“Un sol timorato entregado ante el avance de espesos nubarrones espectrales, atrincheró sus rayos desparejos. Avanzaba con la serenidad del que no sabe hacia dónde va realmente. Era como un ente desmemoriado girando en un
mundo de amnésicos e indolentes. Desde el centro del nimbo podía sentirse un rugido desesperado que al chocar con la luz derrumbaba todo lo que encontraba. Boooommm boooooommm fiiiiiiuuuuuuuu uuushhhhhhhhh crashhhh… Y
después vendría el silencio mojado. Siempre fue igual”
Así describía el hombre de paso trasnochado y lengua entreverada, la inminencia de una tormenta cada vez que se aproximaba sobre la ciudad imaginaria que aparecía sombría en su mente enferma, aunque bien podría haber sido
alguna vez la suya.
En el barrio lo llamaban “El loco”; sin embargo, nunca supe si de verdad lo era, lo único que puedo asegurar es que ese hombre de edad indefinida, pero viejo, empujado a saltar el umbral que separa la cordura de la
enajenación, fue sobreviviente de una guerra programada por otros hombres en un sitio que quedó tatuado en su alma para siempre.
No sé si habrá sido en Iraq, en Colombia, en Siria, o en Somalia. No sé si habrá sido en Libia, en el Golfo, o en Afganistán. Quizás fuera en Palestina ¿Cuál sería la diferencia si el denominador común es el odio irracional
que se descarga generando la aniquilación del ser?
Solo pude notar que sobre su alma deshilachada dejó raíces el dolor extremo dando frutos de obscenidad indescriptible.
Su sol timorato lo acompañó atrincherando sus rayos desparejos hasta el último instante de su desgraciada vida.
Lejos de allí, bajo astros luminosos, otros hombres –in pace leones, in proelio cervi*, a los que nunca a nadie se le ocurrió llamarlos locos, ultiman detalles para desatar nuevas contienda abriendo paso a espesos nubarrones
espectrales que habrán de convocar nuevas enajenaciones programadas.
* En tiempo de paz son leones, pero en la guerra son ciervos (Quinto Septimio Florente Tertuliano (160-230), Teologista Cristiano)
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