• Ricardo Iribarren

    La Agonía del Unicornio (35)

    Variaciones sobre la Bella y la Bestia

    por Ricardo Iribarren



“…Invocando el espíritu de nuestros antepasados muertos, convenceremos al hombre que la inmortalidad es un cuento de niños; que al finalizar la existencia, todo termina. Cuando llegue la Civilización de Científicos, las calles serán alumbradas por la luz cegadora de la razón y los hechizos no tendrán sitio. Nosotros, Pedro, tú y yo, no encontraremos lugar en la nueva sociedad. No habrá bustos que nos recuerden. Suena injusto, pero sólo nos brindarán el olvido”.


1
Gervasia Artigas se detuvo cerca de la puerta del laboratorio central del Hospital Clandestino de Eunuperia. En la enorme sala, médicos, enfermeros y personal de la clínica ocupaban numerosas hileras de sillas. Sentados, con los torsos rectos, todos ejecutaban el mismo gesto: brazo doblado a la altura del pecho, con el pulgar señalando el corazón. Escuchaban con atención al Doble Ciego que disertaba desde una tarima. En el salón flotaba el nauseabundo olor del café de alfalfa que hervía sin cesar en una de las estufas.

“…a las tres y cincuenta de la madrugada, Mauricio José se materializó desde el plano astral donde reside, y me llamó con su vieja voz de fantasma: “Pedro, hoy te toca encender el Sol de la Ciencia, el mismo que brillará en la futura Sociedad de Científicos. Irás al lago del norte de la ciudad y allí pescarás un bacalao morado; dentro de su estómago encontrarás un homúnculo muerto, al que colocarás en el cuarto alambique de tu laboratorio para que resucite a través de tres destilaciones de los jugos pancreáticos. Lo alimentarás tres noches, y cuando esté fuerte y dispuesto a combatir, lo matarás cortándole la yugular. Beberás la sangre mezclada con licor de moras y cortarás la lengua a la que enterrarás en el mar, a 500 pulgadas desde la costa. Allí será el punto preciso donde se colocará la piedra angular de la Ciudad de la Ciencia y el cadáver del hombrecito brindará la fuerza para que las cúpulas del Orbe de los Iluminados brillen bajo los soles de las alboradas…”


En el laboratorio, a espaldas de Gervasia y sobre la pared que daba al oeste, habían montado la jaula de Tomás: el simio sobre quien se ensayaran complicadas mutaciones genéticas, hasta lograr una mezcla de gorila y hombre. A fin de controlar la tremenda fuerza del animal, debieron construir una cárcel de barrotes acerados a prueba de explosiones atómicas. Desde donde estaba, la enfermera podía ver al gorila, sentado en uno de los rincones del cubículo, encogido, con la cabeza oculta y las patas colgando hacia delante. Parecía una enorme araña.

“…Bajo los primeros rayos del sol, brillaban los grandes bigotes de Mauricio José. Al observar en sus ojos una expresión de tristeza, pregunté:” amigo, si la nueva sociedad de científicos es un hecho, ¿por qué una sombra de pesar cruza tu rostro?”. Él me contestó: “Pedro, tú y yo montaremos la Sociedad de Científicos con conjuros y sortilegios. La magia ceremonial servirá para degollar a todos los enemigos del pensamiento racional. Quitaremos a Dios todos los escabeles y los tronos que le han servido para sostenerse. Cuando lo hagamos, se disolverá como el fantasma que siempre ha sido, ya que su existencia nunca fue probada ni por la inducción ni por la deducción. Invocando el espíritu de nuestros antepasados muertos, convenceremos al hombre que la inmortalidad es un cuento de niños; que al finalizar la existencia, todo termina. Cuando llegue la Civilización de Científicos, las calles serán alumbradas por la luz cegadora de la razón y los hechizos no tendrán sitio. Nosotros, Pedro, tú y yo, no encontraremos lugar en la nueva sociedad. No habrá bustos que nos recuerden. Suena injusto, pero sólo nos brindarán el olvido. Nuestra magia habrá permitido que la razón brille en todo el universo, pero cuando esto ocurra, la magia será la gran proscripta; la responsable de la prehistoria del hombre. Nadie suscribirá una tesis que afirme que de la oscuridad surgió la luz; que de la brujería más tenebrosa asomó el sol de la razón; el que iluminará el mundo hasta los últimos rincones…”

2
El Doble Ciego hablaba con la cabeza baja, concentrado en sus palabras. Al levantar los ojos un momento, descubrió a Gervasia, de pie cerca de la puerta. Se incorporó y la señaló.

