• Ricardo Iribarren

    La Agonía del Unicornio (36)

    El Unicornio liberado

    por Ricardo Iribarren



“La ratona suspiró y el ojo derecho redobló la cantidad de lágrimas. El encuentro amoroso que había tenido con Petrov, había sido en sueños, pero la locura no distinguía entre la ilusión y la realidad. Entonces, el médico le había dicho frases como “Antes de nuestro beso, el universo estaba en orden…la vida, Miñajapa, es un largo, inexplicable y misterioso sueño en forma de rulo que se extiende hacia el cielo en las noches estrelladas…” Al recordar esto, la ratona se hundía en los matices de sensaciones que las caricias del galeno despertaban en el pecho, en el pubis y en las ubres sin pezones.”


La Descripsistación de Luigi Luscenti o el Unicornio Liberado

1
Con estruendos y silencios; con festivales de angustias y estallidos de alegría, la locura de la Ratona Miñajapa había regresado.

Durante milenios, los intelectuales del pueblo de los Ratones Azules habían recopilado datos sobre la locura. Los casos eran pocos: en promedio, uno cada dos siglos en los ocho mil años de historia. Sin embargo, el tema de la pérdida de la razón, fascinaba al pueblo de roedores.

Desde las primeras incursiones del Doctor Petrov, un grupo de investigadores, produjo varios textos en los que se comparaba la demencia de los Ratones Azules con la de los humanos.

“En los bípedos blancos la locura es el hundimiento en el caos. Este proceso, casi siempre irreversible, va acompañado de la pérdida creciente de facultades. En las sucesivas etapas de la locura ratonil, también el sujeto se sumerge en el caos, pero aquí, a diferencia del humano, el orate gana en cualidades. La mente funciona con creciente lucidez; la inteligencia es más aguda, y se ha llegado a comprobar que el ratón demente percibe aquellos aspectos del mundo que para los cuerdos siempre permanecerán en las sombras”.

El cuerpo de la Ratona Miñajapa, convertido en forro de la chaqueta de Luigi Luscenti, permanecía pegado a su espalda, llenando la nariz del anarquista con intensas y tentadoras feromonas.

Aquella tarde, enloquecido por los celos al enterarse que Miñajapa amaba al Dr. Petrov, Luscenti dio fuego a su apartamento y se marchó del edificio que una hora más tarde sería destruido por el súbito incendio. Se dirigió al hospital clandestino de Eunuperia, donde la ratona fue testigo de la conversación entre su esposo y Pedro Villarreal, el psiquiatra jefe a quien todos llamaban el “Doble Ciego”. Con el brillante y lúcido ojo izquierdo, Miñajapa analizó lo que ocurría en la reunión. Más allá del clima plácido y relajado, pudo ver un pequeño ejército apostado en las habitaciones linderas, dispuesto a intervenir en caso de ser necesario. Lágrimas de dolor y melancolía aumentaban en el ojo derecho de la ratona, y empapaban el cuello de la camisa de su esposo. En el ojo izquierdo, la claridad creciente surgía del movimiento pendular que la llevaba y la traía de un instantáneo caos. Así, la ratona pudo ver en uno de los cuartos aledaños a uno de los operadores de Eunuperia, encargado de violentar las defensas de Luigi Luscenti. Las mismas se presentaban en la pantalla como un par de torres flanqueando una fuerte represa. El hombre joven, de cabellos enrulados, temblaba y traspiraba, sabiendo que si no derribaba esa valla, sería víctima de las más crueles represalias del Doble Ciego.

En la habitación, Villarreal y Luigi Luscenti, sumidos en la discusión acerca del poder y la venganza, no advirtieron la sombra brillante que emergió del ojo izquierdo de Miñajapa; tampoco lo vieron cuando se asentó en una de las paredes como una tenue mariposa. La ratona sabía que en un par de días la mujer que realizaba la limpieza, se empeñaría en quitar aquella mancha casi imperceptible, procurando con ello cumplir las precisas y obsesivas indicaciones del Doble Ciego sobre el aseo y la desinfección hospitalaria. El ojo de la ratona, quedaría activo en la cuenca y a la vez, inserto en aquella pared. Miñajapa podría instalarse en él desde la distancia y observar lo que ocurría en la sede del hospital clandestino.

