Albina se levantó temprano como siempre, tan temprano que hasta podía ver al sol corriendo el
telón de la noche mientras guardaba en sus camitas plateadas cada estrella.
Tenía un mate en la mano, lo compartía con su amiga inseparable, la pobreza.
-Hoy llega la primavera, pensaba en medio del silencio que rodeaba el paraje desolador. Vaya a
saber hasta cuándo podremos estar acá. En cualquier momento aparecen ellos y otra vez a correr
todo, como tantas veces, decía mientras movía hacia los lados su cabeza esperando encontrar
una respuesta en ese movimiento pendular, con un gesto parecido a la resignación.
Ya ni sabía si estaba en el Chaco, en Formosa o en el infierno, todo era igual, antes por lo
menos la vegetación o la presencia de animales diferenciaban un poco cada zona, pero ya todo
había sido desplazado por la indolencia. Sólo la Cruz del Sur podía marcarle la orientación,
aunque nunca los límites.
Inmersa en su pensamiento, de pronto una voz la sobresaltó: -Buenos días, Albina, acá estoy,
como todos los años. Parecía conocerla de toda la vida.
Un brillo enceguecedor hizo abrir sus ojos negros que parecían escapársele de las órbitas.
Una figura nunca antes vista se fue materializando, era preciosa esa mujer y tan lindo su
vestido blanco bordado con rayos de sol y puntillas de rocío. Su sonrisa inspiraba confianza.
En la frente llevaba una diadema de flores y mariposas mientras la brisa matinal sacudía su
cabello, que como un manto caía sobre los hombros desnudos.
-Buenos días, señaló Albina. La sensación primaria fue de miedo ante lo desconocido, pero esa
mujer tenía unos ojos que irradiaban paz, no había fuego en su mirada tan diferente a la de
los hombres que llegaban de a montones, con armas en la cintura para arriar como animales a su
familia y a sus vecinos.
-Soy yo, Primavera, Albina y ella es mi amiga Esperanza que me acompaña donde quiera que vaya.
Esta es Ilusión, aquel se llama Coraje y la otra Abundancia, pero anda un poquito quebrada la
pobre, falta que la mimemos mucho para que vuelva a recobrar sus fuerzas. Libertad va más allá
¿La ves? Está cuidando a los pájaros que son parte de nuestro cortejo, fíjate cómo la rodean
mariposas de colores que nos siguieron desde el lugar donde nacieron porque parece que las
fueron expulsando.
-Igualito que a nosotros, murmuró Albina con la mirada perdida. –Me levanté pensando en usted,
recordando las flores que abrían tras su presencia allá donde hoy pasó a ser todo ausencia.
-¿Qué está pasando por acá, Albina? Preguntó Primavera mientras sus ojos se nublaban de
tristeza ante tanta marginalidad.
El sol comenzaba a arder sobre aquella piel oscura como la tierra, los niños practicaban su
ejercicio diario, la algarabía, mientras los pájaros cantaban melodías propias de la libertad
y de la alegría que no era cotidiana en la zona.
-¿Qué pasó con los quebrachos? El año pasado estaban, faltaban muchos más al norte pero acá
no, éramos muy amigos, charlábamos y les encantaba que les soplara la copa agitando sus hojas
como banderas de fiesta, como saludos al cielo.
-Un día los encontré a todos cortados en pedacitos, no quiero recordar esa imagen que me hace
tanto daño. Mis árboles asesinados, quise darles mi calor pero no fue suficiente, me los
habían matado y eran el pulmón de todos, del nido y del caserío, de toda la especie viva.
-Imagínese cómo estamos, respondió Albina. Los de acá siguieron su suerte, bueno, digamos
mejor su mala suerte.
-Pero no es posible, dijo Primavera mientras le hacían un coro de OHHH Esperanza, Ilusión,
Coraje, Abundancia y Libertad.
-Así es la historia, señora, llegaron quien sabe de dónde con máquinas que hacen ruido, nos
espantaron las aves, asesinaron a los animalitos que vivían como nosotros, a los que nos
habíamos acostumbrado tanto que hasta les dábamos la sobra de la comida, cuando quedaba algo.
Viera el Aguará Guazú, le habíamos puesto un nombre, los abuelos decían que era lobisón,
cuando lobisón es otro…
Ahora los extrañamos, son muchos los que murieron no tendiendo un lugar dónde quedarse.
Y el Tatú que andaba de noche y p’a que se duerman los niños decíamos shhh, hagan silencio que
se los come el Tatú. Ya no está, igual que el Yurumí (oso hormiguero) o el tapi-i-mboreví.