―Llegó la que esperábamos: nuestra querida compañera, Gervasia Artigas. Pido un aplauso para ella.

Todos batieron las palmas en señal de bienvenida. Algunos silbaron. La enfermera advirtió que la sonrisa del psiquiatra se extendía hasta la mitad de la cara. En el conocimiento que acumulara durante años sobre el Doble Ciego y sus cambiantes estados de ánimo, Gervasia registraba cinco tipos de sonrisas que iban desde una mueca deforme y amenazante, hasta aquella expresión en que las comisuras de la boca casi se unían a las orejas. Cuando esto ocurría, las humillaciones que propinaba el jefe de Eunuperia, se reducían a ironías y burlas hirientes que no afectaban las integridades físicas de lo subordinados. En base a esto, la enfermera calculaba con certeza que en las próximas cinco horas, ninguno de los presentes debía temer un ataque directo de Pedro Villarreal.

―Que alguien brinde a nuestra querida amiga un asiento y una taza de café de alfalfa.

La enfermera suspiró resignada; la experiencia también indicaba que un trato amable de Villarreal era el prolegómeno de una exigencia humillante. Alguien le alcanzó la taza de café. El aroma de la infusión, recordaba a Gervasia la carne putrefacta de las tumbas que profanaba para copular con los cadáveres, como se lo exigía la “Fecundación Negra”. El Doble Ciego insistía en que todos debían beberlo, ya que aportaría nutrientes que no se encontraban en ningún alimento; afirmaba que las ventajas del café incluían desde un incremento indefinido de la fuerza física y mental, hasta una potencia sexual sin límites. Nada de esto experimentaban quienes lo consumían. Acusaban en cambio un estado de constante sopor. Podían realizar todo tipo de actividades, aún las más complejas, pero sumidos en ese estado de sueño. Se corría la voz que los principios activos del café de alfalfa eran potentes alcaloides que permitirían al Doble Ciego manejar mejor a los subalternos.

“De mi visita con Mauricio José podría hablar horas. He contado lo principal. Baste decir que cuando la luz plena del sol llenó mi cuarto, ese mentor y maestro se disolvió en la misma. Quizá sea la última vez que reciba su palabra alentadora, con el querido acento entre español y mexicano. Quizá en otros mundos lo elijan para dirigir otra cruzada iluminadora; para lograr que el sol de la razón brille en todos los rincones del universo…Ahora que ha llegado nuestra querida Gervasia , vayamos al tema de hoy: las cucarachas cornudas, las que nuestra amiga encontrara cuando exhumó la supuesta tumba del hombre unicornio. Estos insectos invaden la ciudad. Para nosotros es una buena noticia, ya que las pruebas químicas de la solución que se obtiene al licuar los cuerpos, la señalan como mucho más potente y completa que las usadas hasta ahora. Dada la enorme cantidad de estas cucarachas y la rapidez con la que se reproducen, no necesitaremos inducir la muerte de las bestias hediondas a las que llaman unicornios. Este hospital ha sido montado para ese fin, pero a partir de ahora quizá se utilice para la atención de heridos en la próxima guerra o para tratamientos especiales de las enfermedades que afectan a los militares de alta graduación. Cuando ingresé a Eunuperia, mi propuesta fue cazar a estos perversos animales conduciéndolos a los bordes de los abismos en la zona montañosa que rodea la ciudad. Ahora afirmo que no es necesario. Que no debemos rompernos la cabeza con la psicología de estos vomitivos bichos. Que no es necesario un hospital entero volcado a convencer a uno de estos unicornios que debe morir. Ustedes han visto lo ocurrido con el único paciente que tuvimos en este nosocomio, hasta que las fuerzas del caos procedieron a su secuestro. Llevamos meses induciendo la muerte. El proceso es lento ¿y para qué? Para conseguir unas veinte dosis del polvo que permita a los militares maduros reactivar sus sexos. Estas cucarachas se entregan mansamente, deseando que las aprisionemos. En el sonido de la licuadora, puedo escuchar los gritos de alegría cuando las cuchillas las trituran. Se cumple con todas las condiciones, sólo que esta vez podremos multiplicar indefinidamente las dosis. En forma inesperada, hemos encontrado un elixir perfecto. Pero sepan todos que me estoy anticipando. No es por nada que me llaman el Doble Ciego. El apelativo surgió de mis numerosos enemigos, pero lo mantengo con orgullo debido a que habla del rigor de la ciencia; de la futura sociedad donde todo saldrá a la luz del sol; donde los científicos gobernarán un planeta iluminado. Les decía que en cuanto al jugo de cucarachas, falta la prueba principal: probar la mezcla en Tomás. Hablo de nuestro gorila: resultado de sucesivos ensayos genéticos, que lo convirtieron en una criatura similar al hombre, tanto en su aspecto como en sus reacciones. Claro que mucho más fuerte e impulsivo que un macho masculino de su edad. En estos momentos, Tomás ha recibido reactivos en su sangre que han convertido su organismo en el de un hombre de sesenta y seis años, es decir la edad en que la vida del macho retrocede y conduce a la decrepitud…

