Muchas veces podemos pensar que nuestro quehacer diario es algo insignificante, carente de
valor alguno y que cualquier persona lo puede hacer sin mayores problemas. Entonces surge el
desánimo nos sentimos seres indefensos y caemos en un estado más o menos depresivo. Pensamos
que las demás personas lo podrían hacer mejor que uno mismo y, sobre todo, si esas personas
han estudiado o trabajado fuera de España o proceden de un país extranjero.
Uno de los pintores asturianos más prestigiosos de la actualidad, Manolo Linares, me comentó,
el año pasado en una cafetería de Oviedo, que cuando tenía poco más de veinte años se fue una
temporada a París para visitar sus museos y perfeccionar su técnica pictórica. Linares me dijo
que a la vuelta de su estancia parisina (tan solo varios meses después) ya se le consideraba
en Asturias como un pintor consagrado simplemente por haber estado una temporada en “la ciudad
de las luces”. A partir de ese momento vendía muchos más cuadros y a mejor precio.
Tony de Mello contaba una historia que he leído en Pagola: “Un pez joven e inexperto acudió a
otro más viejo y con más experiencia y le preguntó: “Dígame, ¿dónde puedo encontrar eso que
llaman Océano? he andado buscándolo por todas partes sin resultado.” El viejo pez le
respondió: “El Océano es precisamente donde estás tú ahora mismo.” El joven pez se marchó
decepcionado: “¿Esto? Pero si no es más que agua… Lo que yo busco es el Océano.”
Nuestro desconocimiento e ignorancia nos hace imaginar que todo lo procedente de fuera es
mejor que lo más próximo o cercano a nosotros. Tal vez este complejo de inferioridad esté en
nuestras propias raíces históricas que siempre pretendían imitar el gusto y cultura francesa,
italiana o inglesa por considerarlas muy superiores a la española e incluso nos jactábamos de
no ser importantes las novedosas invenciones técnicas que surgían en estos países con el dicho
tan popular de “que inventen ellos”.
A pesar de todas las dificultades, trabas y desinterés por nuestra propia cultura parte de
gobiernos y pueblo español, en general, hemos tenido personajes de primerísimo orden
reconocidos a nivel internacional. Señalaré, simplemente, algunos de los más destacados en el
campo de la literatura, el arte o la medicina como: Miguel de Cervantes, Quevedo, García
Lorca, Antonio Machado, Velázquez, Francisco de Goya, Salvador Dalí, Joan Miró, Pablo Picasso,
Ramón y Cajal o Severo Ochoa.
Casi todas estas personalidades (por no decir todas) tuvieron problemas en España para
desarrollar su trabajo y, algunos de ellos, murieron en la indigencia en nuestro país (como
Miguel de Cervantes) otros se tuvieron que marchar fuera (hacia Francia o Estados Unidos) para
desarrollar su labor y ser reconocidos internacionalmente (casos de los pintores Goya y
Picasso o del médico asturiano Severo Ochoa).
Como se puede constatar no tenemos porqué amilanarnos pensando que los mejores artistas,
literatos e incluso personalidades en el ámbito científico son de origen extranjero (más
concretamente del mundo anglosajón) y que en España adolecemos de personas al mismo nivel o
superior a éstos.
De igual forma está ocurriendo, en los últimos años, el deseo de aprender inglés a la
perfección y en todos los campos del saber menospreciando o dejando de lado, nuestro propio
idioma. En la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado el idioma que estaba de moda
era el francés y a partir de los setenta se fue imponiendo, paulatinamente, el inglés e
incluso se pretendió implantar el chino mandarín en colegios e institutos de la Comunidad
Valenciana hace unos cuantos años.
Todo el mundo sabe la importancia que tiene el inglés en nuestros días y no seré yo quien diga
lo contrario. No obstante pienso que, en primer lugar, deberíamos de aprender correctamente el
español a la perfección que, aunque muchas veces se da por supuesto, no siempre somos capaces
de llegar a un nivel aceptable en nuestro propio idioma, ni de forma oral ni escrita. Baste,
para demostrarlo, algunos ejemplos sangrantes en el campo de la ortografía. Hace unos meses me
encontré en Internet, con un documento oficial de una universidad española, la ciudad de
Valladolid terminada en “z”. El año pasado vi, con mis propios ojos, un panel metálico de
tráfico que indicaba la dirección hacia Avilés (pequeña ciudad asturiana) sin tilde en la “e”.
Incluso, algunas veces, los libros de texto tienen errores ortográficos incluido el libro de
Lengua y Literatura.
Nuestro idioma, el español, no tiene porqué considerarse como un idioma inferior al inglés o a
ningún otro. Más bien ha de considerarse como una de las lenguas más importantes en la
actualidad por el número de personas que lo hablan en el mundo (más de 500 millones), por la
gran cantidad de países que tienen establecido el español como lengua oficial (más de 25
países) y también por su riqueza lingüística ya que es una de las más prolíferas por la
unificación lingüística a lo largo de nuestra historia. Es, también, rica en conceptos y se
los articula fácilmente.
España es un país muy rico en dichos y refranes populares. Uno de ellos nos dice que: “el que
persigue lo ajeno, pierde temprano lo propio”. Así pues, hemos de apreciar y estimar mucho más
lo que tenemos en nuestro entorno sea en el ámbito cultural, científico o popular, sin pensar
que todo lo ajeno y lejano es más importante que lo propio.
Se pueden pasar momentos felices en la terraza de la cafetería Vicente, a menos de cien metros
de donde uno vive, tomando un café mientras uno contempla el caer parsimonioso de las hojas
amarillentas y rugosas de los árboles del Parquín en una soleada tarde otoñal, o leyendo
algunas páginas de la deliciosa y corta novela del escritor cubano Leonardo Padura “Adiós,
Hemingway” que, por cierto, estuvo recientemente en Oviedo para recoger personalmente el
premio Princesa de Asturias de las Letras 2015. Hemos de procurar que no nos ocurra lo del
pececito del cuento de buscar el Océano cuando ya estaba inmerso en él. Hemos de buscar
nuestra propia felicidad en las pequeñas cosas diarias para, posteriormente, reflejarla a los
demás. La felicidad la podemos encontrar a la vuelta de la esquina.
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