparece ya este fenómeno; el rey Perión se topa con un caballero
“malandante”, y en un abrir y cerrar de ojos el malo se encuentra tendido en la tierra, y para
atestiguar el hecho está el rey Garínter para declarar que el rey Perión “No sin causa tiene aquél
fama del mejor cavallero del mundo.”(cap. preliminar) (Este episodio sólo sirve de escalón para
mostrar que el padre de Amadís es un buen guerrero). También ya en la niñez de Amadís cuenta
Montalvo unas anécdotas del caballero imberbe. Todo esto contribuye a la causa caballeresca y define
lo masculino.
Muchas veces el pecado encuentra su razonamiento sublime en la osadía de estas mujeres de desafiar
lo establecido. La mujer en el Amadís no desafía su papel en la sociedad; no intenta hacerse
“caballera” como hizo Juana de Arco. Sólo hay una referencia humorística a esto cuando Mabilia, en
uno de los únicos caso de humor en el libro, dice: “…y veré ya cómo acabaré esta aventura, y si en
ella fallezco, yo juro que en todo este año no hecharé escudo al cuello ni ciñiré spada.” (LIII). Las
expectativas sociales del Medioevo no dejaban que ciertas mujeres tuvieran papeles designados
específicamente al hombre porque esto amenazaba su masculinidad. En los textos artúricos se hace
hincapié en los deberes de la mujer, y lo mejor que puede hacer una mujer es buscarse un hombre.
Sólo en Las sergas vemos a las californianas desafiar estos papeles, pero ellas al final también
caen en la trampa del matrimonio.
La astuta
Los personajes, sobre todo las mujeres, a menudo se aprovechan de los deberes del caballero andante
y lo obligan a hacer cosas que van en contra de su voluntad. En estos textos se ha reprochado a la
mujer de ser necia, pero Amadís en más de un caso muestra cierta insensatez ante las circunstancias.
La inflexibilidad con la que él observa a pie de página la doctrina caballeresca sin interpretarla a
su favor es evidente. Esta doctrina exige que en todo momento el caballero obedezca la voluntad de
la mujer, pero no tiene la discreción necesaria para saber cuándo está en una situación
comprometida. Al comienzo del libro una doncella le pide que se quite el yelmo: “Pero él no quiso, y
la doncella le quitó el yelmo contra su voluntad”(V). Es indefenso ante sus obligaciones de
caballero. También otorga “dones” sin saber en que se mete. En un caso se encuentra con “un enano de
muy disforme gesto” que promete llevar Amadís a Galaor si le otorga un don. Amadís cede y le
preguntan quién había matado a Dardán, a lo que Amadís responde que fue él, y pelea con ellos; pero
antes él reconoce su error: “’…si supiera que tal era el don, no os lo otorgara por no me loar dello.”(XVII).
Aunque más tarde en el libro Amadís sí explica que ha aprendido: “no es razón que se otorgue de
hazer lo que hombre no sabe, pero sabiéndolo, si es cosa que a cavallero con razón tomar se deva,
por mí no se dexará”(XXI), vuelve a meterse en el conflicto, más embarazoso que nunca. En el tercer
libro, cuando Amadís conoce a Leonorina (la joven con quien se casa su hijo Esplandián en la secuela
de Montalvo) le otorga un don sin saber qué es (LXXV). Le pide que la lleve por el mundo, incluyendo
a la Insola Firme, declarando que es la más hermosa doncella del mundo, y si alguien se lo
contraríe, que se lo defienda con las armas. Amadís se arrepienta de su error por no oponerse a
Oriana, pero luego se acuerda de que ella es dueña (no virgen), no doncella. Con estos ejemplos
podemos ver que el héroe también comete errores, y que este atributo no debe aplicarse únicamente a
la mujer. Las astutas (y también el enano astuto en este caso) son ejemplos de individuos que tienen
la capacidad de ver la situación en una manera diferente y hacer lo que le conviene.
