“…Invocando el espíritu de nuestros antepasados muertos, convenceremos al hombre que la
inmortalidad es un cuento de niños; que al finalizar la existencia, todo termina. Cuando
llegue la Civilización de Científicos, las calles serán alumbradas por la luz cegadora de la
razón y los hechizos no tendrán sitio. Nosotros, Pedro, tú y yo, no encontraremos lugar en la
nueva sociedad. No habrá bustos que nos recuerden. Suena injusto, pero sólo nos brindarán el
olvido”.
1
Gervasia Artigas se detuvo cerca de la puerta del laboratorio central del Hospital Clandestino
de Eunuperia. En la enorme sala, médicos, enfermeros y personal de la clínica ocupaban
numerosas hileras de sillas. Sentados, con los torsos rectos, todos ejecutaban el mismo gesto:
brazo doblado a la altura del pecho, con el pulgar señalando el corazón. Escuchaban con
atención al Doble Ciego que disertaba desde una tarima. En el salón flotaba el nauseabundo
olor del café de alfalfa que hervía sin cesar en una de las estufas.
“…a las tres y cincuenta de la madrugada, Mauricio José se materializó desde el plano astral
donde reside, y me llamó con su vieja voz de fantasma: “Pedro, hoy te toca encender el Sol de
la Ciencia, el mismo que brillará en la futura Sociedad de Científicos. Irás al lago del norte
de la ciudad y allí pescarás un bacalao morado; dentro de su estómago encontrarás un homúnculo
muerto, al que colocarás en el cuarto alambique de tu laboratorio para que resucite a través
de tres destilaciones de los jugos pancreáticos. Lo alimentarás tres noches, y cuando esté
fuerte y dispuesto a combatir, lo matarás cortándole la yugular. Beberás la sangre mezclada
con licor de moras y cortarás la lengua a la que enterrarás en el mar, a 500 pulgadas desde la
costa. Allí será el punto preciso donde se colocará la piedra angular de la Ciudad de la
Ciencia y el cadáver del hombrecito brindará la fuerza para que las cúpulas del Orbe de los
Iluminados brillen bajo los soles de las alboradas…”
En el laboratorio, a espaldas de Gervasia y sobre la pared que daba al oeste, habían montado
la jaula de Tomás: el simio sobre quien se ensayaran complicadas mutaciones genéticas, hasta
lograr una mezcla de gorila y hombre. A fin de controlar la tremenda fuerza del animal,
debieron construir una cárcel de barrotes acerados a prueba de explosiones atómicas. Desde
donde estaba, la enfermera podía ver al gorila, sentado en uno de los rincones del cubículo,
encogido, con la cabeza oculta y las patas colgando hacia delante. Parecía una enorme araña.
“…Bajo los primeros rayos del sol, brillaban los grandes bigotes de Mauricio José. Al observar
en sus ojos una expresión de tristeza, pregunté:” amigo, si la nueva sociedad de científicos
es un hecho, ¿por qué una sombra de pesar cruza tu rostro?”. Él me contestó: “Pedro, tú y yo
montaremos la Sociedad de Científicos con conjuros y sortilegios. La magia ceremonial servirá
para degollar a todos los enemigos del pensamiento racional. Quitaremos a Dios todos los
escabeles y los tronos que le han servido para sostenerse. Cuando lo hagamos, se disolverá
como el fantasma que siempre ha sido, ya que su existencia nunca fue probada ni por la
inducción ni por la deducción. Invocando el espíritu de nuestros antepasados muertos,
convenceremos al hombre que la inmortalidad es un cuento de niños; que al finalizar la
existencia, todo termina. Cuando llegue la Civilización de Científicos, las calles serán
alumbradas por la luz cegadora de la razón y los hechizos no tendrán sitio. Nosotros, Pedro,
tú y yo, no encontraremos lugar en la nueva sociedad. No habrá bustos que nos recuerden. Suena
injusto, pero sólo nos brindarán el olvido. Nuestra magia habrá permitido que la razón brille
en todo el universo, pero cuando esto ocurra, la magia será la gran proscripta; la responsable
de la prehistoria del hombre. Nadie suscribirá una tesis que afirme que de la oscuridad surgió
la luz; que de la brujería más tenebrosa asomó el sol de la razón; el que iluminará el mundo
hasta los últimos rincones…”
2
El Doble Ciego hablaba con la cabeza baja, concentrado en sus palabras. Al levantar los ojos
un momento, descubrió a Gervasia, de pie cerca de la puerta. Se incorporó y la señaló.
