• Ricardo Iribarren

    La Palabra Olvidada

    La Agonía del Unicornio (28)

    Eunuperia

    por Ricardo Iribarren


“Eunuperia” o Instrucciones para Orinar sobre los Ojos de Alejandro Jodorowsky

“El único Unicornio bueno es el Unicornio muerto”


1

El objetivo central del ultramoderno sanatorio de Eunuperia, era llevar unicornios a la muerte. Los detalles de esta actividad debían permanecer ocultos al público; por eso, la clínica se ubicaba en el subsuelo de un viejo y casi abandonado muelle del ejército. Para entrar, había que apartar pesadas piezas de chatarra y rezagos militares.

La construcción del hospital se realizó pensando en una posible guerra. A pesar de la ubicación precaria, contaba con tres plantas y podía albergar hasta cincuenta pacientes. Los gruesos cimientos y la cobertura de hormigón lo protegerían de supuestos bombardeos en caso de un conflicto.

Aquella mañana, la dotación de siete médicos y cinco enfermeros, atendían al único paciente: el Escritor Unicornio. El objetivo de los profesionales era llevarlo a una muerte aceptada, sin violencia manifiesta. Lograr que un unicornio reclame el fin como única salida posible, fue siempre un objetivo difícil. Mitad hombres y mitad bestias, las defensas y el anhelo de vida eran más intensos que en un ser humano común. Además, cualquier aceleración indebida del proceso; cualquier torpeza ansiosa de los profesionales, podría producir el derrame y la pérdida de los humores sutiles acumulados en el cuerno y los huesos. Ellos contenían los principales elementos afrodisíacos que debían pasar íntegros al cadáver.

Pedro Villarreal, era el nombre del jefe de Eunuperia a cargo de la clínica. Psiquiatra retirado de sesenta años, nunca se había casado. Quienes lo rodeaban, fueran amigos o enemigos, coincidían en el mismo comentario: “esa mujer que no fue su esposa, se salvó de una muerte segura”. Con esto aludían a las reacciones imprevistas y violentas que a veces llevaban al profesional a lesionar a quienes estaban a su lado, sin distinguir entre adversarios o colaboradores. Todos opinaban que estas reacciones surgían de las propias contradicciones del psiquiatra, pero en sus momentos de serenidad, Villarreal afirmaba que eran formas de lograr en sus semejantes una reacción terapéutica. Fundamentaba la afirmación con teorías médicas y había llegado a escribir un libro: “El Valor Curativo de la Agresión Brutal” que tuvo un importante éxito de ventas.

En su juventud, Pedro Villarreal fue discípulo directo de Lisístrato Eunucio, el mítico fundador de la rama moderna de Eunuperia; el que ideara el recurso de moler los cuernos y los huesos de los unicornios para obtener un enérgico afrodisíaco. Al psiquiatra lo conocían por el apodo de “Doble Ciego”, denominación que tenía su historia.

Al cumplir dieciocho años, Villarreal ingresó a Eunuperia. En ese entonces, ya era admirador de la lógica jacobina y negador de la moderación en cualquiera de sus formas. Opinaba que la realidad sólo podía modificarse por acciones extremas. La vida o muerte de los implicados, serían datos secundarios.

A la semana de su ingreso en la orden, presentó a las autoridades el primer proyecto: identificar y arriar trescientos unicornios a una de las montañas cercanas a la ciudad. Se utilizarían camiones de gran porte, topadoras u otros vehículos similares. Cuando llegaran al frente de los cerros, se perseguiría a las bestias por estrechos caminos intrincados; Villarreal agregaba un mapa detallado y elaborado por él mismo. Los senderos confluían en una meseta al borde del abismo. De este modo, los unicornios quedarían aprisionados entre los camiones y las topadoras por un lado y el vacío por el otro. A los miembros de Eunuperia les bastaría cazarlos con un simple lazo, teniendo en cuenta el carácter pacífico de los animales.

