Proponer hoy día que la gente lea poemas no es nada fácil. Indicarles qué poetas pueden ser
propicios a la mentalidad de los jóvenes no es tarea sencilla, sino más bien complicada.
Vivimos en una época de escepticismo en los valores: el relativismo se impone de tal modo que
lo absoluto se ha perdido o está arrumbado en un rincón de la conciencia. El pragmatismo se ha
impuesto de tal manera que las preferencias de jóvenes y no tan jóvenes se centran en el cine,
los magazines de televisión y las novelas anunciadas a bombo y platillo por las editoriales.
Pero la poesía queda bien lejos de este horizonte y, si se piensa en ella, acuden a nuestra
mente nombres de poetas que empiezan a parecernos convencionales como Cernuda, García Lorca,
Alberti, Octavio Paz, Benedetti, Pessoa…
Por eso mismo, aconsejar qué poesía debería leer la gente, tanto jóvenes como mayores, resulta
comprometido pensando que el consejo pueda desviarla de su gusto verdadero, suponiendo que
vayan a las librerías con unas intenciones previas. Creo que se puede aconsejar en la novela y
el teatro, pero en la poesía la orientación ha de ser personal.
Empezar por los clásicos siempre da una referencia que sirve de guía para no caer en la
tentación de que la libertad es el presupuesto básico: libertad que lleva siempre al
versolibrismo fácil y con lenguaje entretejido por imágenes disparatadas con ínfulas de
modernidad, creyendo el que escribe ha descubierto el Mediterráneo; o sea, que es un genio y
como tal hace cosas nuevas.
Por supuesto que al decir clásicos me refiero tanto a Quevedo como a Miguel Hernández.
Precisamente el poeta de las “Nanas de la cebolla” ensayó, dentro de las formas rigurosamente
clásicas, un lenguaje poético que se despega del estilo que nos pueda parecer ya lastrado en
otros poetas. De ahí que Miguel Hernández sea el poeta que propongo para lectura. Él satisface
al lector lo mismo con el metro corto que con el de arte mayor. Fue un verdadero genio que ya
en vida estimaron Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Entrar en su poesía
es como si se recreara el lenguaje literario convencional en lenguaje poético creativo. Creo
que el poeta oriolano cumple la teoría de los estilistas como Benedetto Croce, Karl Vossler,
Leo Spitzer y Vixtor Shklovski, que propugnaban la creación por encima del lenguaje poético ya
desgastado.
Se podría también tener en cuenta la famosa Antología de la poesía contemporánea, de Gerardo
Diego, editada en 1934, y que ya es un clásico debido a la orientación que nos da de la poesía
contemporánea desde miembros de la generación del 98 y el Modernismo, hasta el mismo grupo del
27, pasando por poetas de la llamada promoción de 1914. Recoge, por tanto, a toda la edad de
plata de la poesía española.
A partir de aquí, se puede acceder a otras antologías de poetas de posguerra. De la generación
del cincuenta y a las de poetas de la llamada generación del 68 ó 70 y también a las de poetas
nacidos en y después de los sesenta.
El gran público no busca un lenguaje poético como lo propugnaba Vixtor Shklovski sino que
acepta la poesía que le despierta interés. El esfuerzo en el estilo por una poesía que no esté
tipificada en una generación concreta y se resienta de lastre solamente queda para la búsqueda
del poeta de largas andaduras de lector. Lo de “Pulchrum est paucorum”, sin menosprecio de lo
que no llega a un alto nivel de creatividad, es, por lo visto, minoritario. Se seguirá
premiando y publicando la poesía lastrada de siempre, no necesariamente trasnochada pero sin
frescura expresiva. A esta idea que expongo habría que aplicarle aquello de “Muchos serán los
llamados y pocos los elegidos”.
Ver Curriculum