―Llegó la que esperábamos: nuestra querida compañera, Gervasia Artigas. Pido un aplauso para
ella.
Todos batieron las palmas en señal de bienvenida. Algunos silbaron. La enfermera advirtió que
la sonrisa del psiquiatra se extendía hasta la mitad de la cara. En el conocimiento que
acumulara durante años sobre el Doble Ciego y sus cambiantes estados de ánimo, Gervasia
registraba cinco tipos de sonrisas que iban desde una mueca deforme y amenazante, hasta
aquella expresión en que las comisuras de la boca casi se unían a las orejas. Cuando esto
ocurría, las humillaciones que propinaba el jefe de Eunuperia, se reducían a ironías y burlas
hirientes que no afectaban las integridades físicas de lo subordinados. En base a esto, la
enfermera calculaba con certeza que en las próximas cinco horas, ninguno de los presentes
debía temer un ataque directo de Pedro Villarreal.
―Que alguien brinde a nuestra querida amiga un asiento y una taza de café de alfalfa.
La enfermera suspiró resignada; la experiencia también indicaba que un trato amable de
Villarreal era el prolegómeno de una exigencia humillante. Alguien le alcanzó la taza de café.
El aroma de la infusión, recordaba a Gervasia la carne putrefacta de las tumbas que profanaba
para copular con los cadáveres, como se lo exigía la “Fecundación Negra”. El Doble Ciego
insistía en que todos debían beberlo, ya que aportaría nutrientes que no se encontraban en
ningún alimento; afirmaba que las ventajas del café incluían desde un incremento indefinido de
la fuerza física y mental, hasta una potencia sexual sin límites. Nada de esto experimentaban
quienes lo consumían. Acusaban en cambio un estado de constante sopor. Podían realizar todo
tipo de actividades, aún las más complejas, pero sumidos en ese estado de sueño. Se corría la
voz que los principios activos del café de alfalfa eran potentes alcaloides que permitirían al
Doble Ciego manejar mejor a los subalternos.
“De mi visita con Mauricio José podría hablar horas. He contado lo principal. Baste decir que
cuando la luz plena del sol llenó mi cuarto, ese mentor y maestro se disolvió en la misma.
Quizá sea la última vez que reciba su palabra alentadora, con el querido acento entre español
y mexicano. Quizá en otros mundos lo elijan para dirigir otra cruzada iluminadora; para lograr
que el sol de la razón brille en todos los rincones del universo…Ahora que ha llegado nuestra
querida Gervasia , vayamos al tema de hoy: las cucarachas cornudas, las que nuestra amiga
encontrara cuando exhumó la supuesta tumba del hombre unicornio. Estos insectos invaden la
ciudad. Para nosotros es una buena noticia, ya que las pruebas químicas de la solución que se
obtiene al licuar los cuerpos, la señalan como mucho más potente y completa que las usadas
hasta ahora. Dada la enorme cantidad de estas cucarachas y la rapidez con la que se
reproducen, no necesitaremos inducir la muerte de las bestias hediondas a las que llaman
unicornios. Este hospital ha sido montado para ese fin, pero a partir de ahora quizá se
utilice para la atención de heridos en la próxima guerra o para tratamientos especiales de las
enfermedades que afectan a los militares de alta graduación. Cuando ingresé a Eunuperia, mi
propuesta fue cazar a estos perversos animales conduciéndolos a los bordes de los abismos en
la zona montañosa que rodea la ciudad. Ahora afirmo que no es necesario. Que no debemos
rompernos la cabeza con la psicología de estos vomitivos bichos. Que no es necesario un
hospital entero volcado a convencer a uno de estos unicornios que debe morir. Ustedes han
visto lo ocurrido con el único paciente que tuvimos en este nosocomio, hasta que las fuerzas
del caos procedieron a su secuestro. Llevamos meses induciendo la muerte. El proceso es lento
¿y para qué? Para conseguir unas veinte dosis del polvo que permita a los militares maduros
reactivar sus sexos. Estas cucarachas se entregan mansamente, deseando que las aprisionemos.