“Debemos dar a nuestro negocio el carácter de industria” ― afirmaba el futuro psiquiatra ― “Hay que conseguir como sea una cantidad importante de estos hediondos bichos y así montar una verdadera planta de productos afrodisíacos”.

En ese momento Eunuperia decaía por falta de afiliaciones y requería de sangre joven. Para evitar la ruptura, los jerarcas discutieron con prudencia las dificultades del proyecto presentado por aquel estudiante de psiquiatría.

Antes que nada, alabaron el empuje y el enfoque de futuro en cuanto a la producción industrial de polvo o jarabe de cuerno de unicornio. Sin embargo, algunas cosas resultaban evidentes: ¿cómo harían las topadoras y los grandes camiones para marchar por los estrechos senderos de las montañas? Aún solucionando este inconveniente, debían afrontar la principal dificultad: hacía muchos años que las bestias no se encontraban en estado puro. En cierto momento de la historia, alguien había ideado la Cripsis. Llamaban así a un camuflaje iniciado en la niñez de los unicornios y que brindaba a los mismos un definido aspecto humano. Esto los convertía en ciudadanos de diversos países. Una operación del calibre de la presentada por el afiliado, implicaría secuestrar en forma masiva grandes grupos de personas en diferentes partes del mundo. Si bien Eunuperia disponía desde su inicio el apoyo de los principales centros de poder, lloverían las denuncias y ninguna opinión pública aceptaría o dejaría pasar el evento. “Quizá si se hablara de treinta o cuarenta en un año, podría considerarse” ― dijeron como única concesión a aquel joven brillante y apasionado en exceso.

Villarreal no renunció al plan. Sin responder a las objeciones de los dirigentes, detectó que algunos de los miembros estaban de acuerdo con lo que llamaba “La Redada de los Unicornios” y no anteponían aquellos “prejuicios humanistas, retrógrados y decadentes”. Entonces fundó dentro de Eunuperia una rama clandestina a la que llamó “El Club del Salón de Equitación”, nombre que guardaba reminiscencias de la Revolución Francesa y del intento de los Jacobinos para conquistar el poder. Además de disciplinar férreamente a sus miembros, el “Club” recabaría fondos y apoyos políticos

En poco tiempo se montó la emboscada de acuerdo al plan original. De inteligencia brillante, Villarreal había estudiado las formas de sugestión masiva; el medio para que un grupo de trescientas personas elimine todas las defensas; para que cada uno de ellos se quiebre y reclame la muerte.

La mañana en que se estaba por concretar un pacto clave para el proyecto, Pedro Villarreal quedó ciego. En la sala su casa, acababa de limpiar la pistola. La súbita pérdida de visión produjo un acceso de agresividad que lo llevó a tomar el arma y disparar sin medir consecuencias. Hirió de gravedad a dos colaboradores que en ese momento lo acompañaban. Al rato, llegaron refuerzos de la propia Eunuperia. Lograron reducirlo y sedarlo. Lo hospitalizaron y realizaron todo tipo de estudios. Los nervios ópticos estaban intactos, lo mismo que las pupilas y todas las partes del ojo. Villarreal era un hombre joven, en perfecto estado de salud, sólo que no podía ver.

Se pensó en una ceguera histérica, pero tampoco encontraron indicios. Un psiquiatra que lo revisó, resumió con dos palabras la conducta a seguir: “Halopidol y paciencia”.

A los siete días, Pedro Villarreal recuperó la vista en una forma tan misteriosa como la había perdido. Decir que “la recuperó”, era una expresión de deseos. Su percepción ya no fue la misma. En la calle, en el lugar de trabajo o en la propia habitación, pequeños enanos verdes surgían frente a él para afirmar que el mundo debía ser dominado por un gobierno universal de científicos. Alcanzaban al psiquiatra cáscaras de nuez en las que grababan largas listas de enemigos del proyecto. Todos debían ser aniquilados.

