El deseo depredador de los seres humanos no tiene límites ni fin. Constantemente seguimos
ganando espacios naturales y, por consiguiente, reduciendo el medio natural que, desde hace
miles de años, estaba ocupado por todo tipo de fauna y flora.
Son miles de obras y documentos los que nos hablan de los extensos territorios vírgenes en
donde, tanto la fauna como la flora, campaban por sus respetos. Los españoles y portugueses
que llegaron al Nuevo Mundo se asombraron de la abundancia de animales salvajes con los que, a
menudo, se encontraban e iniciaron los primeros estudios para describirlos y saber algo de sus
hábitos y costumbres. El soldado alemán Ulrico Schmidt, que participó en la expedición del
Adelantado Pedro de Mendoza, escribió los Relatos de la conquista del Río de la Plata y
Paraguay (1534-54). En uno de los capítulos habla del descubrimiento de una serpiente
grandísima y monstruosa (la anaconda) que media veinticinco pies de largo y tenía el grosor de
un hombre, con manchas negras y amarillas y nos dice que: “La matamos de un disparo y los
indios que la vieron se admiraron porque no habían visto nunca a ninguna tan grande. Decían
que esta serpiente les había causado grandes daños, pues bañándose en el río, había envuelto
con su cola a los hombres y hundiéndolos en el agua los había comido luego”.
En otro capítulo Ulrico describe un gran pez (el caimán yacaré): “Tiene el pellejo tan duro
que ningún arma puede herirle ni le atraviesan las flechas de los indios. Hace gran daño a los
demás peces y pone huevos en la tierra a unos dos o tres pasos del agua”.
El hombre estaba, en el siglo XVI, integrado en la naturaleza, era parte de ella como todo lo
creado. Dentro de la “historia natural” se describía todo lo existente en la naturaleza,
hombres, animales, plantas o piedras.
Estos relatos y miles más similares, permiten que los investigadores conozcan la fauna y flora
existente, en aquella época histórica, en América del Sur y los enormes cambios que se han
producido, tanto en la fauna como en la flora salvaje, en los últimos siglos a lo largo y
ancho del subcontinente latinoamericano.
Hoy en día la Selva Amazónica está a punto de desaparecer. Cerca del 60% del mayor pulmón
verde del planeta, podría volverse un desierto antes del 2030. Solo entre 2004-2005 se
deforestaron 1,2 millones de has. de Selva Amazónica para cultivar soja y otros productos
agrícolas.
En nuestro continente, Europa, sólo queda el 0,3% del bosque original en Suecia y Finlandia.
En España no quedan bosques primarios, tan solo pequeñas superficies de bosque intacto en
algunos lugares recónditos del Pirineo o de la Cordillera Cantábrica. Hemos destrozado nuestro
paisaje natural debido a la tala abusiva de nuestros bosques, incendios (gran parte de ellos
intencionados) y el aumento excesivo en la construcción de infraestructuras de todo tipo
(muchas de ellas claramente innecesarias). Hoy contamos en nuestro país con más de 160.000 Km.
de carreteras y autovías que junto con los 2.500 Km. del AVE (la red más extensa de Europa y
la segunda del mundo) han invadido grandes áreas en las que anteriormente vivían los animales
salvajes y la flora silvestre.
Por todo ello, no es extraño el poder apreciar nidos de cigüeñas en las torres eléctricas a lo
largo y ancho del paisaje castellano al igual que azores, milanos, lechuzas o búhos oteando
desde lo alto de una farola en los arcenes de una autovía e incluso el paso de algún ciervo o
jabalí por el medio de una autopista. No, no son los animales los que están invadiendo nuestro
espacio humanizado sino que, por el contrario, hemos sido nosotros los invasores de su hábitat
natural para, muchas veces, construir obras en plena naturaleza que no nos sirven para nada o
para muy poco como es el caso del aeropuerto de Guadalajara o el de Castellón.
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