La entrevista terminaba. Como parte del acuerdo establecido, Villarreal entregó a Luscenti la navaja que perteneciera a Guillermo de Ockham y que sirviera para inspirar su famosa regla, una de las bases del método científico: "en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable". Con esa arma el anarquista debía cortar la yugular del Dr. Petrov.

Cuando la ratona Miñajapa y su esposo salieron del hospital clandestino, la noche de otoño había caído sobre la ciudad. Luigi Luscenti marchaba con paso firme. Desde la espalda, la ratona hizo girar el luminoso ojo izquierdo para observar al Rey: la oruga que constituía el centro de los ratones; la que les permitía moverse, pensar y recibir toda la cultura. No sólo lo observó sino que acarició con la mirada la superficie húmeda, y llena de circunvalaciones que el anarquista sostuviera con un par de broches al borde del cráneo. Algo que su esposo no sabía era que, gracias a la locura, en cualquier momento podría encajar el Rey en la cabeza. Con esto, recuperaría las dimensiones del cuerpo y la movilidad; podría bajarse de la espalda, escapar o hacer lo que quisiera. Minuto a minuto, la demencia la fortalecía. Si tuviera que enfrentar a Luigi Luscenti, la ratona ya no lloraría desesperada. La fuerza en las patas, el vientre y el pecho que crecía segundo a segundo, le permitiría vencer a cualquier agresor aún cuando la superara en tamaño y en fuerza.

Mientras se balanceaba con el caminar de Luigi Luscenti; mientras sentía la respiración ruidosa del anarquista, como la de una bestia, el ojo de Miñajapa regresó a la mancha en forma de mariposa que dejara en la pared del despacho de Pedro Villarreal. Desde allí pudo observar todo lo que ocurría en el hospital.

El Doble Ciego entraba a la habitación lindera. Al ver las torres incólumes en la pantalla, increpó al operador: no había podido ingresar al interior del anarquista y dominarlo. Tomó al joven de las solapas y lo golpeó brutalmente en la cabeza hasta desmayarlo. Después, el psiquiatra se sentó frente a la computadora. Miñajapa lo observó trabajar con ahínco, procurando encontrar la clave. Sonrió al verlo colocar su nombre: “Miñajapa” con todas las combinaciones posibles. En las horas siguientes, con un intenso gozo que sólo los orates pueden sentir, vio como el médico convertía el vocablo en todo tipo de ecuaciones. La risa brillaba y bailaba en el ojo izquierdo de la ratona, mientras el derecho no dejaba de llorar.

Miñajapa conocía la clave para entrar en la interioridad de Luigi Luscenti. Era “Kropotkin”, el nombre del anarquista ruso que fuera la inspiración de su esposo durante la juventud. El ojo izquierdo, podría sugerirlo al Doble Ciego hablando a su mente en forma directa, pero se contenía. Prefería disfrutar de los esfuerzos de Villarreal; gozar de la satisfacción al verlo traspirar en torno al vocablo “Miñajapa”.

Con los primeros brillos del amanecer, la réplica sutil del ojo que quedara en la habitación de Eunuperia, voló como una polilla tenue, casi invisible, alrededor de la cabeza del Doble Ciego. Le bastó volcar en su coronilla una partícula de sustancia brillante, para que el nombre de la contraseña surgiera con claridad incontenible. Cuando el psiquiatra escribió “Kropotkin”, las torres que rodeaban la represa cayeron de pronto. Frente al Doble Ciego, surgió la imagen de un unicornio brillante que corría por montes y prados; un unicornio que era el propio Luigi Luscenti.


