Un clavo saca otro clavo.
Así, el nacer supone el morir. Pero no sería justo limitarlo a esos dos puntos porque entre ambos fluye la vida, cada vez con distinto rostro.
Un día muy lejano nació nuestro planeta como el tercero
del sistema solar. Dejó de ser una roca trashumante para convertirse en una bola de fuego, poco a poco apagándose, la roca originaria se había fragmentado y volvióse portadora de gases como el oxígeno que llevan al agua y de
ésta alumbrar la vida.
La vegetal fue la primera comenzando por las plantas y luego por los árboles. No lo sospechaban pero estaban destinadas a alimentar el siguiente paso de la evolución: el reino animal.
Y a la cabeza, la
especie más evolucionada, el hombre, que no tardó en hacerse dueño del planeta. Pero le salieron al paso otros seres hijos de una construcción cada vez más inteligente, llamados los robots, frutos del hombre que los
construyó por partes dotándolos de energía y desarrollados que amenazaron con someterlo.
Pero ésta es otra historia, dirigirse al señor Carlos Darwin o al señor (Wallace), siglo XIX.
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