3
A un gesto del Doble Ciego, la habitación se oscureció y un par de spots iluminaron la jaula al fondo del salón. Tomás, el enorme mono, se agitó al sentir la luz en los ojos. Unos segundos después, se puso de pie con un suspiro. Desnudo por completo, en su espalda y cráneo, el pelo tenía una coloración rojiza, que en la parte delantera del cuerpo, pecho y genitales adquiría tonos entre amarillos y rosados. La conformación del tronco, en especial los hombros y el inicio de los brazos, tenían un aspecto decididamente humanos. Aunque Gervasia estaba acostumbrada a la presencia del orangután, su visión siempre despertaba en ella un inexplicable sentimiento de ansiedad. Las manipulaciones genéticas, completadas con un par de operaciones en caderas, tronco y extremidades, habían logrado que las medidas antropométricas de Tomás coincidieran con el Hombre Norma de Vitruvio de Leonardo Da Vinci; en otras palabras: eran perfectas. A esto se sumaba en el mono―hombre cierto aspecto de reconcentrada lejanía, acentuado por el aire romántico que le daban los descuidados cabellos al caer sobre los ojos.

El animal se acercó a los barrotes. Los demás, manteniendo la posición de escuadra, se volvieron hacia él y lo saludaron. Como respuesta, Tomás levantó las manos por encima de la cabeza, mientras emitía un sonido cantarín y profundo que resonó en todos los tímpanos. Hubo comentarios jocosos sobre el aspecto del simio; para hacerse oír, el Doble Ciego debió golpear una taza con una cuchara.

― Estando presente nuestra enfermera jefe, podemos comenzar. Gervasia, querida, deberás servir el jugo de cucarachas a nuestro hermoso chimpancé.

A pesar de la fuerza que a veces resultaba desmedida, en condiciones normales el animal era manso. Cuando Villarreal se retiraba a las sesiones de autocastigo, los enfermeros más jóvenes lo vestían de mujer y exigían que marchara portando los estandartes de Eunuperia. Algunos médicos desaconsejaban estas bromas debido a la enorme fuerza de la bestia y al bajo umbral de control de sus reacciones.

Esa mañana en el laboratorio, los ojos de Tomás tenían un color rojizo, que según la incidencia de la luz, se transformaba en un decidido violeta. La expresión astuta, era la del hombre que se encuentra desvalido en medio de otros más poderosos.

Cada vez que moría un unicornio y obtenían el elixir de cuerno y huesos, Tomás era el encargado de probarlo. La mezcla lograba que el pecho del simio se tiñera de rojo y las dimensiones del miembro se multiplicaran. Fuertes descargas de adrenalina acompañaban a la irrigación sanguínea; esta era la causa principal de la furia de Tomás, quien en esos momentos atacaba con violencia a quien se presentara frente a él.

El Doble Ciego había ideado muñecos de estopa y yeso, cubiertos de una gelatina con feronomas concentradas. El mono se arrojaba sobre los monigotes, y luego de decapitarlos y destrozarlos, copulaba con las estructuras hasta eyacular varias veces. Luego caía en un sueño profundo y al despertar volvía a ser el de siempre: manso y demandante.

Como parte de uno de aquellos experimentos, cierta vez prepararon durante días un gorila hembra. Le inyectaron hormonas, procurando reproducir los aromas propios de las bestias en épocas de celo. Villarreal había elaborado una hipótesis: la presencia de un ser vivo, podría atenuar los impulsos destructivos del mono.