Al principio consideraron estas manifestaciones como parte de un “Delirio post traumático”, pero el poder de convicción de Villarreal fue tal que logró convencer a un pequeño grupo de militares acerca del nuevo orden mundial de científicos y la necesidad de eliminar a los enemigos cuyos nombres figuraban en las cáscaras de nuez. Decidieron por el momento posponer la redada de los unicornios, y desataron el terror entre los supuestos adversarios de la futura sociedad. No hay constancia de las cifras, pero afirman que muchas personas entre las que se contaban famosos escritores y teóricos de tendencias humanistas, fueron muertos sin que nadie supiera exactamente por qué.

El Club realizó tres intentos de secuestrar y asesinar al supuesto líder de los opositores a la mentada sociedad planetaria de científicos. Se trataba del Tarotólogo chileno radicado en París, Alejandro Jodorowsky,. El proyecto fracasó, ya que las cartas siempre alertaban al profeta de la conjura en su contra. Desde entonces, la figura de quien llegaría a ser el psiquiatra jefe de Eunuperia, se asoció al terror.

El apodo “Doble Ciego” también surgió en esta época. Se vinculaba al método científico por el cual se procura evitar en una investigación la influencia del efecto placebo o el sesgo del observador. En el caso del psiquiatra, el apelativo hacía referencia por un lado a su obsesión cientificista; por el otro, al hecho de que habiendo enceguecido una vez, la visión distorsionada del mundo lo seguía manteniendo ciego a pesar de haber recuperado la vista.


2

La versión moderna de Eunuperia se formó a principios del siglo XX. En su inicio contaba con siete miembros. Cien años después, esta cifra llegó a veinte, de los cuales diez eran militares de alta graduación, cuatro, médicos, un sacerdote y dos abogados. Los tres restantes se desempeñaban en los servicios de inteligencia de diferentes países. El grupo, a pesar del número reducido, mantenía una decisiva influencia política y militar en todos los gobiernos del planeta.

Sólo algunos miembros de la organización eran pelirrojos de nacimiento. A los otros se los obligaba a teñir los cabellos de color carmín. Además, debían utilizar un maquillaje para el cuerpo que producía un enrojecimiento leve de la piel, y mantenían una estricta alimentación de fresas, remolachas y otros frutos de color semejante.

La organización primitiva databa de la prehistoria y según los pocos documentos conservados, contaría con una antigüedad de cinco milenios. Sus miembros siempre se habían organizado en forma de callados y oscuros círculos iniciáticos. Los templos eran viviendas humildes, construidas con barro y paja. En la Baja Edad Media sufrieron persecuciones ante la acusación de canibalismo presentada por el Santo Oficio. El cargo tenía su fundamento, ya que se exigía a los adeptos que donen una parte del cuerpo para alimentar a los miembros. A la rama moderna llegaron recetas para la preparación guisada o asada de dedos, narices o labios humanos. En las mismas se aseguraban que siguiendo los principios de cocción descriptos, la textura de las carnes sería similar a la del pollo o el pescado tierno. Afirmaban que esta práctica de comer en forma ritual las mutilaciones consentidas de los integrantes, se remontaría a la creación del primer hombre.

Los manuscritos aseguraban que la alimentación equilibrada, incluida la carne humana, aportaba un aumento inusual de longevidad y fuerza En la Eunuperia primitiva, la edad de los miembros se contaba en cientos de años, y habrían sido capaces de procrear hasta una edad muy avanzada.

La leyenda afirma que tres de las sedes de la organización, situadas en lo que sería hoy Europa del Este y parte de Rusia, eran vecinas de comunidades de unicornios. Las míticas bestias contaban con inteligencia y capacidad de lenguaje. Pretendían permanecer ocultas de los hombres, pero poco a poco se acercaron a Eunuperia. La cálida recepción de parte de los monjes, hizo que estrecharan relaciones y en el siglo IX de nuestra era, firmaron un acuerdo por el cual la cofradía les brindaba protección. Esto llevó a que una gran cantidad de unicornios recibieran la iniciación. Como el resto de los integrantes, también donaron parte de sus cuerpos para que sirvan de alimento. Entonces los miembros de Eunuperia advirtieron que la carne de aquellas bestias aportaba una energía más potente y luminosa que la de los seres humanos.

