No era tonta, aunque lo parecía con aquellas trenzas, una mas larga que la otra, sus pecas y
su pelo rojo, todo era, sin embargo, amable en ella, la traviesa, la juguetona, la sin novio,
la enamoradiza que brillaba por su singular belleza, Guirtudyett, para algunos conocida como
Dyett.
No amargaba verla, era de oro macizo, especial, real, llena de virtudes, pero tristemente
clásica.
Los hombres le habían roto la cabeza muchas veces, por eso ese desequilibrio en las trenzas,
por ello el rojo se mezclaba con el cobre y con el rubio oscuro en ellas. Por eso era ella, la
de los muchos amores sin sentido, queridos todos, desde el primero hasta el último, amados
todos por igual porque en cada uno de ellos depositara esperanzas de maternidad y amor, que
esperaba fueran sentimientos eternos.
Bendiciones para su actuación particular me queda por pedir a los santos, suerte para su
misericordia con los desamparados, pero jamás, escuchad bien, jamás para con los hombres
malos, que la vendieron sin saber que con ello desigualarían sus espesas y brillantes
trencitas largas de colores y sus cada vez más escasas ilusiones.
No habrá choques entre ella y yo, la comprendo, la respeto y por ello hoy bien escribo sobre
ella, la musa pecosa, delgada, que aún guarda su amor para dar, jamás para regalar, sólo para
brindar al enmascarado que la quiera y se saque la máscara para decírselo a sus anchas.
Así va ella paso a paso, su edad no tiene importancia, su gesto con la humanidad es lo que
cuenta. Lo cuento con el corazón en una mano y el hígado en la otra. Lo cuento en serio.
Es Dyett, que ha decidido igualar las clases sociales, tomar la justicia de su mano, ¿no sé si
se puede?, que ha tomado la determinación de avanzar derechito calle arriba o calle abajo, en
bicicleta o camión, sola o acompañada.
Dyett, que no bailará sola siempre, que se irá al sur, pero no como un narcotraficante llena
de hijos de varios compañeros y con comportamiento de fugitiva, que se va y se viene desde
abajo, que se va y vuelve y si no lo hace se la extraña hasta los límites insospechados del
ser.
Dyett, de colores vestida, de mirada comedida, sin rencor, pero sin piedad, la desfavorecida
del reino terrenal, que llora sobre su almohada porque le robaron su arte y se harán ricos con
el ciertos ciudadanos que conoce bien. Clamará para que llegue a sentirse bien por la justicia
divina, merecida, la suya no puede alcanzar todos los espacios o rincones ni tocar fácilmente
a esos ladrones vulgares, que no han podido engañarla. Se las sabe casi todas, pero ahí, debe
estarse callada.
Pena que sea así, solo es carne con huesos, luz oscura, vacío, holocausto, mala en físicas,
pero buena en intuiciones.
Ella, que adora lo que la rehace, reconforta e iguala el cabello, que cambia sus ojos de color
cenizo a verde helecho con los rayos de la luna de agosto y anda descalza por casa.
No descansará hasta que les atrape, los fantasmas en la sombra que de noche la atacan
haciéndola infeliz, los desleales de su cuento, los y los, y son muchos, créanme.
Hay tanto por lo que luchar que piensa transformarse en la “Mujer fantástica de Saint
Pichuelly”, inolvidable, pero su lucha es triste porque es la única que siente o ha sentido de
ese modo.
Victoria para ella pido. Sí, a su máscara de gato, a sus ojos azulados durante el día, a su
traje de motera y a sus balazos bien dados.
Sí, porque es mujer del sur, sí, porque tiene un motivo, está viva y no se chupa el dedo
aunque lleve trenzas de estúpida, y sí, porque sabrá hacerlo y sus enemigos se lo merecen: los
atropellos, puñetazos y arañazos.
Sí, porque le queda bien la máscara y tiene buen cuerpo para usar su apretado pantalón negro,
sí, porque el sol la llena con sus rayos y le dará poderes especiales, mágicos, singulares.
Sí y sí miles de veces porque es hija del sol y vale mas de un millón de estrellas y cometas.
Es agradable y no llora, esos rayos se lo impiden, es simpática y señora y no morirá sola. A
mí me tiene y más que va a tener.
Es y es y por eso que es, miren, es.
