LA SOLEDAD DE LOS (MUCHOS) POETAS EN ESPAÑA
Acabo de ver un partido de fútbol en televisión. Ayer vi una corrida de toros. Me maravilla
observar cómo los espectadores de cualquier espectáculo público se meten de lleno en el
devenir de lo que contemplan y valoran según sus respectivos criterios. Lo que se desarrolla
ante sus ojos les apasiona. Discuten, en algunos momentos se acaloran, pero ello demuestra su
interés, su entrega a las incitaciones que se ofrecen al gusto de cuantos se hacen sensibles a
lo que se ve. Los jugadores y los toreros alcanzan en sus valoraciones una determinada
puntuación. Los periódicos hablan de los que destacan. En suma, lo que vale no es discutido
sino aceptado.
Los toreros que valen son contratados para otras corridas. Los futbolistas que sobresalen son
fichados por equipos de superior categoría y poder económico. No cabe engaños ni contubernio
en lo que se refiere a la valía de unos y otros.
Ahora, pasemos a la poesía. Los poetas están solos cuando escriben y cuando preparan trabajos
para los certámenes. En los certámenes y en las oficinas de las editoriales no hay un numeroso
público lector que decida acerca de la calidad de las obras. La estimativa depende de menos de
media docena de señores y señoras que deliberan para premiar a uno y rechazar a los restantes.
Cuando se da a conocer el fallo, siempre hay reticencias acerca de por qué se ha concedido el
premio a este o a otro autor. Son descontentos, algunos recalcitrantes, que no aceptan la
realidad de los hechos, a pesar de la indudablemente buenísima voluntad de quienes organizan y
quienes deciden. Incluso algunos de esos descontentos indagan y descubren, en algunas
ocasiones, que ese libro premiado en cuestión ya ha sido premiado en otro concurso, o bien
algunos poemas ya están editados en otros libros premiados del autor galardonado.
Pero el engaño ya está consumado para disgusto de quienes fallaron y los que montaron el acto
de entrega de premios, conscientes de que hacen un buen servicio a la cultura, y ello es un
mazazo para muchos poetas y poetisas que no tienen otros medios de publicación que el premio
de turno. ¿Cómo renunciar a los certámenes si a ellos les deben tantos poetas y narradores su
dedicación a la literatura? ¿Cómo no agradecer esas convocatorias que mantienen vivo el
espíritu de la creación literaria?
Volvamos a lo que ocurre a veces con el trabajo premiado que se publica y decepciona, o bien
levanta sospecha en los poquísimos lectores de poesía. Ocurre que los hay que están a la
persecución. Son los más aviesos, que investigan fraudes que, descubiertos, disgustan, y con
razón, a los convocadores del certamen en el que caiga la lluvia de críticas desagradables.
(Remito al lector interesado a un artículo del poeta Pedro J. de la Peña titulado: “La poesía
española, bajo sospecha”, que está en internet.)
En muchos casos, el fraude pasa de largo y el autor que sale airoso de la purga, suma un
premio más a su lista fascinante. Además, pasado cierto tiempo lo comenta con disimulado
regocijo en su tertulia.
Los poetas, cuanto más auténticos y menos serviles a los diseños de ciertos concursos, sin
nombradía de nominado ni currículos seductores, lo tienen muy mal y están condenados a que se
aburran y dejen de escribir. Hoy cabe el consuelo de una web o un blogspot. Se me objetará con
lo de que los buenos salen adelante, pero no siempre es así.
Es un aspecto nada más de la soledad de muchos poetas y escritores en España. No podemos, para
este menester, olvidarnos de Mariano José de Larra. Escribir en España todavía mueve al llanto
clandestino y deprimente de muchos poetas.
Para muchos, antes que poeta o narrador en España, nacer buen torero, buen futbolista o buen
cantante, pues estas figuras, ante el público como juez, lo que vale, vale; incluso la
medianía tiene su público fiel.
Y esto se dice más de ciento cincuenta años después de que Larra llorara con esa frase
desgraciada y vergonzante, expresada en un país que es, según estadísticas, de los menos
lectores de la Unión Europea. Lo dicho: La soledad de los Robinsones de las Letras.
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