El relato agrega que cuando uno de los unicornios, el más anciano y jefe de la tribu, sintió que estaba cerca la muerte, dejó un testamento por el cual donaba el cuerno para ser pulverizado y distribuido entre los miembros. El aumento de la energía física y mental, permitiría al espíritu avanzar sin límites.

Hacia principios del siglo XX, la organización empezó a declinar. Fue entonces cuando ingresó un novicio que era a la vez teniente del ejército y científico destacado. El nombre era Lisístrato Eunucio. Una tarde se presentó en el refectorio, donde el monje superior permanecía en oración. Lo interpeló, exigiendo la revelación de los secretos más antiguos que se relacionaban con la obtención de una fuerza sin límites y de la inmortalidad. También reclamó conocer el lugar donde se reunirían los míticos unicornios.

El anciano alegó que, aunque le brindara la información requerida, Lisístrato no podría hacer nada con estos datos. En su carácter de novicio, debía esperar a obtener los grados más elevados de la orden. El conocimiento parcial no le permitiría cumplir con los altos objetivos. El teniente, que ya esperaba esta respuesta, convocó a cuatro subalternos. Apresaron al monje y lo sometieron a torturas. Dos de ellos habían estudiado en Francia con miembros de la OAS, quienes les enseñaron los crueles tormentos que aplicaban a los alzados argelinos.

Las torturas se prolongaron durante una semana. Se alternaban algunas tradicionales como el “Potro” o “el Abrazo Divino”, con otras en las que se aplicaba una tecnología propia de la época. Como resultado, el anciano confesó los secretos. Eran catorce entre postulados y recetas. El número seis era el más importante, ya que sintetizaba los demás. Los miembros de la cofradía, por el solo hecho de recibir la iniciación, se convertían en el elixir de la vida o la piedra filosofal que buscaran los alquimistas durante siglos. De este modo, el grupo era un “cinabrio viviente” y para desatar toda su potencia, necesitaban de los unicornios. El anciano, con la mente alterada por la tortura y a punto de morir, reveló que las bestias, dada la hostilidad creciente del mundo, fueron llevadas a Oriente, donde se las sometió a sucesivas Cripsis. Para detectarlas, los miembros de la organización debían completar su transformación en mineral alquímico, tiñendo de rojo cabellos y piel y consumiendo una alimentación especial.

Cuando el monje terminó de brindar todos los detalles, el mismo Lisístrato le cortó el cuello en forma ritual para acabar con su vida. Desde entonces, Eunuperia procuró conseguir unicornios tan sólo para aprovechar la potencia afrodisíaca de cuernos y cuerpos. A la nueva organización ya no le importó incrementar la energía corporal de los miembros para lograr una trasmutación espiritual. Tan sólo buscaron prolongar el goce de los sentidos.

En los primeros cien años de la nueva Eunuperia, siete de los veinte miembros se trasladaron a Bolivia, donde recibieron formación chamánica. La requerían para crear barreras de protección espiritual, inducir la muerte voluntaria y lograr que un cuerno de unicornio brinde el máximo de su fortaleza.

Con el paso del tiempo, el dinero y el poder acumulado por la organización así como un cierto temor reverencial a sus prácticas, hizo que el solo nombre fuera objeto de sumisión y temor, aún por representantes de crueles y belicosos gobiernos dictatoriales.