Mujer gata, mujer que trepa por los edificios para vigilar a los traidores, maleantes y
asesinos, algunos enmascarados también, pero siendo del bando malo, como en las películas de
Batman y Robin, por ejemplo.
Mujer estrella que no se estrellará aunque caiga desde aquella alta torre de ciento treinta
plantas, porque sabe volar, la energía solar que recarga en su balcón por las mañanas, así se
lo permite.
Así fue como vio la infidelidad de su primer amor, allá por los años noventa y nueve. Ahí se
produjo el primer cambio en su trenza derecha, cinco centímetros nada más y nada menos creció
cuando le vio en cama con una morena, guapa ella, pero la fidelidad debía estar en primer
lugar, amigos.
_No te preocupes por Dyett, no se enterará de nada, disfrutemos de la cama y sintámonos
libres.
_Tengo miedo de que se entere, escuché que la llaman “Mujer Gata”
_¿Cómo va a ser?, me hubiera enterado yo si así fuese, la veo a diario, escucho hablar a sus
amigas, nada de gata, es una tontuela.
_Una vez le he visto una extraña luz roja en los ojos, aquella tarde que entré en la cafetería
y me observó, creo que presentía que nos conocíamos.
_Sí, lo recuerdo, me asustaba pensar que me hablarías, el lío que tendría con ella. Es celosa
y caprichosita mi nenita.
_Bueno ahora no está.
De repente la morenaza desde la cama y desnuda una silueta vislumbra en los amplios ventanales
de la noble habitación, planta 98 del Hotel Westinghurt. Era ella, “La Mujer Gata”, que les
veía y maullaba, que los cristales arañaba, pero la morenita no sabía bien si era Dyett o un
fantasma, nunca la viera con su antifaz.
Mujer Gata, parte pronto que tu novio te verá y sabrá de tu secreto.
Da la vuelta y no regreses, ya sabes lo que querías saber. Lárgate.
_Luygi, la he visto, una silueta de mujer muy guapa, con el pelo desigual, parecía que le
crecía por el lado derecho, maullaba y nos observaba sin perderse detalle de lo que hacíamos y
nos decíamos.
_El brandy te ha hecho efecto, mi morena, el brandy te mata por eso te dije que algo sí, pero
no demasiado. Prosigamos con nuestro amor, que tienes la cabeza llena de fantasías, de muertos
vivientes, muñecos en la sombra y películas de terror.
_Si ella entra nos matará, se lo veo en la mirada, tiene sed de sangre.
_No entran los seres invisibles, yo nada veo ahí donde me dices.
_Quiero irme del hotel mi amor. Nos vemos otro día, quiero confesar mis pecados al cura del
pueblo de Creytt, puede ser una señal de que moriré pronto o de que el diablo quiere poseerme
por pecar aquí contigo, estando tú casi casado, o mismo sin estarlo.
_Como quieras mi corazón, pareces una monja de clausura, no sé como me he fijado en ti con lo
buenaza que eres.
Dyett se fue volando, se consiguió otro amor y a este en la papelera depositó. Él no entendía
la razón y ella no quiso decírsela, no se merecía saber que ella era la mujer de la máscara,
la tocada por San Gabriel y San Antonio, además de Santa Bárbara y Santa Rita.
Fue así como Luygy jamás entendió porque lo dejó, todo iba bien, se daban besitos, se llamaban
por teléfono, compartían a la gata Yiyi.
Dyett no quiso explicárselo, pero le hizo un gran daño. Luygi la quería a ella como mujer y
compañera y no a esa oscurita guapetona, bella sí, pero no para siempre la deseaba a su lado
él, no dormir siempre en su misma cama, que no, sólo dormir de vez en cuando, cuando Dyett se
despistara o fuera al gimnasio.
La vida es así, no la inventé yo.
Ella se juntó a un nuevo destino con Dannyt, guapo, alto, rubio, abogado, trabajador y
solitario.
Pero también quiso hacer sus investigaciones baja la luz de la máscara de gata negra de Bombai.
Dannyt guardaba un pasado, entró en sus pensamientos un día que estaba débil y escuchó esta
conversación que salía de su interior como el agua de un manantial:
_Hijo, ¿qué me traes hoy?.
_Papá, ayúdame a hacer las tareas, que mamá está muy ocupada y se ve mucho con un señor de
bigote que podía ser mi abuelo, creo que tiene dinero pues me compra juguetes y caramelos,
pero no me ayuda a hacer mis deberes diarios y no quiere ver la televisión conmigo. No me
busca en el colegio ni me dice que me quiere.
