Nos dirán que hay una causa justa,
nos hablarán de las gentes que murieron
aquella gris mañana entre inmensos edificios,
esgrimirán nombres que apenas comprendemos...
Dejaremos que los huesos nos castiguen
mientras cantan los pechos encendidos
de los amos del dinero y las verdades
con sus fotos patrióticas.
Al fin los hombres no son equivalentes:
¿porque cómo podría equiparase
la clara percepción de la abundancia
con la tierra seca y primigenia?;
¿cómo la jactancia y el poder
con la hambruna de inculturas seculares?
Las sangres, sangres son, pero bien distintas...
Hay sangres de gloria y patriotismo
y sangres miserables y obligadas,
y colaterales sangres,
y sangres terroristas, y sangres
sin lágrimas, ni cantos, ni protestas.
Porque un bombardero supersónico
cuesta más, mucho más,
que todas las hambres incorruptas...
Y mientras ellos, allá en el centro de su ombligo
contemplan emocionados el regreso del ídolo
y recogen millones de dólares para que sus víctimas
puedan pagarse un buen psicoanalista,
en las estepas asiáticas el hambre arrecia.
El hambre que no distingue guerreros de madres,
el hambre que convierte en bestias a los jóvenes,
el hambre que viste de negro las miradas
y vuelve silenciosos a los hombres.
El hambre que va asesinando lentamente
cientos, miles de niños que jamás sabrán
la verdad de ese olor incendiado,
que tan sólo sentirán el miedo como herencia
y tal vez el odio, sí.
Tal vez el odio.
Pero que nadie sufra: el odio
tiene inversiones bien cubiertas
en las grandes compañías militares,
en los avances tecnológicos y en las bolsas de valores
para las sangres y las muertes.
Y sirve para acallar a los díscolos,
para poner en la piqueta del desprecio
a los que piensan por su cuenta y en su nombre,
a los que no agachan la cabeza
ante el poderoso de turno. El odio
cuando se viste de Libertad y de Justicia
es tan miserable que da vómitos...
Pero esa sed de destrucción que les alienta
no es mas que el triste reflejo deformado
de su propia frustración que busca irreprimible
un pozo de autodestrucción donde ahogarse,
una sima de estiércol en que hundirse.
Y en su ceguera no perciben que los cráteres
que hoy son sólo un hedor insoportable
han de verse mañana engalanados
por la fragante hierba que renace,
por la vida que, terca, manifiesta
su poder en la rosa que florece.
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