La gorila, también en celo, entró a la jaula emitiendo chillidos. Al ver a Tomás primero caminó a su alrededor, y luego lo golpeó y pellizcó, induciéndolo al juego. El simio macho respondió con pocas ganas. Al alcanzarle la poción de cuerno de unicornio mezclada con jugo de mango, el animal la bebió de un trago y a los pocos minutos se produjeron las reacciones acostumbradas: el aumento del miembro y el cambio de pecho y vientre, de un tono amarillo a un rojo subido. A los pocos minutos, Tomás se abalanzó sobre la hembra. La misma, creyendo que se trataba de una respuesta al juego, logró liberarse del abrazo y corrió por la jaula, incitándolo a que la persiga. El simio la alcanzó en tres zancadas y antes que el comando especial que vigilaba desde fuera pudiera intervenir, reventó la cabeza de la hembra contra los barrotes de acero. Tal como hacía con los muñecos de tela y yeso, copuló con el cadáver hasta eyacular. Luego volvió a sentarse con los brazos y las piernas cruzadas y se durmió, ignorando por completo lo que acababa de hacer.

4
El Doble Ciego mostró a la concurrencia un vaso cerrado con una sustancia negra y gelatinosa, a la que cruzaban tenues líneas de vapor rosado.

“He aquí el jugo que se obtiene de licuar las cucarachas cornudas. Es muy estable y según los análisis se conserva intacto durante largo tiempo. No es necesario refrigerarlo ni incorporar aditivos. Se trata de un producto casi perfecto. Tal como ocurre cada vez que conseguimos el extracto de una de las bestias hediondas a las que llamamos unicornios, este elixir no se considerará debidamente probado hasta que Tomás no beba una dosis y su conducta nos muestre el efecto. Repito: el organismo del gorila es idéntico al de un militar de sesenta y seis años. La agresividad que desarrolla es la misma que anima a nuestro glorioso estamento; la que sirve para descargar la ira sobre los eventuales enemigos de la patria. Gervasia querida, has sido elegida para cumplir con el alto objetivo que nos llama a reunirnos en esta tarde. Acércate a mí…”

La enfermera suspiró. Allí estaba la exigencia del Doble Ciego, agazapada detrás de la inesperada amabilidad. Consciente de las reacciones que despertaba el movimiento de sus caderas debajo de la túnica blanca y ajustada, Gervasia se acercó a la tarima hasta ponerse frente a Villarreal que levantaba en la mano un dispositivo cubierto con números digitales.

―¿Sabes que es esto, querida Gervasia?

La mujer negó con la cabeza

―Este aparato registra las reacciones de Tomás en especial las vinculadas con las hormonas. La línea de arriba muestra las elevaciones de cifras. La de abajo, los estímulos del medioambiente. Verás que los números subieron a rojo hace exactamente media hora. ¿Sabes que ocurrió entonces?

La enfermera volvió a negar.

―Fue el momento en el que entraste. El mono se repliega sobre sí mismo, parece dormir, pero está atento a todo lo que ocurre alrededor, y el aparato afirma que no fue indiferente cuando vio tu cuerpo y sintió tu perfume a pachulí que por supuesto, nos enloquece a todos …

Los hombres presentes asintieron enfáticamente; algunos rieron.

―Por esto mismo, te invito a que cumplas tu compromiso con la ciencia. Es lo que juraste cuando recibiste el cambio de cabeza en Eunuperia.

Con gesto solemne, Villarreal alcanzó a la enfermera el vaso sellado repleto de jugo de cucarachas.

―He aquí la poción querida Gervasia. Con ella te entrego el futuro de nuestro país que es el futuro de nuestros militares; la posibilidad que los mismos gocen hasta los noventa años de un sexo activo como garantía de la defensa de nuestra gloriosa patria. Te repito, querida Gervasia: entrarás a la jaula de Tomás. Todos estaremos atentos. La puerta permanecerá abierta por si tienes que escapar. Habrá un equipo de seguridad y otro de primeros auxilios. Confiamos en que no serán necesarias sus intervenciones, pero contribuirán a tu confianza. Nuestro simio debe recibir la poción de tus manos. Luego recurriremos a una hembra de su especie para ver que ocurre.

Gervasia asintió. Junto a la jaula, un cuerpo de médicos y enfermeros del hospital daban los últimos toques al equipo sanitario: resucitadores, desfibriladores y equipos de oxígeno junto a otros sofisticados mecanismos. A pocos pasos del sitio, sobre el extremo norte del laboratorio, se preparaba un pequeño ejército: siete hombres con armas largas, granadas y escudos protectores.

Gervasia volvió a suspirar y pensó que no era la primera vez que ofrecía a Tomás uno de aquellos brebajes. No entendía por qué el Doble Ciego insistía tanto. Se acercó a la puerta de la jaula y se dispuso a entrar.