_No lo quiero papá, no iré a ningún sitio con ese bigotudo de basura.
_Vale amor, te ayudaré, sabes que eres lo que más quiero, mi primer hijo, nada tendrá jamás,
mayor valor para mí, que tú.
_Gracias papi, yo te adoro, las matemáticas se me dan mal, el resto de las materias bien, pero
las ciencias no son lo mío y por eso te necesito, para que me saques del apuro un año más y
pase al año siguiente con dignidad, deseo recibir tus clases particulares pues te comprendo
muy bien.
_Pues ganarás menores sueldos corazón, la gente de ciencias es la que más dinero se lleva a
los bolsillos, la que más hijos tiene, la que mejor educación da a su descendencia y la que
más mundo conoce.
_No hay que hacerle papá, los números me marean, me retuercen los ojos y no quiero perderlos
pues solamente tengo dos.
_Espabílate mi cielo, que papá quiere rehacer su vida con otra mujer, a ella no le puedo decir
que existes y por ello, una tonta buenaza debo encontrar, que me aguante y a la que pueda
ocultarte el resto de mis días.
_Tontas hay muchas, no te van a faltar. Pero porfi no me ocultes, soy creación tuya.
_Dyniott, mucho sabes para tu edad, pero aún te queda mucho por aprender antes de meterte en
el mundo de las tontas. La mujer que amo no comprendería que he tenido un hijo antes de
conocerla con otra mujer, me alejaría de su vida para siempre.
Fue escuchar eso y la trenza derecha de Dyett dio otro triste estirón de cinco centímetros,
así es la vida, la desilusión por segunda vez, pero a la par, la alegría por haberse enterado
de esa realidad, que vedada estaría al resto de las cristianas. El niño era muy lindo y la
hechizo, achicó su sufrimiento de mujer engañada.
Le dejó. No voy hacer comentarios sobre el tema, él tendrá que partir a buscarse otra tonta,
que nuestra Dyett, era muy lista y estaba tocada por los seres divinos para saber que terrenos
podía y cuáles no, pisar con seguridad. Era una gata del cielo azulllll celeste, era una mujer
especial, grandiosa, real, valiosa y amada por Dios.
Nuestra Dyett no se chupaba el dedo, pero cometía el error de sentir, de percibir demasiado,
era extremadamente sensible con todo lo que le ocurría.
Fue a por el tercero, un melancólico señor que tocaba la trompeta en las calles de
Chungaghaytt, ese hombrecito no la engañaría, sería su fiel perrito marrón, su amante a luz y
sombra, su cariñito intransferible.
Pero fracasó.
Un día lo hipnotizo con sus ojos de colores y su máscara de gata negra y él le contó sus
secretos, uno a uno, uno tras otro, sin pena, con los ojos bien abiertos, viendo delante de sí
esa figura felina tan fina, derecha, con cara aniñada y fina piel de porcelana.
Había sido narcotraficante, mujeriego, tuviera varios hijos que hiciera ricos y ahora estaban
por ahí perdidos, a ellos les pusiera propiedades a su nombre pues tenía muchos millones,
todo, hasta que logró escapar de la justicia de Bogotá, sin un duro, y afianzarse en
Meittretyert.
Fracasó, Dyett, perdiste de nuevo, o talvez no, quizás ganaste porque ese chulo no valía un
duro, todo lo diera y ahora sus amantes tenían chalets, pero él ningún documento de
propiedades a su nombre, nada poseía. Sólo una triste y por veces desafinada trompeta de color
dorado y plata.
Era el peor de todos, a mayores, fugitivo de la ley de Bogotá.
…Era un hombre para matar. Plaf, plaff, Plach. No se podía esperar más, debía
desaparecer. Le confesó asesinatos de traidores a la causa del narcotráfico, violaciones en
aldeas y robo de niñas para pedir por su secuestro dinero o para ponerlas a trabajar en casas
de ricos, algunas incluso para adopciones o clubs nocturnos. De lo peor. ¿Cómo podía darle
para tanto el corazón?
Malo, malo, endiablado, necesitaba un exorcismo.
Dyett se dijo, _Pistola, ¿para qué te tengo?
Vamos fuera, Puf Pef Poffff.
