En septiembre de 2010, tuve la oportunidad de escuchar a Eduardo Galeano en el Aula Magna del Campus de la Universidad de Estocolmo. En esa ocasión Galeano había llegado, a Suecia, para recibir el Premio Literario Stig
Dagerman en la localidad de Laxön.
Cuando dio su discurso aquella tarde de otoño, me senté muy cerca de él; casi a su frente. Estaba vestido con un pantalón azul, una camisa lila a rayas y un chaleco color vino tinto. Así pude observarle a medida que iba
leyendo los párrafos de su texto titulado: “Algunos pecados capitales del mundo al revés”. A veces, en las pausas, levantaba la cabeza para mirar el techo del recinto.
Hoy, a cuatro meses y medio de su partida, me vinieron los recuerdos de ese gran humanista que luchaba por la igualdad entre los pueblos. Galeano siempre estará vivo para quienes comparten las ideas progresistas, el rol de
los movimientos sociales y la necesidad de hacer justicia en este mundo esquizofrénico. No participó directamente en política, pero fue un intelectual de izquierda. Un hombre comprometido con las clases oprimidas y que,
además, denunció los sistemas totalitarios, los atropellos contra los Derechos Humanos y la política del imperialismo estadounidense.
Viajó por muchos países de América Latina, mantuvo reuniones con presidentes, dirigentes sindicales; pero también con el pueblo. De ese modo acumuló experiencias y vivencias que le sirvieron posteriormente para escribir.
Investigaba la historia y la economía de los países. Como también estudiaba minuciosamente diferentes lenguas, culturas, costumbres, tradiciones y creencias del continente latinoamericano. Sabía muy bien que ese continente
estaba dividido en dos, y que se ejercía una fuerza bruta, dominante y abusadora que se desplazaba desde el Norte hacia el Sur. Era un convencido de que la historia, del continente humillado y saqueado, había sido escrita
por los conquistadores, curas, criollos y latifundistas. Pero Galeano no se quedó con los brazos cruzados ante las injusticias. Cargó su certera pluma con tinta roja para dar a luz su célebre libro: “Las venas abiertas de
América Latina”. Con tan solo 31 años, escribió la verdadera historia del continente latinoamericano. Su libro fue un referente, en plena Guerra Fría, para muchos intelectuales con los pies bien puestos sobre la tierra, para
estudiantes, universitarios y obreros. Se prohibió la publicación, porque se consideraba un documento comunista por las dictaduras de Uruguay, Argentina y por las otras dictaduras de los países vecinos.
En suma, “Las venas abiertas de América Latina” pone en alto relieve el saqueo y la constante humillación que ha sufrido el continente de Simón Bolívar, desde la llegada de los españoles hasta nuestros días; en donde el
imperialismo yanqui activa todos sus tentáculos para seguir dominando y usurpar las riquezas naturales de esas tierras.
Los países desarrollados junto a los Estados Unidos han invadido los mercados, han impuesto una economía neoliberal y tecnología que ha creado dependencia. El modo de producción y las estructuras jerárquicas de la sociedad
capitalista han sido impuestas desde el extranjero. Las empresas multinacionales florecieron y se llevaron, en ganancia, el esfuerzo y el sacrificio que ha costado, a veces, la muerte a miles de miles de obreros. Y otros
miles de miles de niños, ancianos y mujeres están pagando, en gran parte, por esa terrible relación asimétrica que existe entre los países ricos y los países en vías de desarrollo. El bienestar de Europa y los Estados Unidos
depende, en cierto grado, de los países mal llamados tercermundistas.
Galeano saca la cara por la dignidad del ser humano ante un capitalismo siniestro, inhumano y hambriento de materias primas. Y, por consiguiente, capaz de desatar guerras, contradicciones y conflictos sociales para
conseguir, a cualquier precio, su preciado botín. Latinoamérica siempre ha sido considerada como un pozo lleno de materias primas necesarias para la supervivencia. Solo para citar algunos ejemplos; desde los tiempos
coloniales Potosí (Bolivia), Ouro Preto (Brasil) y Zacatecas (México) han sido la codicia del Viejo Mundo.
Galeno escribe al respecto: "... para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos, otros ganaron. Pero ocurre que
quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre
implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura
en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno". De este enunciado se desprende que el subdesarrollo de América Latina es producto de una explotación económica y de sus recursos naturales. En consecuencia, se ha
implantado la ley de la selva: el más fuerte vive holgadamente, mientras los demás sobreviven desamparados o simplemente mueren.
Las venas abiertas de América Latina, dio un giro de trescientos sesenta grados a las teorías de modernización interpretadas por el país del Norte, quienes culpaban el subdesarrollo del continente por falta de recursos
humanos. Es decir, los habitantes de América Latina, según esa explicación, eran incapaces de salir del atraso y de la pobreza. Causa que llevó a los gobiernos norteamericanos a ejercer "un plan de desarrollo" para la
región. En la práctica esto significaba paquetes de asistencia, pero esos paquetes iban cargados de restricciones económicas y políticas. Para cualquier persona, que tiene dos dedos de frente, está claro que esas maniobras
tenían un objetivo: mantener la hegemonía en el continente y, sobre todo, evitar el surgimiento de una "nueva Cuba".
Han tenido que pasar muchos años, mucha sangre ha corrido bajo los puentes. Las estructuras de poder han cambiado y, hoy en día, existen gobiernos y poderosos movimientos sociales, en el continente, que han rechazado
rotundamente las políticas norteamericanas. Estados Unidos ya no juega un rol importante. Y Galeano, desde su tumba, nos alumbra para luchar con más ahínco por esas ricas venas de América Latina.
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