En el sonido de la licuadora, puedo escuchar los gritos de alegría cuando las cuchillas las
trituran. Se cumple con todas las condiciones, sólo que esta vez podremos multiplicar
indefinidamente las dosis. En forma inesperada, hemos encontrado un elixir perfecto. Pero
sepan todos que me estoy anticipando. No es por nada que me llaman el Doble Ciego. El
apelativo surgió de mis numerosos enemigos, pero lo mantengo con orgullo debido a que habla
del rigor de la ciencia; de la futura sociedad donde todo saldrá a la luz del sol; donde los
científicos gobernarán un planeta iluminado. Les decía que en cuanto al jugo de cucarachas,
falta la prueba principal: probar la mezcla en Tomás. Hablo de nuestro gorila: resultado de
sucesivos ensayos genéticos, que lo convirtieron en una criatura similar al hombre, tanto en
su aspecto como en sus reacciones. Claro que mucho más fuerte e impulsivo que un macho
masculino de su edad. En estos momentos, Tomás ha recibido reactivos en su sangre que han
convertido su organismo en el de un hombre de sesenta y seis años, es decir la edad en que la
vida del macho retrocede y conduce a la decrepitud…
3
A un gesto del Doble Ciego, la habitación se oscureció y un par de spots iluminaron la jaula
al fondo del salón. Tomás, el enorme mono, se agitó al sentir la luz en los ojos. Unos
segundos después, se puso de pie con un suspiro. Desnudo por completo, en su espalda y cráneo,
el pelo tenía una coloración rojiza, que en la parte delantera del cuerpo, pecho y genitales
adquiría tonos entre amarillos y rosados. La conformación del tronco, en especial los hombros
y el inicio de los brazos, tenían un aspecto decididamente humanos. Aunque Gervasia estaba
acostumbrada a la presencia del orangután, su visión siempre despertaba en ella un
inexplicable sentimiento de ansiedad. Las manipulaciones genéticas, completadas con un par de
operaciones en caderas, tronco y extremidades, habían logrado que las medidas antropométricas
de Tomás coincidieran con el Hombre Norma de Vitruvio de Leonardo Da Vinci; en otras palabras:
eran perfectas. A esto se sumaba en el mono―hombre cierto aspecto de reconcentrada lejanía,
acentuado por el aire romántico que le daban los descuidados cabellos al caer sobre los ojos.
El animal se acercó a los barrotes. Los demás, manteniendo la posición de escuadra, se
volvieron hacia él y lo saludaron. Como respuesta, Tomás levantó las manos por encima de la
cabeza, mientras emitía un sonido cantarín y profundo que resonó en todos los tímpanos. Hubo
comentarios jocosos sobre el aspecto del simio; para hacerse oír, el Doble Ciego debió golpear
una taza con una cuchara.
― Estando presente nuestra enfermera jefe, podemos comenzar. Gervasia, querida, deberás servir
el jugo de cucarachas a nuestro hermoso chimpancé.
A pesar de la fuerza que a veces resultaba desmedida, en condiciones normales el animal era
manso. Cuando Villarreal se retiraba a las sesiones de autocastigo, los enfermeros más jóvenes
lo vestían de mujer y exigían que marchara portando los estandartes de Eunuperia. Algunos
médicos desaconsejaban estas bromas debido a la enorme fuerza de la bestia y al bajo umbral de
control de sus reacciones.
Esa mañana en el laboratorio, los ojos de Tomás tenían un color rojizo, que según la
incidencia de la luz, se transformaba en un decidido violeta. La expresión astuta, era la del
hombre que se encuentra desvalido en medio de otros más poderosos.
Cada vez que moría un unicornio y obtenían el elixir de cuerno y huesos, Tomás era el
encargado de probarlo. La mezcla lograba que el pecho del simio se tiñera de rojo y las
dimensiones del miembro se multiplicaran. Fuertes descargas de adrenalina acompañaban a la
irrigación sanguínea; esta era la causa principal de la furia de Tomás, quien en esos momentos
atacaba con violencia a quien se presentara frente a él.
El Doble Ciego había ideado muñecos de estopa y yeso, cubiertos de una gelatina con feronomas
concentradas. El mono se arrojaba sobre los monigotes, y luego de decapitarlos y destrozarlos,
copulaba con las estructuras hasta eyacular varias veces. Luego caía en un sueño profundo y al
despertar volvía a ser el de siempre: manso y demandante.
Como parte de uno de aquellos experimentos, cierta vez prepararon durante días un gorila
hembra. Le inyectaron hormonas, procurando reproducir los aromas propios de las bestias en
épocas de celo. Villarreal había elaborado una hipótesis: la presencia de un ser vivo, podría
atenuar los impulsos destructivos del mono.