Y el mendigo voló, brotó sangre de su cuerpo, se inundó su cara de rojo puro y cayó al suelo.
Bajo su hipnosis ni siquiera llegó a identificar a su asesina, y de nada le hubiera valido
hacerlo, no podría denunciarla un hombrecito muerto.
Dyett no sintió dolor por él, aunque la hacía reír a carcajadas y bailaba con la música de su
vieja trompeta, aunque usaba ropa vieja y no se peinaba demasiado bien.
Era todo músculos, todo arte en su rostro griego con matices de raza negra de la vieja amiga
Colombia.
Era él, el ladrón de todo lo que se pudiera robar y sin embargo, el más pobre, que ahora pedía
limosna en las esquinas y por las puertas de las casas coloniales.
Era aire caliente, calefacción a todo dar, gusanos comiendo un cadáver y el tener que
madrugar. Era caótico su estado y ni siquiera en él, pudo Dyett creer.
La trenza creció de nuevo. Mujer Gata se observaba en el espejo, pero las tijeras no podían
cortar la trenza que crecía, sí, sin embargo, la otra, que lucía más fea y tenía un resplandor
más difuso.
La máscara había abierto los ojos a Dyett, le diera sabiduría, sabía ahora donde pudo haberse
metido con todos sus órganos vitales y entonces, le entró un ataque de risa pues había salido
bien de todo y de entre todos esos machos de mierda, había triunfado.
Los hombres no valían nada. Sí sus trenzas, sus mejillas y sus ojos, su delgadez y su sonrisa.
Bravo por Dyett, aunque esté sola, bravo por mi gran amiga gata, porque me gustan los gatos,
bravo por ella, que no dudó en matar al peor de los tres pretendientes que tuviera en aquel
quinquenio.
Los otros dos aún tenían que vivir para padecer el castigo de estar sin la luz de su rostro de
amapola.
Era mejor morir, que vivir sin esa bonita mujer de las trenzas.
Su tristeza les consumirá.
Dyett acariciaba a su gata Yiyi mientras le decía:
_A tres hombres y conocido y ninguno me ha valido.
Tres hombres tocaron a mi puerta pero tuve que cerrársela.
Tres hombres me han engañado con otras flores más feas, menos frescas, y me han hecho algún
daño. Tres fueron los que me hicieron usar la máscara.
Tres fueron los gatos de dos patas que me saqué de encima, los de cuatro son y siguen siendo
“adorables”.
Tres caprichosos seres humanos que no se conformaron con tenerme a mí, me han pretendido, pero
yo no les llenaba por completo, no era su media naranja.
No me importa, seguiré con mi máscara recorriendo el mundo, descubriendo misterios y
utilizando mi pistola, porque nadie sospechará de una joven con trenzas que por veces se chupa
el dedo y come chicles y caramelos.
Todos confiarán en la joven estúpida de educación religiosa intachable, que hablaba con las
monjas y veía películas de santos, que para nada deseaba que fuesen mártires.
Yiyi, ¿verdad que tengo razón?
_Miauuuu, miau.
Dyett comprendió que fue una suerte saber de ellos, malos machotes comunes, brutos, chulos,
iguales unos a otros.
Brutitos, son bien brutitos, brutitos y ya no hay más.
Brutitos y bien tontitos pues perdieron esa dama cuyas trenzas lo sentían y decían todo.
Leyendo revistas on line de Internet, se enteró de que la revista No lo leas cumplía cinco
anos, era su revista favorita y se dijo,
_ Bueno, al menos pasa algo bueno, lamento que haya historias que se hayan quedado a medias y
sus autores no terminaran. Por favor señor Jeshua, pida más responsabilidad a sus redactores y
colaboradores.
Le gustaba leer rápido y saberse los finales, amaba las historias de terror y de
enmascarados/as, de bosques embrujados y de olor a muerte.
Va y viene, no le interesó ningún ingrato mal educado y pecador, porque cuando se promete
fidelidad es "la fidelidad", no andar tras faldas ajenas ni besando otros labios rojos, no
perseguir besos de señoritas falsas que viven de besitos ajenos de señores ocupados.
Falso amor, les odió a fondo. Les apartó y les maldice cada minuto de su angelical vida.
Fuerte poder.
Les desea mal, desde sus fondos de mujer que sabe que la felicidad es posible todavía.
La vidita es azullll, no rosita como se la dan ellos.