3

Aquella mañana, Pedro Villarreal, el “Doble Ciego”, en el final de su guardia se detuvo frente a la cama donde yacía el Escritor Unicornio. Durante un rato observó el rostro del paciente: rasgos finos, con excepción de la nariz achatada y los orificios demasiado grandes en relación con los otros rasgos. Pálido y delgado, apenas respiraba, pero trasuntaba una nobleza oscura, propia de aquellas bestias.

En el parte correspondiente al día de la fecha se consignaba que aquel único paciente había entrado en coma. Por encima del juramento hipocrático, común a todos los médicos, Eunuperia exigía un férreo y excluyente compromiso con la organización y sus fines. De allí que n o siempre, como en aquel caso, correspondía el enfoque ético de salvar una vida a toda costa. “El único unicornio bueno es el unicornio muerto” solían decir en las reuniones secretas que mantenían y la expresión se había convertido en un axioma.

Pedro Villarreal repasó una vez más los signos del escritor. Correspondían a un coma moderado. El psiquiatra había sido el encargado de grabar con una modulación cuidada y precisa, las sugerencias para que el unicornio entre en agonía. El mensaje subliminal que contenían esos textos era muy simple: “la muerte es mejor que la vida”, o “nunca deberíamos haber nacido”. Así, el extremo cansancio, la desazón total y la pérdida de esperanzas lo habían llevado a aquel coma. Otra bestia que entraba en la antesala de la muerte. Otro unicornio que donaría huesos y cuerno para procurar la felicidad de los militares maduros. Era un hecho auspicioso. En estos casos se imponía cumplir la consigna de la organización: “Todo lo fasto debe celebrarse”.

El psiquiatra entró al baño privado que sólo utilizaban los médicos. El rostro de Alejandro Jodorowsky, principal enemigo de Villarreal, llenaba la totalidad del piso. Habían dispuesto la imagen de tal modo que los ojos cubrieran el suelo del mingitorio. En las paredes, se repetía un mismo afiche rojo con letras amarillas: “Instrucciones para orinar sobre Jodorowsky”. Allí se establecían los requisitos: desde la recitación de un mantra hasta la forma de colocar el pene para dirigir el chorro. Era la creencia de Eunuperia que si se arrojaba el fluido en forma ritual sobre los ojos del “malvado oscurantista”, como lo llamaban, con el tiempo perdería la vista y con ello se marcharía una parte importante de su poder.

El psiquiatra siempre se jactaba que a pesar de sus años, la salud y la potencia de su próstata era la de un hombre de veinte. Entre otras cosas, esto permitía que el chorro de su orina tuviera una fuerza inusual. Todos los días se entrenaba en aquella “práctica de guerra”, como llamaba a la evacuación de los líquidos corporales sobre su enemigo. A una distancia de dos metros, podía acertar atinadamente en cada uno de los ojos. La prueba de la eficacia era que con el paso del tiempo, la superficie de la fotografía se había deteriorado en esas zonas por el amoníaco y otros elementos de la orina, dejando el rostro del tarotólogo con los ojos blancos, como un sonriente ciego.

Al terminar, el médico bajó hasta el segundo subsuelo del hospital. En una nevera industrial, guardaban un champagne importado de París, dispuesto para ocasiones como aquella. Faltaban quince minutos para que tres de las enfermeras y el médico internista dejaran el turno Celebrarían entre todos. El psiquiatra se consideraba generoso y compartiría con ellos aquel logro.

Antes de colocar la segunda botella de licor en el nicho del freezer, estalló en las manos de Villarreal, empapándolo con el líquido burbujeante. La nevera se desplazó hasta el otro extremo de la habitación y se apagó la luz. La explosión que siguió hizo vibrar las paredes y el médico se sostuvo de un estante para no caer. Pensó en el paciente, pero estaba demasiado ocupado procurando escapar de la mesa que lo perseguía y lo obligaba a refugiarse en los rincones del cuarto.

Las vibraciones aumentaron y pareció que los muros y el piso hubieran cobrado vida. Pedro Villarreal pensó en un terremoto. Hacia el sur del hospital escuchó un segundo estruendo. Luego sabría que una pared de aquel sector se había desplomado.