La razón por la que la mujer puede engañar al caballero es por las obligaciones que éste tiene con
el código cortesano. Estas obligaciones no sólo comprometen al caballero, sino que hacen que muchas
veces quede él en ridículo. En un episodio Galaor se somete a la voluntad de una mujer, entregándose
voluntariamente: “Dueña, no consentiremos que nuestras manos ate sino vos, que sois dueña y muy
hermosa, y somos vuestros presos, y conviene de vos catar obediencia.”(XXXIII). Siendo palabras de
Galaor, puede que se lo diga por interés sexual, ya que tiene fama de ser mujeriego, pero de todas
maneras lo que interesa aquí es que, según las circunstancias, el caballero no siempre está
presentado con mucha inteligencia. Carece de autonomía él también, siendo esclavo del código
amatorio. Sólo hay un caso en que Amadís, quizá por haber aprendido ya de sus pasadas experiencias,
transgrede las formalidades. En el capítulo XXI una dueña que lo quiere encarcelar le dice que abra
la puerta, pero Amadís le responde, “que de grado fuera yo vuestro, assí como soy de todas las
dueñas y donzellas…”, a lo que responde ella, “¿no abriréis la puerta?”, y él replica, “No, si Dios
me ayude, ni de mí havréis esta cortesía.”(XXI). Parece que aquí vemos los brotes de una voluntad
propia, sin embargo, desgraciadamente, al final del libro, en el capítulo CXXX, vuelve a ser
engañado por la mujer de Arcaláus. Esto muestra que la mujer astuta tiene cierta autonomía y
capacidad de manipular el sistema, mientras que el caballero sigue sujeto al sistema.
La mujer bella
Un caso ejemplar de la opresión de la mujer en estos textos se ve cuando los caballeros combaten
entre sí “por la hermosura de su dama”. Lo que los inspira en la pelea es el interés personal, el
empuje de su propio hubris. Al final queda fuera todo valor individual que tenga la dama, resultando
la opinión “aceptada” de su belleza, producto de las destrezas guerreras de su caballero. Si triunfa
él, es ella la más bella; y si no, está menoscabada también su belleza. Es un proceso arbitrario que
sólo queda en manos del hombre. En un caso Amadís se encuentra con un caballero que exige que él
confirme que Oriana es menos bella que su dama, a lo que responde Amadís, “tal mentira nunca será
por mi boca otorgada”; y a continuación, “Amadís combatía por razón de hermosura de su
señora.”(XVIII). Al observarlo así, Oriana es la más hermosa porque él es el mejor guerrero. En esto
los caballeros buscan una "objetividad", aunque la belleza es, en realidad, subjetiva. El objeto que
realmente procuran ganar con el combate es una serie de triunfos para que los demás vean que él es
el mejor guerrero, y que luego digan, con menos importancia, que su señora tendría que ser muy guapa
para estar con un guerrero tan hábil. Pero los caballeros son sagaces: el pecado del orgullo propio
les ha enseñado a construir un razonamiento indirecto, y decir que la mujer es su impulso. A veces
los malos son más honestos porque dicen, “yo te desafío porque soy mejor que tú”. El caballero,
aunque lo piense, no diría eso, sino que se perdería en circunloquios, disimulando su propósito. La
relación entre la forma en que esgrime su espada y la manera en que su señora se lleva el pelo no
tiene nada que ver el uno con el otro. Es un mundo de apariencias e intenciones ocultas.
Otra desigualdad de ser buen guerrero es que el que tiene don de batalla muchas veces no lo tiene
con las mujeres. El caballero muchas veces no tiene don de palabra, sobre todo con las mujeres.
Podemos ver que aparte de las capacidades oratorias de Amadís (en público), y de otros héroes
principales en estos textos, el caballero generalmente se calla para no equivocarse. Otras veces los
sexos se ven alejados el uno del otro como resultado de la etiqueta cortesana. Como el código de la
caballería rige la manera en que el “auténtico” caballero debe tratar a la mujer, aunque los valores
sean virtuosos y el acatamiento un fundamento elemental, la formalidad de la situación puede
entorpecer la naturalidad de una conversación, un gesto, una mirada, alargando el trecho entre
ellos, y cuanto más el caballero se arrima al régimen, más objetivo se hace, y menos personal con la
doncella/ dama, por miedo de comprometer su lealtad con el código cortés. Como los gatos que
persiguen a los ratones y no saben qué hacer con ellos, así es el caballero andante después de
rescatar a la doncella. El código exige que “socorran a las doncellas menesterosas” sin facilitarles
un manual de instrucciones.
