Anduvo perdido por la finca escrutando a los árboles centenarios que movían sus ramas con murmullos de
tenaz indiferencia...
Se fue mirando en los estanques mientras las carpas aleteaban con gráciles escorzos entre los
nenúfares y los lirios amarillos...
Estuvo atento al cantar de los gorriones y los tordos y al grito sordo de las urracas que buscaban
amores esperados y manjares robados al hombre satisfecho...
Se paró con las hortensias y las rosas investigando sus colores de salvaje exuberancia...
Se dejó reflejar en el azul de la piscina que devolvía los rayos del sol y los contrastes de las
sombras...
Arrastró sus pasos entre los pinos y las forsitias, por las piceas y las madreselvas, esperando algún
mensaje conocido...
Intentó seguir a las ardillas que saltaban entre los troncos de los cipreses y los álamos...
Se dejó caer en la pradera de césped recién cortado con olor a sandía y a verano...
Dejó que la lluvia de las nubes grises del estío y la tormenta acariciasen su cara...
Aguzó el oído en el rítmico sonsonete de las fuentes escudriñando sus cambiantes melodías...
No tuvo valor para mirar a los ojos de Oso, el pastor alemán que le lamía los tobillos...
Se sentó a escribir con el abatimiento de miles de siglos: nada, no era nada...
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