Esta mujer se irá al sur a buscar mejores oportunidades matrimoniales.
Vaya vaya, tentación, morenazos un montón, allá va ella, luego de colocarse un mechón rubio en
el cabello, para así ligar más.
Vaya cosas le suceden pero sigue siendo feliz, no perderá la sonrisa, la máscara, las pestañas
postizas, las pistolas ni su coraje inmaculado.
El valor de sus abrazos equidistantes y fríos, la hicieron entrar en colapso y colocarse la
máscara, siempre mejor así que con la mascarilla contra el ébola, porque ella no es una
enferma, no lo desea para ella, no el malestar, la cama y el frío y el olor a muerta del
mediodía, que se la comen los microbios, las bacterias, seres despreciables y rotos en el
corazón, que comen en el ser humano haciéndole padecer.
Mundo cruel, lleno de insensatos sin placer, la cura del ébola ya debía estar inventada, así
Excálibur seguiría vivo, nombre poderoso el de ese perro, el de la espada del Rey Artur, pero
que no le salvó de la inyección letal.
Cruel, pero nadie se preocupó y pasa que los negros no saben dar remedio a esos males, pasa
que si no se les enseña, no saben. Pasa que no sé que saben. Buscar soluciones a las
enfermedades y progresar, sí que no pueden.
Pena, su color oscuro y menores sus dotes para solucionar problemas, por ello debe hacerlo el
hombre blanco. Debe curar las enfermedades de África porque el mundo ahora esta globalizado y
viajamos. Sí, aunque sean negros viajan y se llevan la enfermedad consigo, a sus espaldas y la
contagian a los que contactan con ellos, sin querer, sin saber si aun están enfermos, y luego
muere el perro Excálibur. Fallo, derrumbe, fallo de nuevo, derrota del ser humano que no se
quiso ocupar de la vida de un perro. Mil infiernos para ellos.
…Es bueno saber curar los males pero también habría que curar el detalle de que no mueran
animales en las experimentaciones de laboratorio.
Dyett invitó en su blog a sus amigas a leer el Informe Vicky sobre Zoomafia en España y el
Informe del Seprona de Cádiz sobre el mismo tema, se descargan de Internet. Tú puedes hacerlo
también y empaparte de esta realidad.
Por ello, también os invita a vosotros a leerlo, después de todo ella es la Mujer Gata, la que
lleva el alma llena del mundo animal.
Según ella, la Zoomafia en España y otros países europeos, es un gran problema, muy oculto,
ella se enteró de los detalles de estos reveladores informes casualmente, por una llamada
anónima que le hicieran por teléfono varias personas. Eran gente triste, que hablaban de los
animales de laboratorio y de todo el negocio que conlleva para poder transportar, sin levantar
sospechas, estos seres que no sólo han sido víctimas del abandono en sus países sino que serán
víctimas de malísimos tratos por parte de científicos alemanes y holandeses.
Perros que parece que van a estar adoptados por alemanes, pues no, decía Dyett, van a parar a
laboratorios, no te fíes de las páginas de adopción de las protectoras.
Mujer Gata quiere coger sus pistolas y su máscara y matar a todos los batas blancas, sádicos,
zancudos, cucarachas, insensibles y para colmo respetados por algunos tontos. Igual a los que
participan de esta Zoomafia mundial.
El odio no lo conoce, pero por los animalitos, todo lo haría. Será la espada “Dyett”, aunque
no tenga un Rey Artur que la sostenga.
Irá volando a esas tierras del norte y les abrirá sus jaulas, curará sus pieles rotas,
cegueras provocadas, el ser mudos. Todo con un toque de sus trenzas desiguales y finalmente
quemará esos laboratorios con todos esos gusanos manipuladores dentro, que se pasan por hacer
llegar a los animales a una dolorosa muerte, porque también se debería entonces ensayar en
humanos porque somos todos iguales, no lo sabrá bien la Mujer Gata. También deberían ensayar
en ellos mismos, sobre sus mismas batas blancas que mueren cada día ensuciadas con sangre de
inocentes que querían ser felices.
_Usted se va al cementerio doctor Rudolph de mierda, con su inyectadora y su orgullo, sus
libros y su ciencia incierta y experimentos ocultos.
_Senorita Gertrud, diabla para dejar inválidos los animales. A la porra con usted, le soplaré
y se irá muy lejos, más allá del amanecer, que no le acompanará, jamás.
