• Benedicto Cuervo Álvarez

    Desde mi quintana

    Nuestro tercer apellido

    por Benedicto Cuervo Álvarez




De todos es sabido que, a los pocos días de nacer, nuestros padres nos inscriben en el Registro Civil con uno o dos nombres (salvo que seas hijo de un aristócrata) y dos apellidos (generalmente el primero coincide con el del padre y el segundo con el de la madre). Hasta hace poco tiempo el nombre que registraron nuestros padres permanecía hasta nuestro fallecimiento. En estos últimos años se ha modificado esa ley y podemos registrarnos, nosotros mismos, con el nombre que más nos guste o esté más de moda.

No obstante, muchas personas que ejercen determinadas profesiones liberales les han puesto un tercer apellido que hace referencia a su inclinación política, es decir, de derechas o de izquierdas.

Este término (derecha o izquierda) está bastante desgastado por el transcurrir de los años y la convergencia actual de ambas tendencias políticas hacia un elemento común que ninguno desprecia: el poderoso caballero don dinero. Hasta los años sesenta del siglo pasado, las personas que se decían de derechas se les conocía hasta en la manera de vestir. Lucían trajes elegantes con su correspondiente corbata e incluso sombrero; eran los grandes capitalistas que no viajaban en transporte público sino en taxi o en coche privado conducido por uno de sus empleados. A este grupo se les unían los grandes terratenientes, importantes comerciantes, banqueros y algún que otro médico o abogado.

La gente que se decía de izquierdas no llevaba nunca ni traje ni corbata, si acaso una visera o boina adornaba su cabeza. Iban todos descamisados, muchos de ellos, con las mangas subidas hasta los codos para que no les molestase a la hora de trabajar. Eran los jornaleros, los obreros de todo tipo (albañiles, carpinteros, limpiabotas, basureros, mozos de tienda, impresores, boticarios…) y algún que otro literato y maestro.

Leían periódicos y libros donde les adoctrinaban en un determinado pensamiento ideológico que creían que era el mejor sistema del mundo para arreglar todos los males y carencias sociales y se creían, a pies juntillas, todos los artículos y programas de esos boletines, panfletos y periódicos. Como muchos de ellos no sabían leer ni tenían dinero para comprar el periódico, se reunían unos cuantos en la plaza del pueblo o en el bar y, el más avispado, leía en voz alta las proclamas y directrices a seguir para conseguir un mundo mejor. Por estos ideales estas personas eran capaces de los mayores sacrificios en defensa de los mismos.

Sin embargo, hoy en día, nos podemos encontrar con individuos que dicen ser de izquierdas y van muy bien vestidos (a la última moda) son poseedores de 6 ó 7 pisos, varios coches y fincas e, incluso, millones de euros en bancos nacionales y extranjeros. Su lenguaje es muy socializante pero ellos viven como marqueses sin privarse absolutamente de nada sin dar ejemplo de sus predicaciones.

En la actualidad muchas personas que hace décadas se encuadraban dentro del grupo social de izquierdas hoy en día se consideran de derechas como es el caso de las señoras de la limpieza, pequeños comerciantes o profesionales de todo tipo. No son los ricos de antaño sino personas que apenas llegan a fin de mes.

Gran parte de los economistas e historiadores llevan consigo un tercer apellido que no tiene nada que ver con su poder económico (economistas ricos de izquierdas y economistas de derechas que viven con lo puesto) sino por una vaga y vacía ideología política. Así, si un economista se decanta por las teorías liberales (todas las cuestiones relacionadas con la oferta y la demanda) reajustes laborales, contención salarial o libertad de los mercados siguiendo las directrices del FMI, OCDE o el BCE, ese economista sería tildado de derechas, mientras que si, por el contrario, otro economista es partidario de cierta planificación de la economía por parte del Estado, pretende incentivar las obras públicas o subir los salarios y las pensiones, sería considerado como un economista de izquierdas.

En el ámbito de la historia existen tendencias y escuelas enfrentadas entre sí desde hace décadas. Los historiadores considerados de derechas serían aquellos que se centran en el análisis e investigación de aspectos relacionados con personajes de cierta relevancia histórica dejando, a un lado, el estudio de las estructuras socio-económicas y culturales existentes a lo largo de determinados procesos históricos. Si, por el contrario, como es el caso de la escuela francesa, el historiador analiza exhaustivamente las estructuras sociales y económicas de una determinada región o país sería encasillado como de izquierdas.

No obstante, prácticamente en todas las profesiones liberales, hay grupos de personas de difícil encasillamiento. Son los denominados independientes que buscan la neutralidad y suelen ir por libre. Unas veces apoyan ciertos postulados “de la derecha” y otras veces “de la izquierda”. No tienen una posición claramente determinada y se mueven según la coyuntura existente y el oportunismo e interés del momento. Ambas tendencias políticas “de derecha” o “de izquierda”, creen contar con ellos entre sus filas.

Pienso, sinceramente, que la ideología política, tal y como se concebía hace décadas, ha dejado de existir. Los profesionales liberales y no digamos los políticos (que son capaces de enfrentarse entre sí para aumentarse el sueldo), buscan, en primer lugar, su propio y exclusivo beneficio personal alejándose, cada vez más, de una serie de valores fundamentales como son el de la solidaridad, el bien común o la justicia social.

La Iglesia también cuenta con un tercer apellido. Según palabras del propio Papa Francisco “ la Iglesia no es monolítica sino que, dentro de su seno, existen diversidad de tendencias que nos enriquecen a todos.” Así podemos comprobar diariamente cómo existen distintas maneras de interpretar el Evangelio. Hay sacerdotes y religiosos que buscan el Reino de Dios y la salvación de los hombres más bien desde su interior (reflexión y oración) mientras que otros salen a la calle y se involucran con los problemas de la gente.

Tal vez uno de los casos más sonados, en los últimos tiempos, haya sido el del presidente de Bolivia, Evo Morales, que se atrevió a entregar una escultura de bronce que representaba la hoz y el martillo y en la parte central, de dicha escultura, la cruz de Cristo. Pienso que Morales, al entregarle esa singular escultura, tendría en mente una frase muy conocida y popular que viene a decir que Jesús fue el primer comunista de la historia mientras que, por el contrario, el Papa Francisco (que recogió la escultura con cara alargada y cierta sorpresa) pensaría que Jesús siempre fue un hombre de paz, de amor y misericordia y que nunca admitió ni la fuerza ni la violencia para imponerse a los demás, por muy justas que fueran sus reivindicaciones, sino que siempre buscó la libertad y el amor entre todos los seres humanos.
 

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