Todos sabemos qué es envejecer. Incluso lo podemos vivir en nuestro propio ser. Cuando somos
jóvenes podemos subir las escaleras de dos en dos, ágilmente y sin cansarnos ni, por supuesto,
apoyarnos en el pasamano de las escaleras. Con el paso de los años, corremos menos, nos cansamos
más y las arrugas aparecen en nuestro rostro. Nos estamos haciendo viejos.
El envejecimiento es una evolución progresiva, lenta, pero irreversible, que afecta a todos
los seres vivos, vegetales, animales y seres humanos. Como decía, en algunos versos el
inmortal Jorge Manrique:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir…
Nadie puede escapar al envejecimiento ni a la muerte, pero cada persona envejece a su manera.
Por eso hay muchas maneras de envejecer y vivir esta última etapa de la vida. Ciertamente hay
factores que no dependen de nosotros: no podemos detener el deterioro de la edad, las
limitaciones físicas, los cambios de orden mental y psíquico, las consecuencias de orden
laboral... Pero hay factores que dependen, en buena parte, de nuestro estilo de vida y de
reaccionar ante ella. Se envejece como se vive.
Por eso hay mil modos de ser mayor. Está el anciano irritable, inquieto e impaciente; el
solitario y el comunicativo; el pesimista y el optimista; el receloso y el confiado; el
egoísta y el generoso e incluso aquel que pasada la centena tiene el corazón joven dispuesto a
seguir adelante trabajando y siendo receptivo a los avances científicos y culturales.
Lamentablemente, por lo general, nadie nos prepara para vivir esta fase de la vida. La persona
mayor va llegando a una situación nueva sin preparación, sin guías ni orientación suficiente
en esta última fase de nuestra existencia. A lo largo de nuestra vida nos dedicamos a trabajar
y vivir el presente sin preocuparnos del porvenir. Somos como robots programados para dar el
máximo rendimiento dentro de la estructura del sistema consumista imperante en el mundo
actual. El pasado nos marca, nos deja una huella que difícilmente se borra con el paso del
tiempo.
Cada uno llega a la vejez como puede o más bien como le han dejado llegar. Algunos ancianos,
después de haber trabajado penosamente durante su juventud y madurez, llegan con lo puesto y
una pensión de miseria. Incluso los hay que no trabajaron de forma reglada durante su larga
vida laboral. Primero vivieron con sus padres y, a la muerte de estos, con algún pariente o
amigo para acabar, en la etapa final de su madurez, pidiendo por calles y plazas de pueblos y
ciudades unas monedas, yendo a los comedores sociales y pasando las noches a la luz de la
luna.
Otros ancianos han tenido más suerte y se jubilaron con una buena pensión. Disponen de todo lo
necesario para vivir de forma confortable, incluso tienen una segunda residencia, un buen
coche y remanente económico para ayudar a sus hijos e ir de vacaciones en cualquier época del
año. Son los ancianos afortunados cuya existencia fue, durante toda su vida, más cómoda y
confortable pudiendo ahorrar para el futuro. Incluso, si no se valen por sí mismo, pueden
pagar una buena residencia para ancianos con piscina y gimnasio incluidos.
No obstante, la sociedad actual tiende a castigar a los mayores. Son una carga pesada, tanto
para sus hijos, como para la seguridad social que en su ideal, dentro de la planificación
presupuestaria, estaría la pronta muerte de los ancianos para tener más liquidez en sus arcas
sin pensar los muchos años que estos, hoy ancianos, cotizaron para poder llegar a una vejez
digna.
Todo país que se precie de serlo ha de tener en cuenta a sus ancianos y procurar que, en la
etapa final de su existencia, vivan de forma digna, es decir, que dispongan de una pensión
decente, puedan viajar y recorrer algunos lugares que no conozcan y les sea de su interés. Es
curioso y significativo el comprobar que en gran parte de las bibliotecas, tanto de España
como de Europa, la mayor parte de sus visitantes son personas que ya han superado los sesenta
años. No digamos en los meses estivales en las ciudades costeras donde es más fácil encontrar
una aguja en un pajar que un joven leyendo el periódico o un libro.
Esto me lleva a considerar que, hoy en día, son las personas metidas en años las que están más
y mejor informados, no solo en cuestiones deportivas (que son las noticias más leídas por los
jóvenes) sino, especialmente, las realmente importantes como las noticias e informaciones
relacionadas con cuestiones políticas, económicas, financieras y culturales. Por consiguiente, pienso que caeríamos en un error supino el considerar a todos los ancianos como
paletos, ignorantes y desprovistos de cualquier conocimiento; más bien al contrario muchos de
ellos están mejor informados que muchos jóvenes ninis que en España se cuentan por cientos de
miles.
Por otra parte, considero muy lamentable algunos casos que salen en los medios de comunicación
referentes a ancianos que mueren solos en su vivienda, sin ningún ser querido a su lado
(hijo/a, hermanos, sobrinos, amigos…) y sin ningún tipo de asistencia ni humanitaria ni
sanitaria. Estos casos no se deben de dar en ningún país y mucho menos, en los que se tienen
como desarrollados y democráticos.
En definitiva, hemos de procurar llegar a la vejez con el optimismo y vigor del novelista
español Francisco Ayala que cuando se encontraba en la víspera de cumplir sus ciento dos
primaveras exclamó: “!Nosotros los jóvenes somos así!” Para conseguirlo, toda la sociedad ha
de tener en cuenta a sus mayores, procurando que se encuentren cómodos entre todos nosotros,
dignificando su persona dándoles una pensión decente y un trato humanitario como se merecen
por sus muchos años de trabajo y sacrificio.
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