―¡Alto, Gervasia! Deberás desnudarte. Tomás reacciona mejor al cuerpo sin ropas de las mujeres. Sabes que si no está particularmente estimulado, no te agredirá, pero para que ingiera el bebedizo con seguridad, se lo deberás brindar desnuda. El mono se enternecerá al sentir junto a sí la tersura de tu piel. Como si de pronto se acercara a él una blanca mona maternal.

Gervasia no miró a los demás. Todos se mantenían en silencio, pero la mujer podía sentir las sonrisas de ironía. Estaba acostumbrada a órdenes como aquella. Sabía que el mono bebería igual aquella sustancia en caso de brindársela con las ropas puestas. El mandato abusivo era otra de las tantas perversiones de Villarreal. La enfermera suspiró. Tres años atrás había hecho un intensivo curso de meditación neurolingüística para poder afrontar situaciones como aquella y mientras se quitaba la túnica y desabrochaba la blusa, intentó poner la mente en blanco. Al verla desnuda, los presentes, en su mayoría hombres, guardaron silencio; sólo algunos no pudieron reprimir expresiones de admiración ante el blanco y sinuoso cuerpo de la enfermera.

5
Gervasia había aprendido que a las órdenes humillantes del Doble Ciego, era mejor ejecutarlas con rapidez; como si se tratara de beber un remedio amargo. Desnuda por completo, entró con decisión en la jaula. El piso relucía. Un sistema de limpieza sofisticado, disolvía las deposiciones de Tomás apenas se producían y cada diez minutos ejecutaba una desinfección automática de todo el sitio. A pesar de esto, la enfermera caminó en puntas de pie, mirando el suelo con sospecha. Al llegar frente al gorila, se detuvo procurando mantener una respetable distancia. Encogido sobre sí mismo, las extremidades del animal mostraban perfectas formas humanas; los dedos de las manos, por ejemplo, eran largos, como los de un pianista. Alguna vez, el Doble Ciego había definido al simio como “un alarde de ingeniería genética”.

La enfermera levantó el frasco con el jugo de cucarachas y lo observó a la luz de los spots que iluminaban el lugar. Espesa, casi un gel, la solución mostraba sobre la superficie gris algunos reflejos rosados. En una de las explicaciones, Villarreal había precisado que, debido un proceso de sensible y creciente oxigenación, el aspecto del bebedizo cambiaba sin alterar la composición básica.

La enfermera esperó. Luego de un minuto, Tomás levantó la cabeza, apartó los cabellos duros y marrones que caían sobre la frente y observó a Gervasia con la expresión de constante insistencia en los ojos grises. Arqueó los labios como si intentara sonreír, los frunció de pronto y lanzó un sonoro beso a la mujer. Se incorporó despacio, caminó hacia ella y se detuvo a pocos pasos. La cabeza de la enfermera apenas llegaba al pecho del animal. La mujer rompió el sello del vaso con la solución de cucarachas y se lo alcanzó. El mono lo tomó, lo olió un momento, lo llevó a los labios y lo bebió de un trago. Al terminar, se limpió la boca con el brazo derecho y volvió a sentarse. Gervasia siguió sin moverse. Ante la cercanía del mono había contenido demasiado la respiración; ahora retomó el ritmo, tratando de relajarse.

Al no escuchar los murmullos del personal, la mujer levantó la cabeza: el laboratorio estaba vacío. Junto a la jaula, los equipos médicos habían quedado solos y los electrodos de un resucitador colgaban en un movimiento pendular. Las butacas y la tarima también permanecían vacías; la enfermera caminó hacia la puerta de la jaula, pero antes de llegar, escuchó un leve “click”: desde algún lugar del hospital, acababan de activar la cerradura de alta seguridad.

La enfermera se volvió: el mono estaba sentado con aspecto tranquilo; la seguía con los ojos y de tanto en tanto se limpiaba la boca con el dorso del brazo. El pecho continuaba con la coloración entre amarilla y rosada y los labios se curvaban en una sonrisa pacífica. Gervasia miró con desconsuelo el envase vacío de la solución que acababa de beber el animal; sin saber qué hacer, retrocedió hasta sentir en la espalda el frío de los barrotes. Haberla encerrado en una jaula con esa mezcla de simio y hombre a punto de estallar de furia por el jugo de cucarachas, era una conducta propia del Doble Ciego. Seis meses atrás, Gervasia había sido testigo de la furia de Tomás luego de ingerir el concentrado de cuerno de unicornio y pudo ver la cabeza del gorila hembra estallar contra los barrotes.

