Eso es España en los azarosos momentos que corren, un barco sin timonel ni capitán... Y sin nada ni nadie que lo remedie.
Este barco, magnífico en casi todos los aspectos desde la gran remodelación a que fuera
sometido desde 1975 hasta su puesta de mar en 1982, tiene más que demostrada su modernidad,
equipamiento y condiciones marineras para cumplir con éxito singladuras por todos los mares
del mundo. Y así lo ha venido haciendo a las órdenes de su primer Capitán, marino curtido,
prudente en su ejecutoria y totalmente entregado a su ideal, hasta el pasado año, en que, por
razones de edad, consideró el delegar tan alta función. Naturalmente, lo hizo en la persona
más idónea, su hijo, un joven tan amplio en virtudes como su padre y, si cabe, mayor
preparación, prudencia y amplitud de miras que su progenitor.
Su buen hacer como Capitán -a pesar del poco tiempo transcurrido- va quedando demostrado en todos los aspectos.
Y el barco a su mando hubiera navegado
durante largos años sin el menor problema de no ser por el surgimiento de un
engorroso problema técnico -nunca ocurrido antes ni previsto en los textos del Manual de
Instrucciones de la nave- que, al no disponer soluciones alternativas ni regular su
intervención para resolverlo, limitado -por tanto- en sus potestades como Capitán y jefe absoluto
del buque, y ateniéndose -muy prudentemente- a las tan obligantes como infaustas letras nunca
escritas, se ve imposibilitado para aplicar los criterios y disposiciones que dejarían resuelta la
situación.
Este Manual de Instrucciones dispone que el timonel -encargado de gobernar la dirección y rumbo
de la nave-, como persona reconocida, capacitada y fiable, debe ser elegido por los
representantes de los diversos grupos profesionales y técnicos del buque. Pero la imprecisión
de su texto deja a criterio de los mismos que, de no contar con una mayoría absoluta, se pongan de acuerdo entre ellos para la
elección por mayoría simple. Si no consiguen ponerse de acuerdo, el democrático libro sólo dispone que vuelvan a reunirse y lo intenten de nuevo. Y
así, una vez y otra. Las que hagan falta... Y como el Capitán no tiene atribuciones para
disponer adecuada solución, aquí nos tienen navegando sin timonel -ni mando superior que pueda
arreglarlo- desde finales del pasado
año.
No cabe dudas de que aquellos hombre que hicieron el Manual de Instrucciones de nuestro barco
-o llámenle Constitución de 1978-, hicieron un trabajo ímprobo y perfectamente adaptado a la
época de su realización, pero, transcurridos casi cuarenta años, se advierte claramente que
los años no pasan en balde, que en su contenido hay textos obsoletos, imprecisos y no
determinantes, cuando no inexistentes. En el caso que nos ocupa se confía en que la solución ha
de llegar -indefectiblemente- "con acuerdos basados en el diálogo, la concertación y el
compromiso" entre los grupos electores. No se recoge la posibilidad de que un elector,
representante de uno de los grupos mayoritarios, pueda decir que no a todo, que no me gusta
ese tío, que no hay acuerdo
que valga, que no me sale de... Y, al no haber prevista ninguna otra solución, nos quedamos
sin timonel y sin nadie que lo arregle...
Es posible que los líderes de los grupos tengan sus razones para no aceptar como "timonel" de esta nave llamada España a
un determinado candidato a tan responsable puesto. Las tienen, sí, sin la menor duda, todas fundamentadas en argumentos válidos y evidentes, por ejemplo, los de Pedro Sánchez a Rajoy y su partido: alta corrupción
en sus filas, inobservancia y discriminación en objetivos económico-sociales, altanería,
soberbia, falta de credibilidad, etc., etc..., que, de aceptar su investidura, aún con la
simple abstención, podría conllevar que muchos de los electores socialistas lo tomaran como
una traición.
Y puede que sea así, que habría un determinado número que piensen que obraría incorrectamente
si le permite a Rajoy continuar en la presidencia. Pero, por lo que llevamos visto tras dos
elecciones sin ningún fruto, y prevista una tercera con los mismos augurios, sabedores los
españoles de la imperiosa necesidad del país de disponer cuanto antes de un gobierno, y ante
la evidencia de que no quedan más soluciones -ni el PSOE ni Podemos ni todos juntos tienen
capacidad de formar un gobierno como no sea prostituyendo todos los principios habidos y por
haber-, son muchos los concienciados de que se impone el diálogo, la concertación y el
compromiso del PSOE con el PP para, tras conseguirle los compromisos que pueda, aceptar la investidura
de Rajoy y aguardar a que los tres o cuatro años que les quedarían en el gobierno fueran
suficientes para abrir nuevas y más favorables perspectivas que las actuales.
No hacerlo así -además del negrísimo futuro que rondaría al PSOE-, como no podemos estar jugando la actual y única baza posible de convocar
nuevas elecciones hasta el infinito -ni continuar sin gobierno-, supondría esperar hasta que
los poderes fácticos determinen intervenir para corregir la anomalía. Puede pasar largo
tiempo. Mientras tanto, este barco llamado España iría dando bandazos al ritmo de los vientos
hasta que la mar se harte y nos mande a todos a tomar por saco.
Los españoles somos compresivos, tolerantes y pacientes en grado superlativo, pero, en cuanto
a que nuestros convecinos y mandamases se solacen en tocarnos los cataplines, también tenemos
un límite. El Sr. Sánchez y el Sr. Rajoy, muy distintos en actitudes, capacidades y
filosofías, pero muy iguales y empatados a puntos en lo del NO absoluto, lo tienen
perfectamente claro en cuanto a su continuidad como líderes de las agrupaciones mayoritarias.
Ambos deberían reflexionar profundamente, despojar sus mentes y conductas de egolatrías y
narcisismos y recomponer su actual vocación en la paz y tranquilidad de un muy merecido siglo
sabático.
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