La gorila, también en celo, entró a la jaula emitiendo chillidos. Al ver a Tomás primero
caminó a su alrededor, y luego lo golpeó y pellizcó, induciéndolo al juego. El simio macho
respondió con pocas ganas. Al alcanzarle la poción de cuerno de unicornio mezclada con jugo de
mango, el animal la bebió de un trago y a los pocos minutos se produjeron las reacciones
acostumbradas: el aumento del miembro y el cambio de pecho y vientre, de un tono amarillo a un
rojo subido. A los pocos minutos, Tomás se abalanzó sobre la hembra. La misma, creyendo que se
trataba de una respuesta al juego, logró liberarse del abrazo y corrió por la jaula,
incitándolo a que la persiga. El simio la alcanzó en tres zancadas y antes que el comando
especial que vigilaba desde fuera pudiera intervenir, reventó la cabeza de la hembra contra
los barrotes de acero. Tal como hacía con los muñecos de tela y yeso, copuló con el cadáver
hasta eyacular. Luego volvió a sentarse con los brazos y las piernas cruzadas y se durmió,
ignorando por completo lo que acababa de hacer.
4
El Doble Ciego mostró a la concurrencia un vaso cerrado con una sustancia negra y gelatinosa,
a la que cruzaban tenues líneas de vapor rosado.
“He aquí el jugo que se obtiene de licuar las cucarachas cornudas. Es muy estable y según los
análisis se conserva intacto durante largo tiempo. No es necesario refrigerarlo ni incorporar
aditivos. Se trata de un producto casi perfecto. Tal como ocurre cada vez que conseguimos el
extracto de una de las bestias hediondas a las que llamamos unicornios, este elixir no se
considerará debidamente probado hasta que Tomás no beba una dosis y su conducta nos muestre el
efecto. Repito: el organismo del gorila es idéntico al de un militar de sesenta y seis años.
La agresividad que desarrolla es la misma que anima a nuestro glorioso estamento; la que sirve
para descargar la ira sobre los eventuales enemigos de la patria. Gervasia querida, has sido
elegida para cumplir con el alto objetivo que nos llama a reunirnos en esta tarde. Acércate a
mí…”
La enfermera suspiró. Allí estaba la exigencia del Doble Ciego, agazapada detrás de la
inesperada amabilidad. Consciente de las reacciones que despertaba el movimiento de sus
caderas debajo de la túnica blanca y ajustada, Gervasia se acercó a la tarima hasta ponerse
frente a Villarreal que levantaba en la mano un dispositivo cubierto con números digitales.
―¿Sabes que es esto, querida Gervasia?
La mujer negó con la cabeza
―Este aparato registra las reacciones de Tomás en especial las vinculadas con las hormonas. La
línea de arriba muestra las elevaciones de cifras. La de abajo, los estímulos del
medioambiente. Verás que los números subieron a rojo hace exactamente media hora. ¿Sabes que
ocurrió entonces?
La enfermera volvió a negar.
―Fue el momento en el que entraste. El mono se repliega sobre sí mismo, parece dormir, pero
está atento a todo lo que ocurre alrededor, y el aparato afirma que no fue indiferente cuando
vio tu cuerpo y sintió tu perfume a pachulí que por supuesto, nos enloquece a todos …
Los hombres presentes asintieron enfáticamente; algunos rieron.
―Por esto mismo, te invito a que cumplas tu compromiso con la ciencia. Es lo que juraste
cuando recibiste el cambio de cabeza en Eunuperia.
Con gesto solemne, Villarreal alcanzó a la enfermera el vaso sellado repleto de jugo de
cucarachas.
―He aquí la poción querida Gervasia. Con ella te entrego el futuro de nuestro país que es el
futuro de nuestros militares; la posibilidad que los mismos gocen hasta los noventa años de un
sexo activo como garantía de la defensa de nuestra gloriosa patria. Te repito, querida
Gervasia: entrarás a la jaula de Tomás. Todos estaremos atentos. La puerta permanecerá abierta
por si tienes que escapar. Habrá un equipo de seguridad y otro de primeros auxilios. Confiamos
en que no serán necesarias sus intervenciones, pero contribuirán a tu confianza. Nuestro simio
debe recibir la poción de tus manos. Luego recurriremos a una hembra de su especie para ver
que ocurre.
Gervasia asintió. Junto a la jaula, un cuerpo de médicos y enfermeros del hospital daban los
últimos toques al equipo sanitario: resucitadores, desfibriladores y equipos de oxígeno junto
a otros sofisticados mecanismos. A pocos pasos del sitio, sobre el extremo norte del
laboratorio, se preparaba un pequeño ejército: siete hombres con armas largas, granadas y
escudos protectores.
Gervasia volvió a suspirar y pensó que no era la primera vez que ofrecía a Tomás uno de
aquellos brebajes. No entendía por qué el Doble Ciego insistía tanto. Se acercó a la puerta de
la jaula y se dispuso a entrar.