Observó el cuadrante del reloj que colgaba de una de las paredes del laboratorio y calculó que faltarían un par de minutos para que el principio activo de las cucarachas licuadas pasara a la sangre del animal. Cerró los ojos; no podía dejar de recordar la hembra que Tomás matara: la jaula y el piso del laboratorio sucios de sangre y sesos. Trató de apartar la imagen de la mente.

6
El animal se incorporó, dio varias vueltas en círculo y volvió a sentarse. Bostezó y rascó su cuello con insistencia pacífica. Gervasia calculó que era tiempo del efecto del bebedizo; ya tendrían que apreciarse las primeras reacciones, pero el simio no parecía alterado; más bien se lo veía somnoliento. Tan solo el centro del pecho había enrojecido apenas, pero quizá se tratara de la luz del lugar.

“Querida Gervasia: ya habrás comprendido que este experimento tiene una variante en cuanto a los anteriores”― A través de un altavoz en el interior de la jaula, la voz del Doble Ciego llegó hasta ella en un susurro― “en mi opinión, a diferencia del resto de los preparados que diéramos a Tomás, el jugo de cucarachas hará que las reacciones no resulten peligrosas para ti. Si me equivoco, serás una mártir de la ciencia y en la futura sociedad de científicos, levantarán una estatua con tu nombre… aunque te anticipo que la imagen se tallará desnuda como te encuentras ahora”.

Cada vez que el Doble Ciego abusaba de ella, la enfermera sentía volutas negras de desesperación que trepaban desde el bajo vientre. Miró alrededor: hubiera deseado arrojar algo contra el altavoz, pero pensó que cualquier movimiento brusco podría alterar a Tomás.

El simio levantó la cabeza, miró a su alrededor, volvió a sonreír a Gervasia y se incorporó. El centro del pecho estaba decididamente rojo. La mujer volvió a contener la respiración, pero el mono no se dirigió a ella; le dio la espalda y caminó hasta detenerse debajo de una maceta de plástico blando que colgaba cerca del techo. La enfermera recordó un par de reuniones en las que se había discutido la conveniencia de colocar aquel adorno: dada la tendencia impulsiva del animal, alguna vez podría usarlo como arma. La discusión no llegó a nada y las flores siguieron en la jaula; pequeñas, de pétalos rojos, Tomás tomó el pote y aspiró con fuerza, procurando sentir el olor. Con un movimiento brusco, quebró uno de los tallos y procuró restaurarla.

“Para tu consuelo, Gervasia, los médicos del hospital de Eunuperia y yo mismo, hemos llegado a la conclusión que el mono desprecia a las hembras de su especie y se siente atraído por las humanas. Además, la hipótesis que queremos demostrar es que el efecto de las cucarachas molidas con sus miles de cuernos, resulta menos agresivo que la mezcla de huesos y cuernos de unicornios, lo que disminuye el riesgo que seas desnucada por Tomás. Claro que no es una certeza, sino una hipótesis. Es posible que te salves de la muerte, Gervasia, pero no de la violación. Entonces te recuerdo el consejo de Confucio: relájate y goza, ya que no habrá modo de evitarla”.

Gervasia no apartaba los ojos del animal, que seguía sin prestarle atención. Molesto, se movía en forma constante, rascaba la cabeza; se sentaba y de inmediato volvía a ponerse de pie. A veces sonreía a la enfermera, y miraba a los costados, con aire indeciso; como si no se animara a hacer algo.

Gervasia pensó en el Doble Ciego. Siempre tenía la esperanza de que cuando ella cumplía una orden humillante o incluso peligrosa como ahora, Villarreal podría arrepentirse a último momento. Para salvarla de la muerte, bastaría abrir la jaula y rescatarla antes que el simio enloqueciera. No necesitaría confesar que actuaba por amor; podría explicar el impulso alegando que de ese modo ejecutaba uno de los antiguos rituales de Eunuperia

Gervasia sacudió la cabeza: debía permanecer alerta; no eran buenas las fantasías en momentos como aquel. El Doble Ciego, junto con los demás, se habrían instalado en el salón anexo al laboratorio Desde allí controlarían todo con un sistema de cámaras y altavoces. En cuanto al psiquiatra, estaba segura que no vendría a rescatarla. Ocurriera lo que ocurriera, la propia Gervasia debía hacer frente a los acontecimientos.

