Cuando somos niños admiramos y nos recreamos a la vez ante una simple margarita, el vuelo de una mariposa o el andar pausado de una paloma blanca en el parque. Después, a medida que van pasando los años, nos vamos haciendo
menos sensibles a nuestro entorno natural e incluso alardeamos de realizar algunas tropelías con los animales que tenemos a nuestro alrededor sin llegar a los casos extremos de colgar a algún galgo de un pino o tirar a una
cabra de lo alto del campanario de una iglesia castellana.
Desde nuestros primeros pasos por la Tierra, hace unos cuantos millones de años, siempre hemos sido unos seres depredadores de nuestro entorno natural y, a pesar de la existencia de abundantes selvas y bosques fuimos capaces
de reducirlas, hoy en día, a su mínima expresión. Según nos cuenta el geógrafo griego Estrabón en su libro III de Geografía: “ En Iberia era tal la abundancia de bosque que una ardilla era capaz de cruzar el espacio
comprendido entre los Pirineos y Gibraltar sin bajarse de la copa de los árboles”. Tal era, según Estrabón, la frondosidad de nuestro país antes de que nuestras mesetas fuesen taladas para construir flotas y ciudades.
A partir de principios del s. XIX, se comenzó a destruir masivamente la naturaleza vegetal y animal no solo en Europa sino a escala planetaria. Hasta tal punto llegó a ser esta destrucción que las manadas de búfalos
americanos que, en un principio se contaban por cientos de miles, llegaron a prácticamente desaparecer de las llanuras norteamericanas cazados por el hombre blanco para así rendir por hambre a “los salvajes indios”.
Mientras los civilizados blancos destrozaban los bosques y mataban a todo “vicho viviente” los “bárbaros indios” meditaban sobre las consecuencias nefastas que tendrían para todos los seres humanos la desaparición de su
entorno natural. Es famosa la declaración del jefe indio Seatle (del que deriva dicha ciudad del noroeste norteamericano) al dirigirse al gran Jefe de Washington en los siguientes términos, en 1855:
“El gran Jefe nos envía un mensaje para comprar nuestra tierra…Pero ¿Quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?...Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un
abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada insecto que zumba es sagrado para mi pueblo…El hombre blanco pronto invadirá la tierra, como ríos que se desbordan desde las gargantas
montañosas, como una inesperada lluvia…El hombre blanco no entiende nuestra manera de ser… saquea la tierra de sus hijos y les es indiferente. Tratan a su madre -la Tierra- y a su hermano -el firmamento- como a objetos que
se compran, se usan y se venden como ovejas o cuentas de colores…”
El presidente de los Estados Unidos de América Theodore Roosevelt, prominente conservacionista, fue el primero en tratar el tema de la Conservación ambiental en la agenda política de los Estados Unidos, aunque más centrado
en condiciones de vida saludables que en cuestiones ecológicas. Roosevelt potenciará el parque nacional de Yellowstone creando el Cuerpo Civil de Conservación, la construcción de centros de información turística, los camping
y la mayoría de las carreteras existentes en la actualidad.
El movimiento ecologista moderno se expresó de forma más apasionada en la cúspide de la era industrial: cerca del tercer cuarto del siglo XX. Los clásicos ecologistas modernos empezaron en ese período con el trabajo de
Rachel Carson que proveyó el primer toque de atención científica sobre la muerte del planeta debido a la actividad humana.
La sociedad desarrollada, tanto europea como norteamericana, no se va a concienciar, pues, del problema que supone la degradación del paisaje natural hasta después de la II Guerra Mundial cuando comienzan a surgir con fuerza
varias ONGs para intentar, mediante una serie de campañas publicitarias, atraer el interés de la gente hacia la conservación de la naturaleza (WWF, Amigos de la Tierra, BirdLife Internacional, Ecologistas en Acción,
Greenpeace…)
La frase “educación medioambiental” fue definida, por primera vez, por el Dr. William Stapp de la Universidad de Michigan, en 1969. Además de concienciar a la población a través de la educación, algunos gobiernos buscan
soluciones a las agresiones ambientales con las nuevas energías alternativas, las cuales aprovechan los factores ambientales sin crear alteraciones en el medioambiente.
El ser humano es a la vez el causante y la víctima de la acción degradativa al medio ambiente. El hecho de formar a las personas en este tipo de educación desde pequeños contribuye a que, en un futuro, actúen más
responsablemente en cuanto a estos aspectos.
La mejor manera para solucionar los problemas que sufre el medio es impartiendo a todos una buena educación, una educación ambiental que, a la larga, conseguirá cambiar todas las acciones que alteran peligrosamente el
medioambiente. La educación ambiental está compuesta por la naturaleza y, entre otras cosas, esto es importante para la vida del ser humano pues, sin ella, no viviríamos.
Pienso que toda manifestación de vida merece nuestro respeto y consideración. Por favor, pensemos en nosotros y en el futuro de nuestros hijos. Cuidemos nuestro entorno natural, es el único que tenemos.
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