Gritos. Alarma general. Alguien puso a andar el generador de emergencia. El motor funcionó durante dos minutos y recién entonces volvió la luz. Al llegar los otros médicos, encontraron al “Doble Ciego” atrapado por la mesa. Corrido el bisoñé rojo, exhibía la incipiente calva. Retiraron del grueso vientre una provisión de tubos de ensayo que habían caído sobre él y lo ayudaron a incorporarse.

― ¡El hombre unicornio! -gritó Villarreal apenas recuperó el aliento-. Todos corrieron a la habitación. La cama estaba vacía. Habían cortado las correas que lo sostenían. El psiquiatra avanzó hacia el lecho solitario. Se detuvo un momento a evaluar con la mano la textura de la sábana y luego se dirigió a los otros.

―En unos minutos alguien colocó una bomba, entró y se llevó el único paciente en nuestras propias narices. ¿Ustedes lo pueden explicar?

Los demás negaron al unísono con las cabezas.

―El cuerpo de este unicornio ya estaba vendido. Se repartiría entre la cúpula del gobierno militar. Unos cuantos penes volverían a la vida con los huesos, la sangre y en especial con el cuerno. ¿Saben de alguien a quien pueda achacarse la responsabilidad?

Todos miraron con temor al “Doble Ciego”. Su crueldad era famosa. Algunos insistían en que, siguiendo la tendencia antropofágica de la organización primitiva, una vez por año elegía a uno de sus enemigos, lo mataba con las propias manos y lo comía en forma pausada durante los doce meses siguientes. Se hablaba de su tendencia a frecuentar los sitios más bajos de la ciudad y realizar rituales prohibidos en busca de una fuerza oscura que luego desplegaba en las ceremonias. Los criminales más crueles temblaban ante él. Ahora, médicos y enfermeras sabían que Villarreal estaba demudado, aunque no levantara la voz; aunque mantuviera la sonrisa gentil.

―Pregunté algo. ¿Tienen un nombre, alguien a quién acusar de esto? Quiero escucharlo de vuestros labios.

Una de las enfermeras y un médico joven, con las mejillas rojas, se interrumpieron mutuamente murmurando la misma palabra.

―Creo que fue el doctor… el doctor Petrov.

El doble ciego se acercó a la mujer con una sonrisa.

― Muy bien, Gervasia, usted nombró a alguien. ¿Por qué lo hizo?
― El doctor Petrov es el protector del hombre unicornio. La noche en que lo secuestramos, hubo que neutralizarlo destruyendo la fuerza de su sonajero…

La enfermera se interrumpió. El doble ciego acababa de tomarla del cuello. Con una fuerza inesperada, la elevó en el aire hasta apoyarla contra una de las paredes. Fue tal el envión que la mujer perdió uno de sus zapatos blancos.

―¡Entonces usted afirma que el unicornio está en la casa de Petrov!.

Gervasia tenía el rostro rojo y los ojos desorbitados. No podía hablar. Ninguno de los presentes hizo nada por ayudarla. No querían enfrentarse a la fuerza del “Doble Ciego”. La enfermera sólo atinó a decir que sí con la cabeza.

―Entonces irá a buscarlo.

Villarreal la soltó y el cuerpo de la mujer apenas pudo mantener el equilibrio al caer.

― Le doy hasta mañana a la tarde para que llegue con una provisión de polvo o jugo de unicornio -se limitó a agregar el psiquiatra.

Al salir de la habitación, el golpe de la puerta resonó en toda la clínica.

Ver Curriculum
Curriculum





volver      |      arriba

Pulse la tecla F11 para ver a pantalla completa

contador

BIOGRAFÍAS    |    CULTURALIA    |    CITAS CÉLEBRES    |    plumas selectas


Islabahia.com
Enviar E-mail  |  Aviso legal  |  Privacidad  | Condiciones del servicio