El mono seguía parado, inmóvil, de espaldas a la enfermera. La mujer pensó que la droga podría haber fallado. Era poco lo que se sabía en Eunuperia sobre el jugo de las cucarachas cornudas. El organismo de Tomás estaba programado como el de un hombre normal de sesenta y seis años, pero el metabolismo del mono siembre había sido muy rápido; era posible que eliminara el principio activo antes de que se depositara en el organismo.

El simio giró con lentitud y los ojos grises volvieron a contemplar a Gervasia. Sonrió con amabilidad; la expresión se había suavizado, y ya no evidenciaba la ansiedad con la que siempre miraba a los humanos. Había dos diferencias: ahora el pecho del animal era de un rojo tornasol y brillante y el miembro, que en condiciones ordinarias se mostraba como un botón casi perdido entre las masas de testículos, había crecido hasta llegar a las costillas. Caminó con lentitud hacia la enfermera; se detuvo a pocos pasos de ella y extendió la mano; la mujer contuvo la respiración y se estremeció al sentir el calor de la palma del animal sobre la cintura. Tomás la apretó contra sí. La enfermera pensaba que el olor de la bestia sería desagradable, pero con el rostro casi hundido en la parte baja del pecho, advirtió que la piel despedía un aroma suave, vegetal y apacible. Por un momento evocó las visitas al campo cuando era niña; la fragancia de la bestia le recordaba el polvo de afrecho que escapaba de la molienda.

Cerró los ojos. Esperaba que los brazos la apretaran hasta descoyuntarla; o que el simio la sacudiera contra los barrotes, rompiendo el cuello contra el acero como hiciera con la hembra de su especie un año atrás. Rogó que todo fuera rápido. Segura del fin, sólo la aterraban la tortura y el dolor. Si en vez del mono, el propio Doble Ciego se encontrara ante el efecto de un alcaloide como aquel, antes de matarla elegiría tormentos exquisitos. La ventaja del animal, era que podría resolver su muerte en pocos segundos, casi sin sufrimiento.

7
La temperatura del cuerpo de Tomás aumentaba y Gervasia sintió sobre el cuello los labios del simio. La besaba con suavidad, moviendo la lengua sobre la piel. Bajó hasta los senos y jugueteó con los pezones. De pronto la soltó; fue tan súbito el gesto, que la enfermera estuvo a punto de caer. El animal volvió a darle la espalda, y en el otro extremo de la jaula, recogió la maceta con las flores de pétalos delgados y carmines . Caminó hacia la mujer, se arrodilló junto a ella y se las ofreció. Desconcertada, Gervasia miró los ojos ansiosos, suplicantes del animal. No estaba segura de lo que sentía, pero era la primera vez en su vida que alguien le obsequiaba flores. Tomó la maceta con manos temblorosas y sonrió.

Por los altavoces sonó música de vals. Villarreal y los médicos del hospital clandestino observarían la escena; quizá rieran ante esa situación casi absurda. Al ver que ella aceptaba las flores, Tomás sonrió, se incorporó y volvió a abrazarla por la cintura. El peligro continuaba; el animal aún podía perder el control y atacarla hasta la muerte.

De pronto el cuerpo de Gervasia se aflojó y dejó de importarle vivir o morir. Suspiró y sintió que con el aliento expulsaba el temor y la frustración no sólo de esos momentos, sino de toda la vida.

El simio la apretó aún más. Emitía un rumor suave, como el ronroneo de los gatos. La enfermera volvió a suspirar y recordó la iniciación en Fecundación Negra, la rama necrófila de Eunuperia. Con sus compañeras formaban un grupo de siete. Todas sabían que el ingreso las enfrentaría a la profanación de tumbas y al contacto genital con los cadáveres, pero ante la proximidad de la situación, varias reaccionaron con miedo y aprehensión; algunas se negaron y pidieron volver a sus vidas anteriores. Los jefes de Eunuperia les respondieron que no era posible; que conocían demasiados secretos de la orden, y que si se negaban a profanar tumbas y copular con cadáveres, debían ser ejecutadas. Gervasia se repitió a sí misma las palabras que uno de los maestros de la organización pronunciara entonces: “Debemos cruzar un límite dentro de nosotros. Hay quienes lo pasan en la primera tumba que profanan; a otros les lleva años, pero el límite y nuestra capacidad de atravesarlo, siempre se mantienen allí, y una parte de nosotros siempre sabe con certeza dónde está”

En los brazos del mono, Gervasia sintió que acababa de cruzar otro límite, similar al de la experiencia con los cadáveres. Era la misma indiferencia; la conciencia instalada en una cumbre, viendo a su cuerpo actuar en una suerte de esquizofrenia espiritual. Sintió en las sienes el violento latido del corazón; la sangre corría por las venas, pero el cuerpo y la mente caían a un abismo.