2
El anarquista había incendiado su apartamento y no tenía dónde “reposar la cabeza”, pero siempre se había jactado que era capaz de estar hasta una semana sin pegar un ojo. Contaba al que quisiera escucharlo, que en alguna ocasión en que necesitó huir, caminó kilómetros en los bosques que rodeaban a la ciudad. Apenas se alimentaba con raíces. Por último, lo recibieron en un lugar seguro, al que llegó alucinando, herido y desnutrido, pero en tres días volvió a recuperar todas sus fuerzas. Ahora, en el avance impetuoso con la ratona Miñajapa a su espalda, atravesaron media ciudad, y cuando faltaban cuarenta y cinco minutos para la aurora, el anarquista se instaló detrás de los tres árboles que se levantaban frente a la mansión del doctor Petrov. Desde ese refugio improvisado, podría estudiar los movimientos de la casa.

A mayor caudal de lágrimas en el ojo derecho de Miñajapa, mayor brillo y esplendor en el izquierdo. La vista era capaz de atravesar el cuello de Luigi Luscenti y abrirse a la noche de la ciudad. Así, la ratona descubrió que estaban frente a la residencia de su amado doctor Petrov. Sólo los separaba de la casa una transitada avenida. La mirada de Miñajapa se hundió en las paredes rugosas; en los parques que albergaban a las pocas hadas, elfos, gnomos y otras criaturas legendarias que aún quedaban en el mundo. Al llegar la tarde, en el lugar soplaba el famoso viento cargado de vacío, capaz de levantar la epidermis de los habitantes.

La ratona suspiró y el ojo derecho redobló la cantidad de lágrimas. El encuentro amoroso que había tenido con Petrov, había sido en sueños, pero la locura no distinguía entre la ilusión y la realidad. Entonces, el médico le había dicho frases como “Antes de nuestro beso, el universo estaba en orden…la vida, Miñajapa, es un largo, inexplicable y misterioso sueño en forma de rulo que se extiende hacia el cielo en las noches estrelladas…”. Al recordar esto, la ratona se hundía en los matices de sensaciones que las caricias del galeno despertaban en el pecho, en el pubis y en las ubres sin pezones.

Antes del amanecer, muchas de las ventanas de la residencia permanecían iluminadas El ojo izquierdo de la ratona sabía que por órdenes del dueño de casa, los criados debían velar hasta la llegada del sol. Miñajapa suspiró al evocar la mirada bizca, el sombrero redondo y las camisas con gemelos de su amado Petrov.

El ojo izquierdo se concentró en el cuerpo del anarquista. En el bolsillo derecho de la chaqueta, descubrió el límite duro, frío y filoso de la navaja que perteneciera a Guillermo de Ockham. Luigi Luscenti había recibido del Doble Ciego la orden de cortar con el centenario acero, la yugular del Dr. Petrov. La ratona Miñajapa ni consideraba esa posibilidad. El ojo izquierdo, flameando en las llamas de la locura, era capaz de profetizar el desarrollo de los acontecimientos. Tenía el tiempo preciso. Un par de automóviles acababan de salir de Eunuperia, y en pocos minutos llegarían hasta ellos. Eran los hombres enviados por el Doble Ciego. Antes que se detuvieran frente a la mansión de Petrov y se apearan de los vehículos, la ratona debía completar la operación.

Para ello, el ojo izquierdo, con un absoluto dominio sutil sobre la materia, hizo ascender milímetro a milímetro la navaja. Cuando llegó a su altura, la garra de la ratona tomó el mango. Le bastaba sobar suavemente los lóbulos cerebrales del anarquista, para lograr que se concentrara exclusivamente en el odio y el afán de venganza. No podía concebir que Miñajapa, sin el Rey en la cavidad del cráneo, pudiera moverse por sí misma; no concebía que la ratona pudiera pensar. Su esposa era un ser con la vida suspendida; un aditamento; un adorno. Luscenti no era capaz de imaginar las fuerzas sobrehumanas que brindaba la locura.

En el cielo, una leve luminosidad alumbró las nubes del otoño, y el ojo derecho de Miñajapa aumentó el llanto. Las lágrimas se disparaban como balas líquidas sobre el pelo de Luscenti. Cuando pasados varios minutos formaron una leve aureola apenas brillante, la ratona empezó a trabajar con ella. La hoja de acero de la navaja de Ockham se deslizó sobre la raíz de aquella sustancia luminosa, como cortando las raíces del resplandor. Esto hizo que el brillo fuera aumentando y pasados diez minutos, una medialuna de luces se había extendido en el cuello y en la cabeza de Luigi Luscenti.