-Unas gotas comenzaron a caer, eran las lágrimas de Primavera que no podía entender qué era lo
que estaba ocurriendo en el paraje que hasta hace tan poco era una imponente selva, llena de
orquídeas y helechos, de lapacho, urunday, de tarumá y de higuerón.
-Debemos detener ese desastre, hay que hacer algo ya. ¿Dónde están los padres de sus hijos?
Preguntó Coraje que siempre andaba con preguntitas difíciles para algunos.
-Bueno, son ellos los que talan los quebrachos. Los vienen a buscar y ni modo que puedan
negarse. Luego los hacen abrir surcos en la tierra que queda llena de cicatrices.
Después tienen que sembrar esa hierba que ni se como se llama, miren como está lleno de verde
que se llevan para afuera, no se dónde, pero acá no queda.
Las vecinas del caserío cercano, fueron acercándose cuando vieron a Albina conversando con
tanta gente. Una mujer llegó con un niño en brazos, respiraba como si la vida se le fuera en
cada intento, las mosquitas danzaban alrededor de sus mocos y granos.
-¿Qué pasa con tu hijo? Preguntó Primavera.
-Los niños todos tienen problemas, desde que empezaron con esa hierba yo no sé qué es lo que
le echan que a todos nos ataca algo, las mujeres abortamos, ya no hay matas que nos curen como
antes. Se nos mueren de flojedad, les falta el aire, se llenan de cosas en el cuerpito. Vemos
cómo se les escapa el alma y no podemos más que llorar, mientras se nos ponen fríos y ya no
nos miran más.
-¡Basta ya, gritó Coraje, vengan todas las mujeres, vamos a buscar a sus hombres y entre todos
impidamos que sigan esta barbarie! Sólo juntos pararemos la masacre que se está perpetrando.
-Vamos contigo, dijeron Primavera, Abundancia, Libertad y Esperanza, fue como un canto
desesperado a la vida, una arenga al respeto y a la justicia que no vino con la Primavera.
Las mujeres llamaron a sus niños, cargaron a los pequeños y salieron como estampida hacia
donde los hacheros cumplían su tarea presionados por el matonismo. Hasta los árboles
conocedores de su destino próximo se sumaron a la marcha, iban tras ellos, erguidos aunque
próximos a morir. Las aves agitaban sus alitas al frente de la columna, alguna flor casi
muerta recuperaba el color.
Fue tanto el alboroto que el comisario del pueblo más cercano, mandó a sus hombres a parar el
irrespeto de esas mujeres que se habían vuelto locas. –Se ve que la primavera las brota, a
rebencazos las vamos a parar p’a que aprendan, decía.
Fueron enviando a las fuerzas de seguridad, el hijo de doña María que se había uniformado para
llevar un poco de pan a su casa, también el de doña Antonia y el de doña Rufina.
-Vayan p’a casa, madres, rogaban, que hay orden de llevarlas presas.
-Cállese la boca, m’hijo, respondían las mujeres, que a usted también le pisotearon su derecho
y ya se les han muerto varios hijos también a sus compañeros.
Con lágrimas en los ojos los muchachos debían cumplir la orden de represión. Garrotazos y una
cosa que hacía arder los ojos no podían parar a la Esperanza que arengaba sobre un futuro
mejor y para que la marcha no se detuviera.
Al llegar donde agonizaba el quebrachal, los hombres, sorprendidos, se soltaron las cadenas
tratando de ponerse como escudos ante sus mujeres e hijos. Algunos cayeron con el corazón
partido por un disparo certero de algún vecino “ordenado”. Otros siguieron unidos al batallón
de Esperanza. Coraje les empujaba con su vozarrón convocante.
Ese día, 21 de septiembre de un año que no recuerdo, no se hachó un árbol más.
Primavera besaba cada frente transpirada y brilló como nunca antes. Ese año, la historia fue
diferente hasta que llegó el invierno y nuevamente las hordas mercantilistas irrumpieron en el
lugar para volver rodajas los troncos que habían quedado en pie aquella vez.
El caserío fue otra vez desplazado, pero perdura en la memoria colectiva de la comunidad aquel
día cuando Primavera, Ilusión, Abundancia, Coraje, Libertad y el pueblo, fueron capaces de
detener la historia sumando a sus filas a Unidad, sin la cual no podrían haber logrado la
maravilla.
Y aunque como siempre siguieron faltando voces, la historia siguió su rumbo dispuesta a volver
pues siempre regresa aunque se tome un respiro, murmuró Primavera.
Del libro de relatos “Destapando el silencio” Editorial Amaru 2010
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