De pronto, el mono se separó y la tomó de la mano con un gesto de invitación a la danza. Ella aceptó con un movimiento de cabeza; Tomás la ciñó con delicadeza de la cintura y la condujo por el piso brillante de la jaula. Estaban muy juntos; Gervasia sintió que el olor vegetal del simio la penetraba; con el movimiento, el enorme miembro del animal se frotaba con suavidad contra el vello del pubis. La música terminó, sonó otra pieza y siguieron bailando. El animal volvió a besarla a lo largo del cuello. Ella lo abrazó. Por un momento olvidó donde estaba; olvidó el peligro que corría. Los movimientos del vals la mecían. Acarició al animal sin pensar que los demás la observaban. No le importó caer sobre el suelo frío de la jaula; cuando el mono la penetró, sintió que se ahogaba en un océano tibio.

8
Antes de abrir los ojos, Gervasia aspiró con fuerza varias veces. El olor del simio era embriagante. Con un inicio amargo, al terminar de aspirarlo la llenaba un gusto picante.

― ¡Enfermera Artigas! ― la voz del Doble Ciego le h izo recordar donde estaba.
― ¡Enfermera Artigas!, despierte y vístase, por favor.

Gervasia abrió los ojos. Vio a Tomás un poco más allá, caído en el suelo, inmóvil y al intentar ponerse de pie, sintió un fuerte escozor en los genitales. Por un momento pensó en la posibilidad que los espermatozoides del mono pudieran unirse a sus óvulos y preñarla.

El Doble Ciego y los demás rodeaban la jaula. La mujer escuchó el rumor de las risas contenidas. Villarreal sonreía con una mezcla de ironía y gesto satisfecho.

―Es una rompe corazones, enfermera Artigas ― comentó el Doble Ciego ― tuvimos que dormir al simio con un dardo para lograr separarlo de usted.

Al abrochar el corpiño, Gervasia sintió que el mundo cotidiano regresaba Desde alguna parte del pecho, la vergüenza la llenó en forma de olas tibias.
El Doble Ciego esperó que la enfermera estuviera vestida y regresara a la sala. Recién entonces habló.

― Se cumplió lo que había previsto: El jugo de las cucarachas cornudas, promueve el sexo con una potencia superior al polvo de huesos y de cuernos de unicornios. Pero hay un aditamento: quien lo bebe, es invadido por lo que se conoce como “El Amor Romántico” Es de suponer que nuestro sujeto de experimentación, el homínido a quien llamamos Tomás, se haya enamorado de usted, enfermera Gervasia… ― El Doble Ciego esperó que los murmullos divertidos de la concurrencia cesaran ―Hago notar que nuestro simio ha tenido cuatro eyaculaciones en un espacio de diez minutos. Esta excesiva sexualidad se une a la inexplicable tendencia de considerar el objeto de deseo como único, irrepetible; como algo de lo que no hay réplica en el universo.

Villarreal expuso complicados datos químicos y fisiológicos sobre el bebedizo. Al terminar afirmó:

―Nadie debe saber que beben cucarachas, por más que tengan un cuerno y sean de una especie única. La preparación del jugo es un secreto que no debe salir de este recinto. Quien propale la especie, se arriesga a que lo ejecutemos luego de cortarle la lengua y las orejas, como establecen los antiguos rituales de Eunuperia. Lo único que deben saber nuestros clientes, es que la organización dispone de suficientes cuernos y huesos de unicornios. Licuaremos la cantidad de insectos necesaria para satisfacer a todos los militares maduros. . Lo más importante es que cumplamos con lo que nos exigen: brindarles felicidad.

9
Aquella noche, al regresar a su cuarto de pensión, la enfermera Artigas sintió por primera vez una melancolía extraña que subió hasta su garganta e hizo que llorara hasta el amanecer.

En el hospital Clandestino de Eunuperia, Tomás despertó del sueño inducido por el dardo tranquilizante, y al no encontrar a la enfermera, los gritos de angustia del simio resonaron durante tres días y cuatro noches a través de las salas vacías y los quirófanos desiertos.

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