El ojo izquierdo de Miñajapa advirtió que un retén había demorado el automóvil con los hombres del Doble Ciego. Debieron bajar del vehículo. Uno era delgado y el otro gordo; traspiraba a pesar de la fría brisa. Los vio discutir furiosos, con el jefe de la cuadrilla; enarbolaron las credenciales mientras explicaban a los gritos que “El Comando en Jefe del ejército los había autorizado”; que “¡…el tiempo que perdían era el más importante de la Patria. Cada minuto que nos retienen, la conjura subversiva avanza a pasos agigantados para concretar sus designios inconfesables!”.

Este incidente aumentaba el tiempo del que disponía Miñajapa. Con suavidad, inclinó la cabeza y mordió la piel de Luscenti a la altura de la última cervical. En unos segundos, la separó con facilidad, mientras el anarquista, concentrado en los movimientos de la mansión, seguía sin advertir nada. La ratona cortó con la navaja algunas raíces más, lo que permitió que la medialuna luminosa adquiriera fuertes colores tornasoles. Por un momento, Luigi Luscenti llevó su mano para rascarse el cuello, cerca del arco luminoso. Luego la apartó y siguió concentrado en la alternancia de luces de la mansión.

La ratona volvió a morder con absoluta suavidad la piel del cuello del anarquista. Entonces escuchó el sonido; una explosión contenida o un acorde súbito. El pecho del anarquista se convirtió por un momento en una boca enorme que vomitó lo que al principio pareció un enorme tubo de luz. Vibró en el aire oscuro, y en pocos segundos tomó la forma de un plateado unicornio. Del tamaño de un caballo mediano, corrió a un lado y al otro de la acera. Por un momento se detuvo frente a Luigi Luscenti. La ratona vio un brillo de nostalgia y asombro en los ojos de la bestia mientras la cola se movía con reciedumbre. Bajó la cabeza, relinchó suavemente y con la pata derecha golpeó el suelo. Luego lanzó lo que parecía un relincho alegre y salió disparado, recorriendo la acera de un extremo al otro.

3
El segundo de los tomos de la obra sobre la locura, publicado por los Ratones Azules, trata en sus setecientos cuarenta y cinco páginas el tema de la “sabiduría infusa del orate”. Se llama así a un conocimiento espontáneo, profundo y preciso sobre la realidad que sería aportado por la locura. Eso explicaría que muchos ratones, a pesar del extravío de la razón, hablaran con perfección todos los dialectos del pueblo, aún los que no hubieran conocido en su cordura. Al producirse el contacto con los humanos, también se expresaron correctamente en los diferentes lenguajes de los hombres, a pesar de estar entre ellos por primera vez. Los ratones orates también podían describir con exactitud lugares lejanos y circunstancias que era imposible que conocieran.

Esta condición permitía a la ratona Miñajapa saber que su esposo, Luigi Luscenti, era en realidad un unicornio. Como a las otras bestias que se encontraban entre los hombres, el anarquista en su infancia y en parte de su adolescencia, fue llevado a Japón donde un grupo de sabios realizara la Cripsis, es decir el disfraz humano destinado a ocultar su naturaleza de bestia fantástica.

Según el completo análisis efectuado por los ratones estudiosos de la locura, los roedores orates tenían también la capacidad de comprimir el tiempo, es decir de percibir espacios prolongados en pequeñas porciones. Fue así que en transcurso de unas horas, Miñajapa pudo seguir las actividades artesanales, lentas y meticulosas que elaboraran el armazón humano alrededor del unicornio. El nombre Luigi Luscenti y la condición de anarquista corresponderían a esta Cripsis: un equivalente del disfraz desarrollado por ciertas especies para protegerse de los depredadores. En este caso, había sido creado en forma laboriosa por otros hombres, teniendo en cuenta que la civilización actual, asesina de mitos, perseguiría a los unicornios y los desecaría para estudiarlos.

