Hay un espíritu mundano que nos está llevando al caos para desgracia de la propia especie. La
epidemia de sobornos se ha incrustado fuertemente en la sociedad. Precisamente, la degradación
humana es tan general que nos estamos convirtiendo en verdaderos siervos de poderes corruptos. La
atmósfera sucia de la corrupción nos ha desnudado de valores innatos, de capacidad para poder
discernir, de actitudes coherentes con nuestra conciencia. Tenemos que salir de esta nefasta
adicción a los excesos y volver a tomar la rectitud y la honradez como baluarte de vida. No podemos
seguir bajo el yugo de una gobernanza injusta, que malgasta o dilapida los recursos públicos. Asumo
que es imprescindible retomar el referente de la honestidad para poder asegurar la subsistencia
ciudadana. La adhesión a salir de estas cloacas corruptas, de incentivos encubiertos, de
ilegalidades descaradas, pienso que ha de ser universal. Ciertamente cada país, entiendo, que debe
de establecer gobernanzas transparentes en todas las instituciones, pero también se ha de reeducar a
la sociedad para que este clima de atrocidades sea rechazado por el propio ser humano, y prevalezca
de este modo la incondicional entrega de servicio ciudadano.
La adicción a los sobornos va a seguir creciendo en la medida en que no se regenere la mundanidad
para que todos los humanos ganen el pan de cada día con dignidad. De un primer soborno, casi sin
importancia, se pasa a otro mayor como si fuera realmente una droga, y así sucesivamente, hasta que
se normaliza esta conducta perversa, y nos acostumbramos a ella, aunque sea la causante de alimentar
la desigualdad como jamás y la injusticia. Sería bueno valorar mucho más los comportamientos éticos.
La ética molesta, quizás porque condena esta tremenda manipulación permanente a la que estamos
sometidos los ciudadanos, degradándonos como persona. Algo distinto a lo que propician los mercados,
los poderes financieros, que han hecho de la ética una ideología para su interés y el de los suyos.
Olvidan que el ser humano necesita realizarse por sí mismo sin ningún tipo de esclavitud. Dejan de
lado a los pobres y a las personas más vulnerables; y los dejan sin educación, sanidad y sin otros
servicios esenciales, importándoles nada el tema de la marginalidad. Es fundamental nuestra
actuación, la de cada uno de nosotros. Todos tenemos la responsabilidad de ponernos manos a la obra
para salir de esta atmósfera aditiva, a la que no le importa la exclusión para nada.
Por tanto, está bien que proliferen las oficinas de ética, como es el caso de la de Naciones Unidas,
dispuesta a promover el acato a rendir cuentas, la integridad y la transparencia en el marco de una
normativa muy explícita, protegiendo de represalias al personal que denuncie este tipo de
comportamientos corruptos, cuando menos sacándolos a la luz. Naturalmente, los valores y principios
éticos de las Naciones Unidas han de servirnos como una guía fidedigna y como base para adoptar una
postura de desenganche ante la multiplicidad de adicciones a los sobornos. En cualquier caso, creo
que todos los países deberían promover una adecuada formación sobre la ética gubernamental, los
valores y la sana administración de los recursos públicos. Sería la mejor prevención. Mejor prevenir
que tener después que curar este huracán de solidaridad interesada que hace del mundo un hábitat
irrespirable, hasta el punto que mientras las ganancias de unos pocos van creciendo
exponencialmente, las de la mayoría de los ciudadanos disminuyen.
Los resultados a esta tremenda adicción de sobornos, extorsión u cualquier otra forma corrupta, hace
que la humanidad esté viviendo en estos momentos un declive humanístico, o si quieren, un
desconsuelo bien patente. El miedo y la desesperación de muchos ciudadanos va en aumento, mal que
nos pese la alegría de vivir también se va apagando, y la falta de respeto y violencia se acrecienta
por doquier rincón. Hay una desolación en el ambiente debido a este clima mundano, avivado por la
mezquindad interesada de los influyentes. No exagero si digo que son muchas las personas que han de
luchar cada día por vivir con dignidad. El ser humano no se puede convertir en un mero objeto de
consumo, que se puede desechar cuando no nos sirva. Junto a todos estos desajustes, se ha instaurado
una maldita opresión incorpórea, dispuesta a imponer de manera unilateral sus reglas de juego. A
todo ello hay que sumarle la multitud de evasiones fiscales egoístas, que han asumido dimensiones
mundiales descaradas, que contribuyen a que este apego de despropósitos para los que menos tienen,
siempre los grandes sufridores, tenga sobre ellos un efecto devastador.
Además, el que la adicción a los sobornos se haya mundializado lo que indica es que hace falta, no
solo denunciar, también poner los mejores antídotos contra este ambiente corrupto, auténtica plaga
del momento presente. No es algo insalvable. Nace de la avidez de unos pocos, o lo que es lo mismo,
de la ambición de una minoría interesada sobre las expectativas de la mayoría. Por consiguiente, se
puede evitar, avergonzando a quienes cultivan esta manera de obrar, al tiempo que se ha de activar
una cultura que realmente cultive el comportamiento solidario desinteresado. La misma sociedad hasta
ahora hemos contribuido a que cualquier autoridad se sienta poderoso, con derecho a todo, llegándose
a sentir casi un dios, convirtiendo de este modo el soborno o la misma corrupción en un habitual
proceder. Porque realmente, no lo olvidemos, esta muestra de adicciones mana del orgullo, de la
soberbia y altanería. Si el poder fuese en verdad mejor utilizado, sobre todo en servir
incondicionalmente a los más desfavorecidos, no existiría este prototipo de conductas depravadas.
Por eso, a mi juicio, el corrupto, cómplice de su legión de privilegiados, precisa más que de
perdón, ser curado del endiosamiento. Y, posteriormente, alejado de cualquier institución de poder.
Porque lo utilizará para sí y los suyos, mil veces que tuviese ocasión de hacerlo. Él mismo llega a
no percibir este clima de podredumbre, viéndolo como una práctica habitual. Es la victoria de la
inmoralidad frente a la honestidad, de las apariencias sobre la realidad, y del descaro indecente
sobre la discreción respetable. De ahí la importancia de ayudarle a caminar hacia un proceso de
interiorización que le haga reflexionar y entrar en juicio sobre el daño causado. En todo caso, sí
en verdad queremos conseguir un futuro más equitativo e inclusivo para todos, la adicción a los
sobornos y demás vicios o degradaciones han de ser anulados, promoviendo una cultura de servicio, de
transparencia, y, en suma, de ética gobernanza.
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