―¡Alto, Gervasia! Deberás desnudarte. Tomás reacciona mejor al cuerpo sin ropas de las
mujeres. Sabes que si no está particularmente estimulado, no te agredirá, pero para que
ingiera el bebedizo con seguridad, se lo deberás brindar desnuda. El mono se enternecerá al
sentir junto a sí la tersura de tu piel. Como si de pronto se acercara a él una blanca mona
maternal.
Gervasia no miró a los demás. Todos se mantenían en silencio, pero la mujer podía sentir las
sonrisas de ironía. Estaba acostumbrada a órdenes como aquella. Sabía que el mono bebería
igual aquella sustancia en caso de brindársela con las ropas puestas. El mandato abusivo era
otra de las tantas perversiones de Villarreal. La enfermera suspiró. Tres años atrás había
hecho un intensivo curso de meditación neurolingüística para poder afrontar situaciones como
aquella y mientras se quitaba la túnica y desabrochaba la blusa, intentó poner la mente en
blanco. Al verla desnuda, los presentes, en su mayoría hombres, guardaron silencio; sólo
algunos no pudieron reprimir expresiones de admiración ante el blanco y sinuoso cuerpo de la
enfermera.
5
Gervasia había aprendido que a las órdenes humillantes del Doble Ciego, era mejor ejecutarlas
con rapidez; como si se tratara de beber un remedio amargo. Desnuda por completo, entró con
decisión en la jaula. El piso relucía. Un sistema de limpieza sofisticado, disolvía las
deposiciones de Tomás apenas se producían y cada diez minutos ejecutaba una desinfección
automática de todo el sitio. A pesar de esto, la enfermera caminó en puntas de pie, mirando el
suelo con sospecha. Al llegar frente al gorila, se detuvo procurando mantener una respetable
distancia. Encogido sobre sí mismo, las extremidades del animal mostraban perfectas formas
humanas; los dedos de las manos, por ejemplo, eran largos, como los de un pianista. Alguna
vez, el Doble Ciego había definido al simio como “un alarde de ingeniería genética”.
La enfermera levantó el frasco con el jugo de cucarachas y lo observó a la luz de los spots
que iluminaban el lugar. Espesa, casi un gel, la solución mostraba sobre la superficie gris
algunos reflejos rosados. En una de las explicaciones, Villarreal había precisado que, debido
un proceso de sensible y creciente oxigenación, el aspecto del bebedizo cambiaba sin alterar
la composición básica.
La enfermera esperó. Luego de un minuto, Tomás levantó la cabeza, apartó los cabellos duros y
marrones que caían sobre la frente y observó a Gervasia con la expresión de constante
insistencia en los ojos grises. Arqueó los labios como si intentara sonreír, los frunció de
pronto y lanzó un sonoro beso a la mujer. Se incorporó despacio, caminó hacia ella y se detuvo
a pocos pasos. La cabeza de la enfermera apenas llegaba al pecho del animal. La mujer rompió
el sello del vaso con la solución de cucarachas y se lo alcanzó. El mono lo tomó, lo olió un
momento, lo llevó a los labios y lo bebió de un trago. Al terminar, se limpió la boca con el
brazo derecho y volvió a sentarse. Gervasia siguió sin moverse. Ante la cercanía del mono
había contenido demasiado la respiración; ahora retomó el ritmo, tratando de relajarse.
Al no escuchar los murmullos del personal, la mujer levantó la cabeza: el laboratorio estaba
vacío. Junto a la jaula, los equipos médicos habían quedado solos y los electrodos de un
resucitador colgaban en un movimiento pendular. Las butacas y la tarima también permanecían
vacías; la enfermera caminó hacia la puerta de la jaula, pero antes de llegar, escuchó un leve
“click”: desde algún lugar del hospital, acababan de activar la cerradura de alta seguridad.
La enfermera se volvió: el mono estaba sentado con aspecto tranquilo; la seguía con los ojos y
de tanto en tanto se limpiaba la boca con el dorso del brazo. El pecho continuaba con la
coloración entre amarilla y rosada y los labios se curvaban en una sonrisa pacífica. Gervasia
miró con desconsuelo el envase vacío de la solución que acababa de beber el animal; sin saber
qué hacer, retrocedió hasta sentir en la espalda el frío de los barrotes. Haberla encerrado en
una jaula con esa mezcla de simio y hombre a punto de estallar de furia por el jugo de
cucarachas, era una conducta propia del Doble Ciego. Seis meses atrás, Gervasia había sido
testigo de la furia de Tomás luego de ingerir el concentrado de cuerno de unicornio y pudo ver
la cabeza del gorila hembra estallar contra los barrotes.