Kainiro Hakayashi fue el nombre del principal Cripsistólogo, el hombre que tuvo a su cargo montar la cobertura humana para proteger aquel unicornio níveo de origen lunar. Esta característica significaba que dicho animal era andrógino, es decir que tenía en sí mismo los dos sexos. .

El primer examen lo realizó el mismo médico japonés. Luego de tres meses de observación, de tomar notas y redactar informes, una mañana reunió a siete de sus discípulos y anunció: “A pesar de que los unicornios son andróginos, pueden predominar en ellos rasgos masculinos o femeninos”. Señaló al níveo animal que pastaba un poco más allá. “En este caso, puedo afirmar que este unicornio es hembra en un ochenta por ciento. “

De este modo, Hakayashi siguió el antiguo axioma de la principal escuela de Cripsistólogos: la cobertura que debía proteger a la mítica bestia el resto de la existencia, debía tener las características opuestas de aquello a lo que custodiaba. Al unicornio de labios gruesos y gestos afeminados, correspondía como Cripsis un hombre duro, fuerte, que considerara las cosas en blanco y negro, sin matices de gris; que en algún momento de su existencia fuera violento y hasta despiadado. Al programar la cripsis, previó que en la madurez se produjeran grietas por las que pudiera entrar la corrupción.

En las visiones instantáneas, la ratona Miñajapa también supo que el investigador japonés había tomado como modelo una anécdota de Enrico Malatesta, el famoso anarquista italiano, protagonizada por el año 1887 en Buenos Aires, donde residía. Empeñado con su grupo en acciones directas contra el sistema, antes de llegar la madrugada del día diecisiete de agosto, hizo que lo encadenaran a la pirámide de Mayo. Desde allí empezó a gritar agresivas consignas

¡Aquí no hay propiedades! ¡Hay unidad!

¡Pongo la bomba!. ¡Prendo la mecha!. ¡Corro una cuadra…!

Y así siguió durante una larga hora, increpando a los curas, los militares y los políticos, mientras la policía se tomaba el trabajo de romper candados y fundir el acero usando sopletes. En todo ese tiempo, los paseantes que atravesaban la plaza de Mayo, muchos de ellos obreros que marchaban a sus trabajos, se detenían a escuchar los gritos y la propaganda que el anarquista profería en un mal español.

Admirador de esa filosofía política, Hakayashi tomó el nombre Luigi Luscenti, otro ácrata que fuera muerto por la policía en aquella época. En el interior de la cripsis el investigador japonés también diseñó la fuerte represa que apareciera en el ordenador de Eunuperia. Protegido por la misma, el unicornio se sumió en un sueño de largos años. Lo rodeaba la oscuridad tibia generada por la sangre al circular por arterias y venas; calor suave que engendraría pacíficos sueños en los que correría por los senderos de perdidos paraísos.

De un modo misterioso, quizá con efluvios de energía que llegaban del cuerpo inmóvil, alimentaba y mantenía a la Cripsis. Luigi Luscenti se dedicó en su adolescencia y en su juventud a colocar bombas y participar en múltiples atentados. Ya en la juventud, se desató la corruptela que había programado Hakayashi, y se convirtió en un aliado de los militares, encargado de traicionar a sus camaradas para que fueran detenidos y muertos por el gobierno.

El ojo izquierdo de la ratona Miñajapa, conocía la forma simple de desmontar la cripsis. Con la sabiduría de la locura, había sobrevolado el pasado, recogiendo las palabras y los gestos con los que despertaría al unicornio que dormía en el pecho de Luigi Luscenti. Le bastaba aglutinar la luz dispersa en la sangre del anarquista, llevarla hasta la coronilla y allí separar con cuidado los lazos sutiles que unían al unicornio con su cobertura de carne, sangre y huesos. La Navaja de Ockham era el instrumento ideal. Miñajapa también sabía que el instrumento tenía una enorme fuerza; que por algo había servido para que el humilde monje franciscano generara aquella proposición que era la base de la ciencia y la tecnología.

