• RESEÑA de LIBROS

    La mesa italiana
    de Víctor Jiménez

    Renacimiento, Sevilla, 2015

    por Juan Mena

la mesa italianaMe llega una nueva entrega del poeta sevillano Víctor Jiménez editada por la editorial sevillana Renacimiento. El libro comienza con una introducción de Juan Lamillar, se inicia con un soneto, a modo de presentación de lo que se va a desarrollar y luego sigue con cuatro partes, la última rematada con unas dedicatorias. El poeta explica el título de mesa italiana: “Una mesa italiana es, en teatro y por extensión cine y televisión, una lectura conjunta con todo el reparto de un guión”.

En otras ocasiones hemos comentado en esta misma columna otros libros de poesía del mismo autor, tales como Taberna inglesa, El tiempo entre los labios y Al pie de la letra.

En todos ellos, con ligeras diferencias en los temas, hemos considerado una polimetría en los poemas —sonetos con endecasílabos y otros sonetos de arte menor, endecasílabos blancos y algún poema asonantado, así como versos alejandrinos— y una experiencia vital, incluso de cada día en sus contenidos. Ya en el primer poema —un soneto— el autor explica lo del reparto como un simbolismo de la vida:” He aquí, por fin, sentados los actores/contigo alrededor de la gran mesa./Todos con un papel en su alma impresa./Presentes todos aunque los valores,/los atiendas sin más o los ignores./El niño aquel con cara de sorpresa,/el muchacho y la joven que lo besa/por vez primera aquellos desamores,/el hombre de hoy, su sombra de mañana/la mujer que lo espera en la ventana/y aquella otra que emprendió la huida./Sólo el reparto, apenas unos pocos,/para leer, sin cámara ni fotos,/el guión inacabado de la vida”.

Se puede decir que, a partir de este soneto, se van desovillando las circunstancias de la vida. La poesía de la experiencia tiene aquí un predio de emociones registradas tanto en la casa como en la calle. Ya lo anuncia Juan Lamillar en el prólogo, que el libro es como “un documental poético, que parte de un tiempo, la infancia, y de un lugar, el barrio sevillano, ya perdidos en la niebla: juegos, costumbres, imágenes veneradas, vecinos que tuvieron que marcharse…”

El poeta es, pues, un testigo de la vida que lo circunda con la caravana que pasa, como diría Rubén Darío. Un testigo del dolor y la alegría de los demás, a veces por encima de su propia experiencia como ciudadano; experiencia diaria que no por ello cae en lo narrativo, sino que está aireado con un aliento de metapoesía, de una atmósfera de autenticidad que es propia de un poeta maduro como se observa en el poema “Otoño tardío”, en verso alejandrino asonantado con la misma rima o-o, con cierta resonancia de poema épico: “Hoy se ha puesto diciembre, oscuro y misterioso,/para esquivar la sombra que viene por nosotros/y ponerse a resguardo de este frío tan hondo/ a la lumbre de un cuerpo deseado y hermoso./Y pararse a mirar, serenamente, cómo/ resplandece la vida a la luz de unos ojos”.

A pesar del cruce de circunstancias desfavorables de la vida, el guión es inevitable hasta el punto de que son todos los actores uno mismo o, como dice Juan Lamillar “escuchar el guión de nuestra vida mirando expectantes al director a ver cómo va a repartir los papeles de la película”.

Felicitamos al poeta sevillano por esta nueva entrega en la que la poesía de la experiencia —al fin y al cabo, la que subyace siempre victoriosa debajo de todas las modas— continúa la tradición poética como un eslabón de lo que permanece a fuerza de sinceridad.









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