Observó el cuadrante del reloj que colgaba de una de las paredes del laboratorio y calculó que
faltarían un par de minutos para que el principio activo de las cucarachas licuadas pasara a
la sangre del animal. Cerró los ojos; no podía dejar de recordar la hembra que Tomás matara:
la jaula y el piso del laboratorio sucios de sangre y sesos. Trató de apartar la imagen de la
mente.
6
El animal se incorporó, dio varias vueltas en círculo y volvió a sentarse. Bostezó y rascó su
cuello con insistencia pacífica. Gervasia calculó que era tiempo del efecto del bebedizo; ya
tendrían que apreciarse las primeras reacciones, pero el simio no parecía alterado; más bien
se lo veía somnoliento. Tan solo el centro del pecho había enrojecido apenas, pero quizá se
tratara de la luz del lugar.
“Querida Gervasia: ya habrás comprendido que este experimento tiene una variante en cuanto a
los anteriores”― A través de un altavoz en el interior de la jaula, la voz del Doble Ciego
llegó hasta ella en un susurro― “en mi opinión, a diferencia del resto de los preparados que
diéramos a Tomás, el jugo de cucarachas hará que las reacciones no resulten peligrosas para
ti. Si me equivoco, serás una mártir de la ciencia y en la futura sociedad de científicos,
levantarán una estatua con tu nombre… aunque te anticipo que la imagen se tallará desnuda como
te encuentras ahora”.
Cada vez que el Doble Ciego abusaba de ella, la enfermera sentía volutas negras de
desesperación que trepaban desde el bajo vientre. Miró alrededor: hubiera deseado arrojar algo
contra el altavoz, pero pensó que cualquier movimiento brusco podría alterar a Tomás.
El simio levantó la cabeza, miró a su alrededor, volvió a sonreír a Gervasia y se incorporó.
El centro del pecho estaba decididamente rojo. La mujer volvió a contener la respiración, pero
el mono no se dirigió a ella; le dio la espalda y caminó hasta detenerse debajo de una maceta
de plástico blando que colgaba cerca del techo. La enfermera recordó un par de reuniones en
las que se había discutido la conveniencia de colocar aquel adorno: dada la tendencia
impulsiva del animal, alguna vez podría usarlo como arma. La discusión no llegó a nada y las
flores siguieron en la jaula; pequeñas, de pétalos rojos, Tomás tomó el pote y aspiró con
fuerza, procurando sentir el olor. Con un movimiento brusco, quebró uno de los tallos y
procuró restaurarla.
“Para tu consuelo, Gervasia, los médicos del hospital de Eunuperia y yo mismo, hemos llegado a
la conclusión que el mono desprecia a las hembras de su especie y se siente atraído por las
humanas. Además, la hipótesis que queremos demostrar es que el efecto de las cucarachas
molidas con sus miles de cuernos, resulta menos agresivo que la mezcla de huesos y cuernos de
unicornios, lo que disminuye el riesgo que seas desnucada por Tomás. Claro que no es una
certeza, sino una hipótesis. Es posible que te salves de la muerte, Gervasia, pero no de la
violación. Entonces te recuerdo el consejo de Confucio: relájate y goza, ya que no habrá modo
de evitarla”.
Gervasia no apartaba los ojos del animal, que seguía sin prestarle atención. Molesto, se movía
en forma constante, rascaba la cabeza; se sentaba y de inmediato volvía a ponerse de pie. A
veces sonreía a la enfermera, y miraba a los costados, con aire indeciso; como si no se
animara a hacer algo.
Gervasia pensó en el Doble Ciego. Siempre tenía la esperanza de que cuando ella cumplía una
orden humillante o incluso peligrosa como ahora, Villarreal podría arrepentirse a último
momento. Para salvarla de la muerte, bastaría abrir la jaula y rescatarla antes que el simio
enloqueciera. No necesitaría confesar que actuaba por amor; podría explicar el impulso
alegando que de ese modo ejecutaba uno de los antiguos rituales de Eunuperia
Gervasia sacudió la cabeza: debía permanecer alerta; no eran buenas las fantasías en momentos
como aquel. El Doble Ciego, junto con los demás, se habrían instalado en el salón anexo al
laboratorio Desde allí controlarían todo con un sistema de cámaras y altavoces. En cuanto al
psiquiatra, estaba segura que no vendría a rescatarla. Ocurriera lo que ocurriera, la propia
Gervasia debía hacer frente a los acontecimientos.