Ya hemos mencionado la equivocación de racionalizar una posible conexión entre la belleza de la
mujer y él éxito del caballero en la batalla, pero de pensarlo en otra manera puede que haya una
conexión entre la belleza física y su empeño, ya que es ella muchas veces la motivación en el
combate. Amadís se inspira cuando tiene contacto visual con Oriana, un fenómeno corriente en la
tradición artúrica. La más prominente “virtud” que una mujer puede tener en estos textos es su
belleza. La conexión entre el rango social y la apariencia es también evidente: las cortesanas lucen
vestiduras muy elegantes y son siempre las más hermosas. Oriana, tras una cantidad de rivales, es
proclamada la más bella por la prueba en la Insola Firme. Montalvo recurre a otras maneras de
mostrar su belleza, como se ve en un ejemplo en la Ínsola Firme. Oriana y Amadís pasaron sin
problemas por el Arco de los Leales Amadores y la cámara defendida para demostrar su fidelidad
amorosa, vitalidad caballeresca y hermosura. Esta prueba sirve para dar perspectiva y eliminar
cualquier duda que hubiera de la superioridad de la pareja central. De la misma manera, las más feas
son las más malas; cuanto más fea, más “esquiva”. Comparemos las descripciones de Oriana, la más
guapa, con, por ejemplo, Andandona, la más mala. Podemos ver la belleza de Oriana en una reacción de
Galaor: “cuando vio la gran hermosura de Oriana muy espantado fue, que no pudiera pensar que ninguna
en tanta perfección la pudiera alçar.”(XXX); y he aquí la descripción de Andandona: “...la más brava
y esquiva que en el mundo avía... tenía todos los cabellos blancos y tan crespos… fea de rostro, que
no semejava sino diavlo. Su grandeza era desasiada… muy enemiga de los christianos y hazíales mucho
mal. (LXV).En este fuerte contraste se ven las diferencias entre estas mujeres y cómo su hermosura
determina su función en la obra. Y en cuanto a Andandona, ni toma la molestia en matarla, por ser
mujer: “como vio que era muger, dexóse dello y dixo a Gandalín, ‘Cavalga en esse cavallo, y si aquel
diablo pudieses cortar la cabeza, mucho bien sería.” (LXVIII).
Otra giganta mala es Gromadaça, la mujer de Famongomadán quien, en el capítulo LVII, no se abstiene
de hacer su parte del mal al meter a los héroes en su prisión. La hermosura es fundamental: atrae al
caballero. En un incidente la reina une a las chicas hermosas como cebo para atraer a los caballeros
a la corte: “mandó la reina que embiasse por las más hermosas donzellas y de mayor guisa que aver
pudiesse, porque además de ser bien acompañada, por causa dellas vernían muchos cavalleros de gran
valor a la servir.” (XXIII). El valor de la mujer se reduce a la suerte de su apariencia física,
desestimadas todas las otras cualidades que ella ofrece. Estas cualidades a veces surgen entre las
hermosas, que por ser bellas son también indudablemente virtuosas, o porque están ellas en presencia
de un hombre, quien es siempre el centro de atención.
La curandera
En cuanto al papel de la mujer en los libros de caballería, es importante la curandera; ella es la
que se ocupa de curar los heridos después del combate. En el Amadís la mujer muchas veces salva la
vida del caballero, incluso la del héroe. La primera se menciona después de la batalla con Galpano
cuando Amadís busca quien le cure de sus heridas. Un caballero, que por la bondad de Amadís recobra
su honra, le responde, “que en esta mi casa vos curará una donzella mi sobrina mejor que otra que en
esta tierra haya.”(VI). En otras ocasiones la mujer es la que invita al caballero a su castillo
donde o ella o sus doncellas lo curan durante varios días para que se reponga (LV). Hay una relación
entre la reclusión de la mujer y su capacidad de atender a los enfermos. La sabiduría médica a cerca
del embarazo, parto y crianza de los recién nacidos la tenía la mujer, ya que el hombre no se
entrometía en estos asuntos. Estas mujeres homeópatas casi siempre están acompañadas de otras y
trabajan en estos grupos para mejor administrar la curación, pero su papel, aunque salvan la vida al
caballero, es pasajero, aunque muchas veces sin su ayuda seguramente él caballero moriría. Casi
nunca hay descripciones de estas mujeres, e inclusive sus nombres no se mencionan. Ellas son las
“sobrinas” de éste, las “doncellas” de aquél, etc.; y, cuando las comparamos con la llegada de
Elisabad, el curandero varón que llega a ser el salvavidas de Amadís en más de un caso con una
personalidad desarrollada y propia, a la mujer curandera comparativamente le es otorgado poco
mérito. No se las aprecia por lo que valen; son otras mujeres que desempeñan papeles necesarios,
pero prácticamente ignoradas.