Ahora, el unicornio recién liberado, se detuvo frente a la antigua cripsis. El anarquista seguía concentrado en la mansión del doctor Petrov y era ciego para esa suerte de caballo azul y brillante, que mientras lo miraba, removía la tierra con la pata derecha.

La ratona sintió que el cuerpo de su esposo se ablandaba, como si los huesos se separaran con lentitud de los tejidos. La Cripsis, que mantenía la forma externa del anarquista, acababa de perder aquello que siempre lo sostuviera. Luscenti no sospechaba los cambios. Encerrado en el turbulento y obsesivo sueño, una y otra vez veía al doctor Petrov arrodillado frente a él, rogando por su vida; una y otra vez la vieja navaja de Ockham cortaba la yugular del médico; una y otra vez la sangre manaba hasta cubrir el piso de la mansión.

4
El unicornio corrió varias veces de un extremo al otro de la acera. Tenía el tamaño de un caballo mediano y bajo las luces de mercurio, el brillo de la piel lo convertía en una inquieta mancha azul. Como sucede con todo unicornio, la visión despertaba una alegría súbita e inexplicable en los humanos. Así fue que muchos automovilistas que transitaban a aquella hora por la avenida, hicieron sonar sus bocinas.

La bestia se detuvo frente al anarquista y procuró buscar los ojos de Luigi Luscenti que seguía ciego a su presencia. La cripsis vacía, sólo entendía la realidad en términos de poder, de venganza, de odio; en vez de la silueta del unicornio, quizá sólo viera reflejos de la aurora que se proyectaban sobre la calle. Había recortado la porción oscura del mundo y seguía repitiendo las mismas escenas de poder y venganza.

La ratona sabía que el cuerpo de quien fuera su esposo, esa cáscara vacía en la que el uranio sostenía huesos, tejidos y sangre, podía atraer la muerte a través de un disparo, una puñalada o una súbita enfermedad. El ojo izquierdo de Miñajapa volvió a planear en el aire de la noche hasta ubicarse como una tenue y trasparente luciérnaga frente al rostro de Luigi Luscenti. A simple vista nada había cambiado. El brillo metálico en los ojos; la expresión atormentada; la nariz plana, casi pegada contra el rostro; los orificios que se abrían y se cerraban a cada momento dejando entrar y salir el aire con un sonido de fuelle tenso y grave. De ese modo, practicaba “la inmovilidad del soldado”, como Luscenti acostumbraba a decir de sí mismo cuando describía las largas jornadas en las que se dedicaba a acechar a alguien.

Disfrutando de la libertad luego del prolongado cautiverio en el cuerpo del anarquista, el unicornio seguía corriendo de un extremo al otro de la cuadra como una exhalación entre azul y plateada. El ojo izquierdo de Miñajapa supo que las volteretas de la bestia eran una despedida de la cripsis; de aquella envoltura que lo protegiera durante cincuenta años. En alguna de esas vueltas el animal se detuvo para dar un leve topetazo en las piernas de Luscenti, quizá pretendiendo llamar la atención, pero el anarquista seguía con la vista fija en la mansión; como si a través de la mirada pudiera ejecutar la venganza.

De pronto, el animal dio un último salto, se volvió hacia la avenida, y la cruzó de una rápida carrera. El conductor de un coche deportivo debió hacer una maniobra para evitarlo. Al llegar a la otra acera, el unicornio, corrió hacia el jardín de la mansión del Dr. Petrov y siguió hasta desaparecer entre los árboles y el follaje.

5
El ojo izquierdo de Miñajapa también sabía que la cripsis vacía de su esposo, perdía rápidamente la sensibilidad. Una vez que hubo retirado los brazos, lo demás fue fácil. Resbaló por la piel del anarquista a y cayó al suelo; tomó los bordes del Rey, la húmeda larva que era el centro de su ser, y la colocó con cuidado en la cavidad del cráneo. Primero las patas y luego el cuerpo de la ratona, se llenaron con un leve “plop”.