_Mister Sam, doctor aprovechado de su honor, con sus probetas graduadas y sus gafas, a la
basura con usted que compra animales, les enjaula y les da una muerte cruel. A la papelera
váyase, le tocaré con mi máscara y el enjaulado será usted.
_Miss, doctora “cum laudem”, doña Annie, que pruebas cosméticos con ellos, ¿sabes el futuro
que tendrás?, mil vidas cuerpo a tierra llena de padecimientos, morirás pisada, en otra vida
serás ciega y sorda, te secuestrarán, violarán y cortarán con afiladas armas blancas, te
cortarán las cuerdas vocales para que no grites y te darán puñetazos, miles de ellos los que
te consideraran inferior por tu raza o condición. Después que no haya quien diga que Dios no
escucha tus oraciones, pues es por algo que no las escucha.
Mal lo pasarás, pero el futuro de ese perro que maltratas hoy será un cielo azulllll, se lo ha
ganado por estar en tus manos enguantadas de asesina, será feliz y verá lo que padeces, pero
no podrá opinar ni retirar tu castigo dado por Dios, no tendrá ese poder de tu destino
cambiar.
Se vuelven insensibles “los batas blancas”, son malos y no creen más que en su ciencia e
inteligencia. En salvar a la humanidad, Uyuyuyyy. Enfermos.
Mujer Gata, no cree en ellos. Por eso Pliff, paff, plufggg. Les dará a conocer su futuro.
Dyett siguió leyendo en Internet, sin pensar que las cosas aun podían complicarse más, y
resulta que en Indonesia prostituyen a las orangutanas, esta información le ha tocado la fibra
sensible a mi amiga, lo peor pasaba por su piel. Pobres animales que depilan y amarran para
que no puedan defenderse, además de participar del sadismo de pintarles los labios.
Horrorrrrrr.
Se le baja a uno la moral enseguida, le atacaba la falta de fe, la impotencia. Indonesia
estaba lejos y era imposible cambiar la mentalidad enferma de los indonesios esos.
Las cosas se complicaban en su interior, nadie se movía y ella, simplemente lloraba y lloraba
sobre su almohada.
Pedía al Sol ayuda, comprensión, talento para buscar una solución de auxilio para los
animales, de cambio en sus vidas, “no” tampoco a las corridas de toros en España. No, tampoco,
pues no es cultura sino mentalidad asesina la que están profesando tener, los españoles. Con
ninguno de ellos quiero casarme.
A los que prostituyen orangutanas le pronostica cien vidas cuerpo a tierra sin alguno de sus
miembros y sin que Dios escuche sus plegarias, perderán sus partes en operaciones y les
asesinarán dos miembros de su familia, al menos.
Las orangutanas merecen llevar su buena vida en su hábitat, no en un club de prostitución.
Estos sitios no deberían existir, porque impiden a la gente encontrar la religión, el espíritu
feliz, a sí mismos en Dios.
Maldiciones, maldiciones porque todo en la vida se paga y somos reencarnaciones. Fuimos ya
dinosaurios, sapos, perros y gatos y si aun estamos aquí es que no nos hemos ganado el cielo.
Aun no, pero tal como va el mundo, oigan, mejor irse pronto. No vale la pena vivir así. Yo no
quiero. Mejor es ser como Dyett e irse al microespacio, es precioso y vale la pena.
Maldiciones, maldiciones, pide Dyett para los hombres maltratadores, que humillan a los
animales y hasta les prostituyen.
Maldiciones de Dyett, oigan bien, que no es cualquier cosa. Tienen línea directa con Jesús,
que es su ángel de la guarda.
Y vosotros, leed en Internet, puertas abiertas a las realidades y si podéis hacer algo, mover
algo, no lo dudéis, aunque sea poco lo que se haga. Un poco con otro poco, puede ser la pócima
de la solución final.
Con máscara o sin ella, hay que actuar, yo hablando sobre Dyett aporto un grano de arena
pequeño, a la espera de la aportación del tuyo. A la espera de que te decidas a ser como ella.
_Salvajes que no respetan las vidas de seres distintos, sufrirán las mismas penas, pero
aumentadas mil veces.
Transferiré mi cuerpo esta noche a Indonesia y retorceré sus partes a los enfermos, ateos,
feos, ignorantes y despreciables necios.
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