La madre
Distinto al papel del padre, como hemos visto con el caso del rey Lisuarte, las madres tienen un
gran interés en el porvenir de los hijos y en la preservación de la vida. La maternidad es base de
la cuna familiar, y la universalidad de los “instintos maternos” se contrastan con las tendencias
bélicas del hombre. Su valor se transparenta en el género caballeresco, sobre todo en el Amadís,
donde más se destaca su presencia. A pesar de la existencia y quizá la preponderancia de estos
instintos, ella siente gran frustración de no tener ningún control sobre el destino de su hijo, y
ella misma, siendo encerrada con las demás entre los muros de los castillos, sólo puede expresar su
angustia con llantos y súplicas, algunas de las emociones por las cuales las mujeres se caracterizan
en estos textos.
Las tres reinas de mayor importancia que tienen funciones maternales son la de Escocia, quien
encamina a Amadís; Helisnea, la mujer de Perión, su madre biológica; y Brisnea, la mujer del rey
Lisuarte. La reina de Escocia sirve de madre sustituta, ya que su madre de nacimiento (Helisnea) no
ha sido revelada todavía al héroe: “Yo quiero que sea mío, si os plugiere, en tanto que es en edad
de servir mugeres; después será vuestro”, y más adelante añade Montalvo: “Pero dígoos de la Reina
que fazía criar el Donzel del Mar con tanto cuidado y honra como si su fijo propio fuesse.” (III). Elisnea, quien más tarde se encuentra reunida con sus hijos en el capítulo CXXI, muestra este
orgullo materno; sin embargo, Brisnea, quien más aparece en el texto, está más descontenta y celosa.
Según dicen, los matrimonios están hechos en el cielo; esto se ve con Brisnea y Lisuarte, ambos
mostrando sentimientos parecidos. Las madres son las que se encargan de la educación de los niños, y
muchas veces la madre también es la educadora.
La educadora
En estos textos parece que el hombre destruye la vida, pero la mujer la quiere conservar. Se ha
señalado cómo Amadís de joven, antes de descubrir su estirpe, es acogido en la casa del rey
Languines. Allí la reina está encantada de darle la formación necesaria para lucir en el mundo de la
caballería. La vida clausurada de la mujer, comparada con el ajetreado afán del caballero, de
deambular desde siempre en tierras lejanas, le daba un impulso hacia el aprendizaje. Los
conocimientos del mundo, los que tenían las mujeres que se describen en los libros de caballerías,
se basaban más en la lectura que en la experiencia. Las horas solaces de verse en el interior, sola
o con otras, le daban la ocasión de educarse y de plasmar una formación que servía para instruir a
los demás, aunque la materia de su lectura fuese rígidamente vigilada por el hombre. La mujer
aprendía lo que le correspondía a una aristócrata de la corte. El hombre se adiestraba en las armas
fuera del castillo, pero la etiqueta cortesana que tenía que aprender la aprendía, en su mayor
parte, de las damas que la acompañaban. Aunque no le adiestra la dama al caballero en las artes de
la guerra, ella sí recalca la importancia de obedecer los deberes del caballero andante. Ella
protege su seguridad y la de toda mujer de acuerdo con las obligaciones de la caballería. Ella lo
forma y en cambio él la defiende.
La encantadora
En estos libros las buenas ayudan al héroe y las malas hacen todo lo posible parar impedir el bien.
