Y después vendrán los mercaderes a retirar las sobras del combate: irán separando rojos de verdes, sonrisas de muecas congeladas, abrazos antiguos de nuevas confidencias. Todo saldrá a subasta en el circo, donde los gladiadores
han expuesto sus destrezas guerreras mientras la muchedumbre rugía al compás de cada golpe.
Y luego, más tarde, cuando los despojos sobrantes ya no interesen ni a los perros que pululan por los extrarradios del recinto, aparecerán los burladores, los cambistas, los titiriteros de emociones compartidas, y recogerán los
restos para apostar con ellos en los casinos con números marcados.
No siempre hubo circos ni combates.
No siempre los mercaderes fueron cómplices de la voz perdida.
No siempre la sangre corrió por las alcantarillas nocturnas.
No siempre.
Hubo tiempos donde la voz fue canto, anchos los hombros y mágicas las palabras ofrecidas.
Hubo tiempos sin guerreros ni antifaces, en los que la piel rezumaba calor lejano, pero próximo en las distancias sin horas ni caminos.
Y hubo sonrisas sin celofanes de colores, y colores sin cielos corrompidos: tierras de andar andando, sendas sin trampas ni dolores, manos que buscaban el calor de otras manos diversas desde la palabra sin tapujos.
Ahora, desde mi atalaya sin luces, observo los resplandores de las luchas clandestinas, y sólo veo restos, piezas indescifrables de una derrota que se tragó besos y misterios, dejando al descubierto un olor a azufre amargo, e
irremediablemente sucio.
Y después… no sabrán qué hacer con las palabras que habíamos reservado para el futuro cierto.