El ojo derecho de Miñajapa lloró con más intensidad; ya no vería más a Luigi Luscenti. El ojo izquierdo, desprovisto de emociones, observaba el destino de aquella Cripsis vacía que se desgastaba con rapidez. La visión a distancia y la comprensión inmediata de cualquier idioma, eran las características de la locura de Miñajapa. Así, pudo consultar los gruesos volúmenes apilados en una biblioteca abandonada del monte Fuji y escritos en japonés antiguo. Escogió los casos, en los que el unicornio escapara de la Cripsis. Las observaciones consignadas explicaban que la envoltura suelta, podría moverse y hablar durante un período de veintiocho días y medio. El unicornio encerrado era la razón de ser de cada una de las células; sin él, el cuerpo perdería la fuerza en forma gradual, hasta que los huesos se convirtieran en una pasta blanda y los tejidos en una masa de carne sin consistencia..

El ojo izquierdo de Miñajapa también supo que Luigi Luscenti no llegaría a cumplir ese proceso; que todo se resolvería en la próxima media hora,

A tres millas de la mansión del Dr. Petrov, los hombres del Doble Ciego, encargados de detener al unicornio de apellido Luscenti, marchaban con rapidez en un automóvil rojo. De acuerdo al tránsito de aquella hora, llegarían en treinta minutos. Ambos descenderían del vehículo, y se pondrían uno a cada lado del objetivo. Recién entonces, el anarquista procuraría defenderse y llevaría la mano a la pistola nueve milímetros que guardaba en el bolsillo derecho de la chaqueta. Uno de los hombres, lo detendría. De haber continuado el unicornio en el interior del anarquista, quizá hubiera mantenido la rapidez de los reflejos, pudiendo presentar batalla, pero el desgaste había empezado, y a los enviados de Villarreal les bastó una simple llave en la espalda para dejarlo fuera de combate.

El ojo izquierdo de la ratona, vio en el futuro próximo al anarquista arrodillado; el rostro deformado por la furia; la boca entreabierta, emitiendo un sonido ronco que pretendía ser un insulto continuo o una queja profunda. Los hombres habían recibido indicaciones precisas del Doble Ciego: debían buscar en los bolsillos de Luscenti la navaja de Ockham. Una hora antes, Villarreal les habría ordenado: “Deberán clavarla en el oído izquierdo de esa bestia hedionda y subversiva”. De ese modo cumplirían con el antiguo ritual de Eunuperia para matar a los traidores: perforar el conducto auditivo hasta llegar al cerebro. En su delirio profético, Miñajapa pudo leer las palabras en el antiguo libro de la orden: “Clava la hoja consagrada en el oído izquierdo del infiel y luego quiebra los huesos y corta los nervios uno a uno.” Los hombres del Doble Ciego ignoraban que el anarquista ya no era un unicornio; que tratarían de matar a un monigote de hombre; a una bolsa vacía de sustancia.

Miñajapa vio y casi sintió como en el futuro inmediato, la navaja entraba por el oído, hasta clavarse en la sustancia blanda del cerebro. En vez de morir, el anarquista empezaría a desinflarse. Por los agujeros de su cuerpo el aire saldría a chorros; despegaría de la tierra y flotaría como un globo cada vez más pequeño. El bramido de furia de Luscenti continuaría, pero el tono cada vez más agudo, heriría los tímpanos. En segundos, el cuerpo perdería sustancia. Lo verían delgado, furioso, cada vez más pequeño y diseñando extrañas volteretas. Lo único firme sería la navaja: el acero, fundido con los pequeños huesos del interior del oído y con el lóbulo temporal del cerebro, formarían una sustancia callosa; firme. El hombre que clavara el arma, podía sostener desde su mango al anarquista, que intentaba patear y rebelarse como un monstruoso niño.

Desconcertados, los hombres del Doble Ciego volverían al automóvil y regresarían al hospital clandestino de Eunuperia con aquel ser sibilante, furioso y sin sustancia.

Al llegar al hospital clandestino, presentarían ante Pedro Villarreal un objeto redondo, fundido con la hoja de la navaja, que al analizarlo daría como resultado una sustancia orgánica mezclada con gran cantidad de uranio: el material que los médicos japoneses usaran para lograr la Cripsis de un unicornio.

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