El mono seguía parado, inmóvil, de espaldas a la enfermera. La mujer pensó que la droga podría
haber fallado. Era poco lo que se sabía en Eunuperia sobre el jugo de las cucarachas cornudas.
El organismo de Tomás estaba programado como el de un hombre normal de sesenta y seis años,
pero el metabolismo del mono siembre había sido muy rápido; era posible que eliminara el
principio activo antes de que se depositara en el organismo.
El simio giró con lentitud y los ojos grises volvieron a contemplar a Gervasia. Sonrió con
amabilidad; la expresión se había suavizado, y ya no evidenciaba la ansiedad con la que
siempre miraba a los humanos. Había dos diferencias: ahora el pecho del animal era de un rojo
tornasol y brillante y el miembro, que en condiciones ordinarias se mostraba como un botón
casi perdido entre las masas de testículos, había crecido hasta llegar a las costillas. Caminó
con lentitud hacia la enfermera; se detuvo a pocos pasos de ella y extendió la mano; la mujer
contuvo la respiración y se estremeció al sentir el calor de la palma del animal sobre la
cintura. Tomás la apretó contra sí. La enfermera pensaba que el olor de la bestia sería
desagradable, pero con el rostro casi hundido en la parte baja del pecho, advirtió que la piel
despedía un aroma suave, vegetal y apacible. Por un momento evocó las visitas al campo cuando
era niña; la fragancia de la bestia le recordaba el polvo de afrecho que escapaba de la
molienda.
Cerró los ojos. Esperaba que los brazos la apretaran hasta descoyuntarla; o que el simio la
sacudiera contra los barrotes, rompiendo el cuello contra el acero como hiciera con la hembra
de su especie un año atrás. Rogó que todo fuera rápido. Segura del fin, sólo la aterraban la
tortura y el dolor. Si en vez del mono, el propio Doble Ciego se encontrara ante el efecto de
un alcaloide como aquel, antes de matarla elegiría tormentos exquisitos. La ventaja del
animal, era que podría resolver su muerte en pocos segundos, casi sin sufrimiento.
7
La temperatura del cuerpo de Tomás aumentaba y Gervasia sintió sobre el cuello los labios del
simio. La besaba con suavidad, moviendo la lengua sobre la piel. Bajó hasta los senos y
jugueteó con los pezones. De pronto la soltó; fue tan súbito el gesto, que la enfermera estuvo
a punto de caer. El animal volvió a darle la espalda, y en el otro extremo de la jaula,
recogió la maceta con las flores de pétalos delgados y carmines . Caminó hacia la mujer, se
arrodilló junto a ella y se las ofreció. Desconcertada, Gervasia miró los ojos ansiosos,
suplicantes del animal. No estaba segura de lo que sentía, pero era la primera vez en su vida
que alguien le obsequiaba flores. Tomó la maceta con manos temblorosas y sonrió.
Por los altavoces sonó música de vals. Villarreal y los médicos del hospital clandestino
observarían la escena; quizá rieran ante esa situación casi absurda. Al ver que ella aceptaba
las flores, Tomás sonrió, se incorporó y volvió a abrazarla por la cintura. El peligro
continuaba; el animal aún podía perder el control y atacarla hasta la muerte.
De pronto el cuerpo de Gervasia se aflojó y dejó de importarle vivir o morir. Suspiró y sintió
que con el aliento expulsaba el temor y la frustración no sólo de esos momentos, sino de toda
la vida.
El simio la apretó aún más. Emitía un rumor suave, como el ronroneo de los gatos. La enfermera
volvió a suspirar y recordó la iniciación en Fecundación Negra, la rama necrófila de Eunuperia.
Con sus compañeras formaban un grupo de siete. Todas sabían que el ingreso las enfrentaría a
la profanación de tumbas y al contacto genital con los cadáveres, pero ante la proximidad de
la situación, varias reaccionaron con miedo y aprehensión; algunas se negaron y pidieron
volver a sus vidas anteriores. Los jefes de Eunuperia les respondieron que no era posible; que
conocían demasiados secretos de la orden, y que si se negaban a profanar tumbas y copular con
cadáveres, debían ser ejecutadas. Gervasia se repitió a sí misma las palabras que uno de los
maestros de la organización pronunciara entonces: “Debemos cruzar un límite dentro de
nosotros. Hay quienes lo pasan en la primera tumba que profanan; a otros les lleva años, pero
el límite y nuestra capacidad de atravesarlo, siempre se mantienen allí, y una parte de
nosotros siempre sabe con certeza dónde está”
En los brazos del mono, Gervasia sintió que acababa de cruzar otro límite, similar al de la
experiencia con los cadáveres. Era la misma indiferencia; la conciencia instalada en una
cumbre, viendo a su cuerpo actuar en una suerte de esquizofrenia espiritual. Sintió en las
sienes el violento latido del corazón; la sangre corría por las venas, pero el cuerpo y la
mente caían a un abismo.
