Harto del deambular interhabitacional, más pesado desde que vivo solo, salgo a la calle, voy a ciertos museos donde prosiguen las caminatas bajo techo y la calma acompaña a las penumbras; me doy cita con objetos
inmóviles y mudos, objetos fuera del tiempo.
Un lobo disecado me enseña los dientes, no me podrá morder como lo haría un perro callejero.
Un retrato pintado por un famoso, los rostros expresan codicia o un hastío nunca pasado de moda; si el señor del retrato, lo
más probable, acaba cayéndome gordo, lo evito dando dos pasos a un lado, él no me puede seguir. En cambio, si encuentro a ese señor en casa de mi tía caerá sobre mí sospechando mis defensas bajas: para colmar su codicia
intentará quitarme algo, así sea mi tranquilidad de espíritu; o para matar su hastío me utilizará de entretenimiento, sin excluir la crueldad.
Para eso caerá sobre mí ¿y cómo evitarlo si estoy en casa de mi tía invitado
a tomar el té?
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