La figura principal del bien es la encantadora. También hay encantadores varones, pero parece haber
más presencia del lado femenino. La más importante es Urganda la Desconocida, quien desempeña el
papel de Merlín en las obras artúricas. Es curioso que haya una inversión de papeles entre Lanzarote
y Amadís: en el primero, la antagonista es Morgana, una mujer, y en Amadís es un hombre, Arcaláus;
de igual modo, el bueno es hombre (Merlín), mientras Urganda es mujer. Urganda es la encantadora en
el libro que ayuda a Amadís, presagia los acontecimientos por venir y sirve de auxilio en los
momentos más inesperados, una especie de “dama del lago”. Al principio del libro ella dice, “éste
será el caballero del mundo que más lealmente mantendrá amor” (II), un presagio que por ser de la
persona más omnipotente del libro los demás no se aventuran a dudar. Ella es una importante voz
femenina en un libro de pocas mujeres. Aquí la encantadora es una mujer, distinta a los hombres
magos de las obras artúricas (Merlín) y a Daliarte del Palmerín (también hombre). Urganda tiene
incluso más poder que Amadís mismo, el héroe del libro: “si vos fuéssedes el mejor cavallero del
mundo, haría yo que él vos venciesse.” (II), lo cual quiere decir que el personaje más poderoso del
libro es una mujer. Si tuviera derecho de ser caballero andante cambiaría la trama de una manera
extraordinaria. Sus encantamientos son capaces de transformar su apariencia física, lo que le
permite disfrazarse cuando le es necesario: “Y él que la vio donzella de primero, que a su parecer
no passava de diez y ocho años, viola tan vieja y tan lassa que se maravilló como el palafrén se
podía tener” (II), pero nunca abusa de este poder y es empleado para ayudar al héroe.
La mensajera
Un papel común de la mujer en estos textos es el de ser mensajera, de anunciar nuevas aventuras en
tierras lejanas a las cuales el caballero necesita acudir. También anuncia desafíos de parte del
enemigo, lleva las noticias al rey o al caballero, y sirve de medianera entre dos grupos. El
escudero también hace esto si el asunto atañe a su señor, o la confidente, como hemos visto, si
concierne a la dama pero la mensajera suele presentarse de forma dramática entre la calma del
descanso del caballero. Aparece típicamente con los pelos alborotados y la ropa hecha pedazos, o
viene a todo andar en un palafrén con ricas vestiduras. La primera que se presenta en el Amadís es
una doncella que le lleva la espada y el anillo (del rey Perión, el padre de Amadís) a Amadís de
Gandales, su hermano de leche y escudero, para presentar el testimonio del linaje noble de Amadís.
Otra doncella que anuncia el episodio de Amadís con el caballero “malandante” Galpano, se acerca al
héroe “haziendo muy gran duelo” con “hermosos cabellos, y ívalos messando.” (VI). Algunas de las
mensajeras también son las que muchas veces sirven de narradora de historias muy largas que
ocurrieron fuera del escenarios pero que son esenciales a la trama del libro.
La confidente
Otro prototipo de mujer es la confidente, la que ayuda a la heroína (y a veces al héroe). Su función
se parece a la del escudero del caballero andante, pero ella parece tener más influencia sobre su
dama/ doncella que un escudero tiene sobre su amo, ya que ella sirve de terapeuta a las congojas
emocionales de la dama; le da consejos sabios e incluso mete baza en las decisiones de la dama. El
escudero/confidente es clave en la relación de que tiene su señor/señora con su amante. La primera
confidente en el Amadís, que es instrumental, es Darioleta, la confidente de Helisnea, quien ayuda
en la unión de ésta y el rey Perión. Darioleta es la mensajera entre Helisnea y el rey: “y con
lágrimas de sus ojos y más del corazón le demandó consejo en cómo podría saber si el rey Perión otra
mujer alguna amasse.” (Preliminares). Darioleta corre discretamente de uno a otro para llevarles los
mensajes. Perión también se confía en ella: “soy llagado de herida mortal, y si vos, buena donzella,
alguna mezelina para ella me procurássedes, de mí seríades muy buena gualardonada.” (Preliminares).