De pronto, el mono se separó y la tomó de la mano con un gesto de invitación a la danza. Ella
aceptó con un movimiento de cabeza; Tomás la ciñó con delicadeza de la cintura y la condujo
por el piso brillante de la jaula. Estaban muy juntos; Gervasia sintió que el olor vegetal del
simio la penetraba; con el movimiento, el enorme miembro del animal se frotaba con suavidad
contra el vello del pubis. La música terminó, sonó otra pieza y siguieron bailando. El animal
volvió a besarla a lo largo del cuello. Ella lo abrazó. Por un momento olvidó donde estaba;
olvidó el peligro que corría. Los movimientos del vals la mecían. Acarició al animal sin
pensar que los demás la observaban. No le importó caer sobre el suelo frío de la jaula; cuando
el mono la penetró, sintió que se ahogaba en un océano tibio.
8
Antes de abrir los ojos, Gervasia aspiró con fuerza varias veces. El olor del simio era
embriagante. Con un inicio amargo, al terminar de aspirarlo la llenaba un gusto picante.
― ¡Enfermera Artigas! ― la voz del Doble Ciego le h izo recordar donde estaba.
― ¡Enfermera Artigas!, despierte y vístase, por favor.
Gervasia abrió los ojos. Vio a Tomás un poco más allá, caído en el suelo, inmóvil y al
intentar ponerse de pie, sintió un fuerte escozor en los genitales. Por un momento pensó en la
posibilidad que los espermatozoides del mono pudieran unirse a sus óvulos y preñarla.
El Doble Ciego y los demás rodeaban la jaula. La mujer escuchó el rumor de las risas
contenidas. Villarreal sonreía con una mezcla de ironía y gesto satisfecho.
―Es una rompe corazones, enfermera Artigas ― comentó el Doble Ciego ― tuvimos que dormir al
simio con un dardo para lograr separarlo de usted.
Al abrochar el corpiño, Gervasia sintió que el mundo cotidiano regresaba Desde alguna parte
del pecho, la vergüenza la llenó en forma de olas tibias.
El Doble Ciego esperó que la enfermera estuviera vestida y regresara a la sala. Recién
entonces habló.
― Se cumplió lo que había previsto: El jugo de las cucarachas cornudas, promueve el sexo con
una potencia superior al polvo de huesos y de cuernos de unicornios. Pero hay un aditamento:
quien lo bebe, es invadido por lo que se conoce como “El Amor Romántico” Es de suponer que
nuestro sujeto de experimentación, el homínido a quien llamamos Tomás, se haya enamorado de
usted, enfermera Gervasia… ― El Doble Ciego esperó que los murmullos divertidos de la
concurrencia cesaran ―Hago notar que nuestro simio ha tenido cuatro eyaculaciones en un
espacio de diez minutos. Esta excesiva sexualidad se une a la inexplicable tendencia de
considerar el objeto de deseo como único, irrepetible; como algo de lo que no hay réplica en
el universo.
Villarreal expuso complicados datos químicos y fisiológicos sobre el bebedizo. Al terminar
afirmó:
―Nadie debe saber que beben cucarachas, por más que tengan un cuerno y sean de una especie
única. La preparación del jugo es un secreto que no debe salir de este recinto. Quien propale
la especie, se arriesga a que lo ejecutemos luego de cortarle la lengua y las orejas, como
establecen los antiguos rituales de Eunuperia. Lo único que deben saber nuestros clientes, es
que la organización dispone de suficientes cuernos y huesos de unicornios. Licuaremos la
cantidad de insectos necesaria para satisfacer a todos los militares maduros. . Lo más
importante es que cumplamos con lo que nos exigen: brindarles felicidad.
9
Aquella noche, al regresar a su cuarto de pensión, la enfermera Artigas sintió por primera vez
una melancolía extraña que subió hasta su garganta e hizo que llorara hasta el amanecer.
En el hospital Clandestino de Eunuperia, Tomás despertó del sueño inducido por el dardo
tranquilizante, y al no encontrar a la enfermera, los gritos de angustia del simio resonaron
durante tres días y cuatro noches a través de las salas vacías y los quirófanos desiertos.
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