• Berta Guerrero Almagro

    LA FLOR AZUL

    En el ocaso del primer Machado

    por Berta Guerrero Almagro


EN EL OCASO DEL PRIMER MACHADO O RECUERDOS QUE SUPONEN “SOLEDADES”



A. MachadoSi el tiempo transcurre sin cesar y prácticamente todo lo borra, las creaciones artísticas son uno de los modos que tiene el hombre sensible de enfrentarse a él y –con el beneplácito de la posteridad, a veces caprichosa– vencerlo. La escritura supone un modo de permanencia, y así se puede comprobar repasando bibliotecas y librerías. Son numerosos los nombres que se pueden aducir; en esta ocasión, Antonio Machado se convierte en la figura elegida, elevado representante del tempus fugit. No obstante, en este artículo voy a centrarme en el primer Machado y en los diecinueve poemas que, en su inicio, componen Soledades.

De herencia romántica –recuérdese el fervor del poeta sevillano hacia otro creador nacido en la misma tierra: Gustavo Adolfo Bécquer–, la inquietud por el paso del tiempo y el sentimiento de melancolía que de este se desprende invade los versos del poemario. Tal conjunción de elementos queda sintetizado en una palabra sobre la que, según Alvar (2007: 14), se mueve el mundo lírico del primer Machado: “tarde”. En este recorrido, la tarde se convierte en el elemento central, tanto por su frecuencia de aparición como por los aspectos que porta consigo.

Resulta oportuna, para acceder al estudio de este periodo temporal en la poesía del sevillano, la clasificación que establece Aranda al respecto (1975: 24-25): dieciséis de los diecinueve poemas que componen Soledades contienen referencias al día y, concretamente, el día aparece en seis ocasiones; la mañana, en dos, la tarde, en treinta y una; el crepúsculo, en una; el ocaso, en cuatro, y la noche, en otras cuatro ocasiones. Variedad en el discurrir temporal machadiano que Domingo Yndurain (1975: 19) clasifica así: tiempo pasado, paso del tiempo, tiempo futuro y nombres temporales que no se refieren a los tres grupos anteriores. El tiempo pasado –o, si se prefiere, la niñez y juventud perdidas– cobra gran relevancia en Soledades; tiempo que aparece unido a la melancolía del presente del sujeto. A ello se vincula la importancia del recuerdo o la memoria. Vivir para recordar y recordar para seguir viviendo, de este modo se desarrolla la existencia del hombre sin ser muchas veces consciente de ello.
Soledades se inicia con la presencia de “El viajero”:

Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente.
(Machado, 2007: 81, vv. 1-14).

La habitación oscura, el cabello gris, la caída de las hojas otoñales, la tarde y la frialdad encuentran sus opósitos en el sueño, la infancia y la claridad diurna. Las notas melancólicas invaden el poema, que concluye con una impresión sonora: un tictac irrefrenable que sella con encubierta dureza la composición –no se dibuja el reloj, no se anuncia con severidad el devenir temporal; pero el sonido de las agujas recuerda al oyente que cada segundo se marcha para no regresar–. Señala Yndurain (1975: 40) que el empleo de un sujeto como un hermano –próximo sentimentalmente, pero lejano en este caso, pues marchó tiempo atrás– supone un método idóneo para proyectar los temores propios.

Tardes fugadas, pero ancladas en la memoria, reexperimentadas, traídas al presente con una profunda melancolía. En “Recuerdo infantil” el tiempo de la niñez ha transcurrido para el sujeto poético, grabando en la memoria «una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de lluvia tras los cristales» (Machado, 2007: 84, vv. 1-4). Retorna el tiempo vivido, pero empapado en una nostalgia lluviosa, pues el recuerdo de lo experimentado puede conllevar una recuperación, pero íntima y poco consistente la mayoría de las veces. La escritura, sin embargo, supone una forma de permanencia, una búsqueda e intento de apropiación del tiempo perdido, como apuntó Marcel Proust. En conexión con lo expuesto, el poema VII resulta esclarecedor:

VII
El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.


En la tarde primaveral –de finales de marzo, comienzos de abril– el sujeto regresa a un escenario habitual en su juventud: un patio de blancos muros, con una fuente vivaracha que, con el tiempo, se ha sumido en el sueño. El poema se inicia con un primer plano, el cual introduce al lector en el estado de melancolía que experimenta el sujeto: la palidez y el polvo de la rama de limonero sobre la fuente detenida producen, de golpe, la sensación de parálisis y ausencia de vida. Es en este ambiente adormecido donde el sujeto rememora otras tardes primaverales de antaño en el mismo lugar; tardes alegres, brillantes, rebosantes de sueños como de agua la fuente; tardes con aroma de hierbabuena y albahaca; tardes en las que una madre posee macetas y al joven sujeto se le antojan –madre y macetas– eternas. Sin embargo, se han marchado las tardes claras y todo el patio está impregnado de ausencia.

La melancolía apuntada deja paso a una tristeza profunda “En el entierro de un amigo”: «tierra le dieron una tarde horrible / del mes de julio, bajo el sol de fuego» (Machado, 2007: 83, vv.1-2). La tarde estival, encendida y abrasadora, conecta con la dureza del hecho acaecido: el entierro de un ser querido. El calor desintegra físicamente; el dolor y la tristeza, psíquicamente. El agotamiento es absoluto para el sujeto poético. Asimismo, en el poema XIII (Machado, 2007: 91) se vuelve a presentar un atardecer veraniego y caluroso: «Hacia un ocaso ardiente/ caminaba el sol de estío,/ y era, entre nubes de fuego, una trompeta gigante,/ tras de los álamos verdes de las márgenes del río».

En conexión con el discurrir temporal, elementos como el agua –concretada en el río– y la tierra –en el camino– ejercen un papel fundamental en la poesía de Machado. El conocido poema XI es prueba de ello:

XI
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón».
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
«Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada»
(Machado, 2007: 89-90).

Caminar a la hora del ocaso hacia la inevitable noche, añorando la pasión de los días juveniles. Según avanza el caminante, la tarde se oscurece para dejar paso a la noche, la senda desaparece y las pasiones se apaciguan. La tarde es el momento en el que el sujeto toma conciencia del tiempo feliz huido. Con ella, la decadencia y la pena se instauran en el espíritu del sujeto, y mediante él, se hacen presentes en el poema.

Son estos caminantes solitarios quienes, hacia el final de la tarde, se internan en paisajes desconocidos y bañados por la penumbra, simbolizando de modo esclarecedor el devenir de toda existencia. También los sujetos más contemplativos reflejan el transcurso temporal a través del recuerdo, captando momentos vividos y recuperados mediante la escritura. La grafía es un modo de permanencia, de dejar rastro más allá de la voz perecedera, de los actos diluidos, de la carne vencida. Los sujetos poéticos de Soledades recuerdan tardes felices que anidan en la memoria, Machado las apresó con su escritura para que fuesen devueltas a la vida con cada lector.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

-Alvar, Manuel (2007): “Introducción”, en Machado, Antonio (2007): Poesías completas, guía de lectura de Mª Pilar Celma, Madrid: Austral.
-Aranda, A. (1975): “La tarde en las Soledades”, en VV.AA. (1975): La experiencia del tiempo en la poesía de Antonio Machado, Sevilla: Publicaciones de la Universidad de Sevilla.
-Machado, Antonio (2007): Poesías completas, edición de Manuel Alvar, guía de lectura de Mª Pilar Celma, Madrid: Austral.
-Yndurain, Domingo (1975): Ideas recurrentes en Antonio Machado, prólogo de Aurora Albornoz, Madrid: Turner.

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