
Cuando
Réquiem... vio su primera publicación en 1953, apareció bajo el nombre de Mosén Millán y no es
hasta que el propio autor viéndose en la necesidad de preparar la versión al inglés, que la
misma obra aparece bajo el nombre que la haría internacionalmente famosa: Réquiem por un
campesino español. Novela breve presentada en tres actos, es una tragedia intensa puesta en un
argumento aparentemente sencillo, la cual paradójicamente resulta indispensable lectura para
la comprensión y conocimiento de las grandes obras de la literatura de posguerra. De esta
misma obra junto con Mr. Witt en el cantón, se expresaría Fernando Sabater como “rarísimas
piezas perfectas de la narrativa española moderna”, ciertamente es una obra de aquellas que
reflejan la plena madurez creadora de Ramón J. Sender de la cual se dice que le bastó una sola
semana para escribirla. Tal pareciera que las grandes piezas, resultan atemporales como lo son
las tragedias humanas emanadas de las guerras todas, muy especialmente las fratricidas.
Réquiem por un campesino español es como dijera Max Aub, un libro “claro y alucinante” es una
tragedia llena de simbolismos donde se advierte el coro griego y la presencia del potro blanco
en la misa de muerto, como único doliente de Paco el molinero. En cuanto al humilde corcel a
juzgar por su actitud bien pudiera hallársele analogía con las ilustres cabalgaduras de Tirant
lo Blanc, de El Cid o Don Quijote por la fidelidad ostentada y la valentía para sostener el
sueño justiciero y el valor. En Réquiem […] Sender, nos expone con preciosura los eternos, las
constantes universales de la problemática del hombre: la lucha por la tierra, la pobreza
extrema en el hambre del oprimido, la lucha por las nobles causas. Sin obviar la clara
presencia de los tres pilares de la literatura de la postguerra española: la iglesia, los
terratenientes y la milicia. La primera, magníficamente mostrada a través de la figura
culposa, dubitativa y dolorosa del cura del pueblo, Mosén Millán arrepentido ante el horror de
haber entregado –como un judas- al que fuera su acólito y discípulo; al mismo que vio nacer,
bautizó y casó y posteriormente entregara a las armas del ejército y los dueños de la tierra
como siempre apoyados entre ambos ostentando el poder que los hace irreconciliables con la
vida.
Resulta también harto interesante la figura de la Iglesia representada por Mosén Millán quien
se juega todo por miedo, incluso a sus propios cristianos hijos desvalidos por cobardía a la
confrontación o a la violencia…y desde ahí, desde la sacristía, mientras espera que la gente
llegue a la misa de cuerpo presente, rememora, llora y se conduele por la ausencia de los que
supuestamente debieran hacerse presentes en la última misa de Paco el del Molino. Mosén
Millán, le acompañó en todo, desde el nacimiento hasta ahora en la última misa, cómo cuando al
casarse le dijera: “Este humilde siervo del Señor ha bendecido vuestro lecho natal, bendice en
este momento vuestro lecho nupcial -hizo en el aire la señal de la Cruz-, y bendecirá vuestro
lecho mortal, si Dios lo dispone así. In nomine Páter et Filius..." a guisa de premonición.
Abundante en citas de la liturgia de la iglesia, fraseología popular y tradiciones, Réquiem
por un campesino español nos lleva a observar la reacción epifánica de la indignada persona de
Paco ante la pobreza ignominiosa del miserable campesino habitante de las cuevas, el cual solo
puede ser confortado al final de su vida por los Santos óleos con que el cura le asiste en vez
de luchar contra la injusticia del terrateniente. Tal cual arguye: “Cállate, Paco. […] hay que
andar en esas cosas con pies de plomo y no alborotar a la gente ni remover las bajas
pasiones”. Desde aquellos días, a Mosén Millán la conciencia no le dejaría casi vivir, de hito
en hito siguió la trayectoria de su condenado, hasta que le fue a rogar que se entregara, sin
más argumento que salvaguardar del sayón la vida propia. Sobrevino como siempre la traición de
los militares que habiendo jurado hacer a Paco un juicio justo, una noche le llevaron al
paredón… y Mosén Millán allá fue a darle la última bendición. Ahora al final, el cura solo
espera que se reúna la gente en la última misa, con la cabeza agachada, sentado con los ojos
cerrados y tratando de rezar… de nuevo la controvertida y repetitiva figura de la madre
iglesia que suele en guerras y violencias fratricidas entregar al verdugo al más débil de sus
hijos sin meter por él las manos, en silencio, sin gritar siquiera ¡Páter noster!
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