Vivimos ahogados por las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias en donde el ser humano vale menos
que un dólar. Los yijadistas quieren meternos a todos en la Edad Media en donde el Califa de Damasco dicte y sentencie lo que todos los demás tengamos que hacer a su gusto y manera empezando por obligarnos a todos a aceptar
la doctrina de Mahoma so pena de muerte y acabando con todo el sistema democrático occidental.
Los cristianos están siendo duramente perseguidos, desde hace varios años, y apenas ocupa esta noticia un minuto en el telediario. Parece ser que nuestros miles de mártires defensores de la fe en Cristo no es ninguna noticia
destacable para ocupar más tiempo. Hace unos meses en la Universidad de Nairobi, (Kenya) un grupo terrorista musulmán secuestró a cientos de jóvenes universitarios y fueron matando, a sangre fría, a todos aquellos que no
eran del culto islámico. Este tipo de noticias no interesan, las muertes se producen lejos de los lugares de mercado o de la producción de petróleo.
Miles de inmigrantes mueren todos los años ahogados al cruzar el estrecho de Gibraltar o al intentar llegar a Sicilia en pateras saturadas de personas donde las mafias imponen su ley. Niños de corta edad, mujeres
embarazadas, jóvenes y ancianos se agolpan en estas pequeñas embarcaciones de madera como cáscaras de nuez en un inmenso océano. Para las autoridades españolas e italianas son un problema que pretenden ocultar y mirar para
otro lado; utilizando métodos coercitivos para evitar su paso y, cuando así y todo pasan, los alojan temporalmente en campamentos para repatriarlos lo antes posible hacia sus lugares de origen donde les espera una muerte
casi segura por falta de alimentos.
Se da la triste paradoja que mientras en los países pobres más de 15 millones mueren al año por falta de alimentos y de agua potable, en los países ricos se tiran millones de toneladas de comida a la basura porque han
sobrado en nuestras mesas o ya han caducado. Muchas personas, cada vez más, mueren en el primer mundo por comer más alimentos de la cuenta con alto porcentaje de grasas y calorías lo que provoca una serie de enfermedades
como: obesidad mórbida, diabetes, problemas cardiovasculares, etc., que, en muchos casos, conducen a la muerte.
Mientras, en nuestro país, se sigue produciendo corruptelas y corrupciones sin cuento. Todos los días cae algún político (bien sea del PP, PSOE, CiU, o cualquier otro partido) en esas tramas negras cuyas cuentas ni se sabe
su cuantía ni en qué paraíso fiscal están situadas ya que, en cuestión de minutos, pueden cambiar de lugar sin dejar apenas rastro. La ley no es igual para todos, si un calé roba una gallina se le cae el pelo y paga por ella
hasta la última pluma. Si una parada pretende llevarse bajo manga un trozo de jamón, el fiscal puede pedir por este “escandaloso” robo hasta cuatro años de prisión. Todo el mundo sabe que los ladrones de guante blanco salen
bien parados de los millones de euros que roban a las arcas públicas o el blanqueo de dinero procedente de las drogas. Estas altas personalidades (ex ministros, presidentes de comunidades autónomas, alcaldes, consejeros,
empresarios, ex sindicalistas…) están unos meses en prisión y salen, en muchos casos, sin devolver el dinero robado del erario público.
La increíble velocidad con que se extienden las noticias y los problemas sociales nos dejan aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento e injusticia? Cada vez estamos mejor informados del mal que
asola a toda la humanidad, y cada vez nos sentimos más impotentes ante ella. Las nuevas tecnologías nos van anulando como personas y nos hacen más pequeños e indefensos; cada vez somos más dependientes de ellas y más
inútiles e impotentes sin su utilización.
Nuestra sociedad consumista nos aboca a no perder un solo minuto, nos impide parar para ver las estrellas, contemplar el amanecer junto a la playa o leer unos poemas a la sombra de un pino. Estamos obligados a producir
cuanto más mejor, aunque ello pueda ocasionarnos todo tipo de enfermedades como: estrés, ansiedad, problemas coronarios…Todo vale con tal de no quedarse atrás; no ser el último, seguir y seguir trabajando aunque con ello te
dejes la piel, la familia y la felicidad.
La ciencia nos ha querido convencer de que los problemas se pueden resolver con un poco más de técnica y de poder. No es verdad. A más técnica más acero y más corazón frío e insensible en el hombre que nos arrastra, a todos,
a una gigantesca organización y racionalización de la vida que, con el tiempo, puede llegar a anularnos como personas. De hecho este poder organizado ya no está en manos de las personas sino de las estructuras. Se ha
convertido en “un poder invisible” que se sitúa más allá del alcance de cada individuo. En gran parte, éste se ha convertido en mero instrumento, atrapado en un sistema de relaciones que ya no puede dominar.
Entonces, la tentación de inhibirse es grande. ¿Qué podemos hacer para mejorar esta sociedad?. Más de uno de nosotros piensa que son los grandes y poderosos, los que detentan el poder político o económico, los que, por sí
solos, han de operar el cambio que necesita esta humanidad para ser mejores y más felices. No es así. Los poderosos (sean político o financieros) son personas con escasos valores éticos, inmersos en mantener sus privilegios,
sus posiciones y su poder y a los que solo les interesa el pueblo para pedirles el voto cada cuatro años o que inviertan en acciones de tal o cual empresa que cotice en bolsa.
Nosotros no podemos cambiar el mundo de una forma individual pero sí denunciar las injusticias para que, al menos, la gente sepa cuáles son y quiénes las producen e ir poco a poco, paso a paso, mejorando desde nuestras
mínimas aportaciones para sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Con muchos granitos de arena se puede llegar a formar una bonita playa bordeada de palmeras.
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