• Juan R. Mena

    Contraluz

    La nostalgia de Sefarad

    por Juan R. Mena


Con el titulo Sefarad, corazón múltiple, apareció este artículo en el año 1993 en “San Fernando Información”, título perteneciente al libro con que Manuel Pérez-Casaux (1929-2015) lograba ser finalista del Premio El Olivo, en la ciudad de Jaén, editado posteriormente en la colección “Señales de Poesía”.

Antes que nada es necesario aclarar que Sefarad es el nombre que los judíos españoles le dieron a España, de la que fueron expulsados, como sabemos, en 1492. Esos judíos del destierro se llamaron después sefarditas.

Pero a nosotros, lo que nos incumbe ahora es el contenido y la valoración de este libro de poemas en los que el autor, partiendo de Sefarad como “la tierra más hermosa”, enriquece la acepción de esta palabra con unos significados esenciales, de modo que ya Sefarad es la tierra en que se vive, la novia, la lengua, la madre, la infancia y el pueblo.

¿No son estos los temas fundamentales de la verdadera poesía? Pues bien, el poeta los canta “desde dentro”; es decir, desde la sensibilidad de los sefarditas en su querida experiencia de residentes en Sefarad y también como desdichados que han sido puestos en el trance del exilio.

Ahora bien, el poeta no ha intentado hacer historia concreta de ese periodo histórico, sino que ha entrelazado el presente con el pasado en una honda palpitación del espíritu hispánico. Sin embargo, hay una melancolía evocadora desde una vejez en la que el probable simbolismo cede a una visión perfectamente real, aplicable a un sefardita como en el poema “La casa vacía”, que no en vano es el poema final del libro: en él hay compendio de la desazón que nos ha acompañado durante su lectura: “Los vivos siempre somos/muertos desenterrados, / y por ello nos es ya familiar / todo cuanto madura con los siglos. / En la casa vacía he descubierto / fantasmas que sonríen, que están / mirándome a la cara / y no me reconocen, y en silencio / llenos de asombro pasan a mi lado / y mi rostro contemplo en los cristales. / Y mi pelo se va poniendo cano, / se repliega mi frente en la penumbra / y unos ojos que miran a la nada / también a mí me miran largamente / con luces de destierro o despedida, / y pienso que estoy vivo / porque esto en realidad aún no es la muerte / mas la casa vacía, en Sefarad / que a pedazos se cae poco a poco. La otra vida jamás será como esta casa / y, a pesar de estos miedos / yo noto que descanso en una paz / que no sé si es de muerte todavía. / Lejos de Sefarad me estoy muriendo / y los huesos me crujen y los años / y pienso que es el fin que se anticipa”.

El poema merecía la pena, aunque le parezca extenso al lector con prisa. Es como una alegoría, si bien trasladada a un plano personal, como si un sefardita nos narrase esta experiencia después de continuas evocaciones, en las que el poeta intercala detalles biográficos tales como el “uniforme” y jugar “al contra”. No obstante, ello no impide que el poemario tenga una homogeneidad en el sentimiento por cuanto hay de unidad en “el dolorido sentir”, como escribió Garcilaso de la Vega.

Endecasílabos y heptasílabos blancos, como dijimos, forjan un libro de veintiún poemas en los que no hay abusos de metáforas ni de colorido paisajístico, sino que es la mesura en el tema como en los procedimientos lo que le da carácter de buen tono lírico a Cartas a Sefarad, poemario -por su registro poético realista y su sentido crítico en ocasiones- imbricado en la poesía social de los poetas de la llamada generación de los años cincuenta-sesenta, a la que pertenece Manuel Pérez-Casaux por su fecha de nacimiento y formación literaria.

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