Ella sirve de trotaconventos, organiza el matrimonio secreto entre los dos, y ayuda a Helisnea a
esconderse durante nueve meses de embarazo después del encuentro con Perión. Las confidentes son una
parte íntegra de la vida cortesana. La mujer está enclaustrada en el castillo donde espera con
ansiedad la vuelta de su caballero, y las horas de ocio las pasa con las confidentes. Oriana tiene
dos confidentes, la Doncella de Denamarcha y Mabilia. Las dos la ayudan a pasar los malos tragos que
sufre a causa de los malentendidos con Amadís, pero Mabilia es la que más la acompaña, la aconseja y
la consuela. El apoyo que más le da es cuando Oriana en ausencia de Amadís se emociona y reacciona
precozmente. Mabilia muchas veces da la razón a Amadís: “el menor enojo que en vos sienta es llagado
a la muerte” (LIX); “a tal hora y a tal peligro no devía desamparar a su amigo” (LXI), “era mal
recaudo en tal tiempo no tomar acuerdo de lo que Amadís hazer devía” (LXVIII). Mabilia se lo repite
tantas veces a Oriana por que corazón apasionado no quiere ser aconsejado. Mabilia incluso sirve de
aconsejadora de Amadís, ya que conoce a fondo la mentalidad de su señora (LIX). La relación que él
tiene con ella es instrumental en conocer las idiosincrasias de su dama.
La obsesionada
Otro prototipo de mujer es la mujer “obsesionada”, la que quiere estar a cualquier precio con
Amadís, como si fuera una “estrella de rock”. Hemos visto como Madasima quiere “yacer” con él, pero
Galaor le sustituye aquí. En otra ocasión Briolanja hace que Amadís prometa quedarse en una torre
suya hasta que le dé un hijo y él, “por no faltar su palabra, en la torre se pusiera como le fue
demandado” (XL). Allí se queda, y él temiendo la reacción de Oriana, le manda saber en qué situación
se encuentra. La salida aquí no está clara, él o duerme con ella por consentimiento de Oriana, o
escapa sin compromiso: “Amadís, con esta licencia... ovo en ella un hijo y una hija de un vientre.
Pero ni lo uno ni lo otro fue assí” (XL). Lo más importante aquí es que no falte su palabra y haga lo
que Oriana le manda. Al final del libro otra vez Galaor satisface a los dos; él se casa con ella.
La mala
El Amadís entabla una representación íntegra de la mujer ya que ella ejerce diversos papeles, buenos
y malos, como hace el hombre; así ella no se limita a ser una mera sombra, sino que comparte con el
hombre una frondosa serie de encargos. Rodilla León menciona cinco mujeres malas principales en el
Amadis: Dinarda, quien anuncia el combate entre Amadís y Ardán Canileo; Gromadaza, ya mencionada;
Andandona; Bandaguida, la que mata a su madre para casarse con su padre, de quienes nace el monstruo
Endriago, quien es parricidio; y Matalesa la Desemejada, otra giganta como Andandona. Estas gigantas
y mujeres, como toda representación del mal, son vencidas por el bien. Lo que nos llama la atención
en casi todos los casos es su increíble fealdad y su carácter “esquivo”, en contraste con la
hermosura y rectitud del héroe. Hay que acercarse a estas interpretaciones con cuidado porque sería
perjudicial interpretar toda representación negativa de la mujer como producto de la misoginia.
Estas mujeres, a pesar de ser antagonistas, preservan un favorable balance entre las oposiciones de
malo / bueno.
La primera mujer “mala” que encuentra Amadís como caballero es una que menosprecia a su marido y
procura por engaño vengarse de Amadís por no dejarla acabar con la vida de su marido. Ella se
contrasta rotundamente con la imagen de Oriana, “la que sin par la llamó” (IV). Amadís encuentra a
esta mujer sobre su marido herido, “metiéndole las manos por las llagas” (IV). Cuando Amadís se lo
impide, ella busca a sus hermanos, diciéndoles que fue Amadís el que dejó a su marido en tal estado.
Después de descubrir el error, llega prisionera a la corte del rey Languines, quien dice a su
marido “Tan avelosa como lo es vuestra muger non deve bivir…” El esposo de ésta no cree que ella
merezca un castigo severo, pero él rey le dice a ella, “yo faré que compréis vuestra
deslealtad” (VI), y la manda quemar.
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