• Juan R. Mena

    Contraluz

    Recuerdos en celuloide sentimental

    por Juan R. Mena



En la nebulosa de los primeros recuerdos del cine, se nos vienen a la memoria, como por asalto, aquellas películas de la sección infantil en el Teatro de las Cortes de a mediados de los años cincuenta. A modo de chispazos de imágenes, se me bajan en este andén del tiempo nombres como Fu Manchú, Sabú, Ivanhoe, La isla del tesoro, Tarzán…

Eran los domingos en los que al mediodía, a manera de zoco improvisado, los niños nos reuníamos como con una cita tácita en las dos aceras del Teatro para aquel apresurado, entusiasta y nervioso intercambio de tebeos.

Pero las dos películas del horario de los chiquillos eran el plato fuerte del goce dominical. Puede que a muchos de ellos se les olvidaran nombres de actores y actrices que intervenían en las aventuras de la pantalla, pero yo los tenía muy presentes porque en las contraportadas de novelas de amor de las colecciones Rosaura, Pimpinela y Madreperla figuraba una foto de artista de cine a guisa de retrato de estudio dentro de un marco de lujoso molde titulado “Lluvia de estrellas”, con una sucinta biografía de aquellos ídolos del cine americano de entonces, que fue una especie de siglo de oro cinematográfico de Hollywood.

Poco tiempo después, apareció la serie Sissi, revista a modo de magazine de la época para jóvenes, y en cada número se narraba la vida de una actriz o un actor con fotos y éxitos de carrera. Por esos años yo me sentía atraído por todo lo norteamericano partiendo de mi admiración por las celebridades del séptimo arte, incluido el estudio a trompicones del inglés. Para colmo, leía los tebeos de Hazañas Bélicas, con historias de Boixcar y Farré, en las que las tropas aliadas recuperaron la libertad para Europa.

De todas las actrices rutilantes en aquellos días, me sedujo, con su hoyito en la barba, Ava Gardner. De los actores, me impresionaba Gary Cooper por su aspecto de hombre noble, Charlton Heston por su versatilidad en los papeles de héroe histórico, Alan Ladd por su pose de hombre tranquilo en los peligrosos trances de la vida agitada del Oeste, el peinado de Rory Calhoun, que yo trataba de imitar, las aventuras de Gregory Peck con el mundo en sus manos…

Pero no hemos de olvidar aquellas otras películas, como las del neorrealismo italiano, las francesas y, sobre todo, las españolas, aunque se las llamaran un poco despectivamente “españoladas”, con aquellos tan buenos actores, a los que la posteridad va haciendo justicia, como Pepe Isbert, Francisco Rabal, Manolo Morán, Maruja Asquerino, Aurora Bautista, Irene Caba Alba, Fernando Fernán Gómez…

He tratado de reproducir escenas de aquel film de la infancia ya rondando los lindes de la adolescencia, en concreto la mía, que se identificaba entonces con los lugares de ocio de su barrio: el cine de Curro y el cine San Fernando, lo mismo que otros jovencitos isleños en torno al cine Madariaga o al cine Florida, el cine Avenida, el cine Carraca, además del Teatro, el cine Almirante o el cine Salón, más de invierno que aquéllos otros de verano, con los chuches en las puertas y sus gentes cotidianas como séquito de un cortejo de costumbres inalteradas, donde gozamos, en conjunto, de tantas películas que van dentro de un marco legendario de emociones y destellos alimentando nuestra nostalgia de una época que se nos ofrece como una galería de fotos en blanco y negro, con esa pátina que no queremos que se borre para satisfacción de nuestras señas de identidad.



De El cinematógrafo en La Isla (2014)

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