Por fin el PSOE ha demostrado ser una entidad política responsable. Con dolor de corazón por
verse obligados a enfrentar -y ser única solución- a una tesitura que nadie quería, con toda
la pena que conlleva tener que darle el mando a un partido con el que no se está de acuerdo en
casi nada, con todo el fastidio y el daño que les ha reportado a sus filas tener que ceder
en su postura lógica, remover su cúpula y cambiar la filosofía mantenida desde los principios. Todo por una sola
razón: por España, sólo por España.
No había otra fórmula. Increíblemente, ni la Carta Magna ni todo el estado jurídico recoge o
dispone una posible solución alternativa para la situación soportada por el país desde finales
del pasado año. Toda la legislación que afecta a la elección de un presidente de gobierno
-impecablemente redactada, aparentemente-, se ve enturbiada e inválida por una imprevisión
que, dado el caso, introduce todo el proceso en un círculo vicioso, en una espiral sin fin
que impide una finalización lógica, congruente y adaptada a derecho. Y esta ilógica
imprevisión no es otra que supeditar a la
benignidad, benevolencia, comprensión,
generosidad y sentido del deber de los hombres nada menos que un entendimiento con sus
contrarios, un entendimiento que conlleva obligada renuncia a sus principios, ideología y derechos. Y es un
cambio tan brusco que, sea quién sea el partido que lo haga, puede encontrar en sus votantes cierta
percepción de engaño, de haber sido traicionados por aquellos en quienes confiaban (lo mismo
ocurriría si se esperara una solución en las sucesivas convocatorias de elecciones: nadie -o
muy pocos- serían los que cambiarían su sentido del voto. Sería prostituir sus principios,
traicionarse a sí mismos).
El PSOE ha dejado claro que cuenta entre sus filas y, sobre todo, entre sus órganos directivos
con personas con la suficiente capacidad de comprensión y la debida generosidad como para
entender la situación y aceptar esta renuncia. Tanto la Comisión Gestora, con Javier
Fernández a la cabeza, como el actual Comité Federal, han actuado con la sensatez y
responsabilidad que exigía la tan anómala situación y, aún haciendo de tripas corazón,
aceptado lo que supone, no el servir de muleta para que el Sr. Rajoy se alce con el triunfo de
ser nombrado presidente del gobierno, sino su necesaria e imprescindible contribución para
corregir el caótico estado de la gobernanza del país. Quizás, para evitar posibles roces
internos con los menos convencidos, debieron adoptar la abstención técnica -solo once
diputados la aceptarían-, pero el resultado sería exactamente el mismo.
Es indudable que, tanto el anterior Comité Federal del PSOE como el ex secretario general,
Pedro Sánchez (del que, junto con ciertas virtudes, se debe valorar que no mostró ni intención
ni capacidad para corregir el erróneo, sectario e irresponsable "no es no" propugnado por sus
barones), han sufrido errores en sus valoraciones y actitudes políticas durante este
largo período de elecciones fallidas y, por ello, perdido credibilidad y confianza de buena
parte de su electorado. Pero ello no será óbice para que, tras la actual remodelación gestora
y la elección de un secretario general con la suficiente altura de miras (ojo a la estrategia
de Pedro Sánchez con su renuncia al acta de diputado), el partido recupere
de nuevo la confianza de la ciudadanía española. A ello contribuirá la esperable continuidad en
las nefastas políticas sociales del PP de Rajoy y los posibles logros del nuevo -repito,
nuevo- PSOE en estos temas
a lo largo de toda la legislatura.
El Partido Popular, en cambio, a pesar de que vaya a afrontar su nuevo período de gobierno con
una franca minoría de diputados, no parece que vaya a cambiar nada ni en sus políticas ni en
su ejecutivo, y mucho menos reemplazar a su actual adalid, el Sr. Rajoy, por lo que sólo es esperable que
los ciudadanos, como ya vienen haciendo desde el 20-D, les muestre su afecto y adhesión con un
buen bajón de votos para las siguientes elecciones generales.
Por otra parte, tanto el PSOE como el PP, si nos atenemos a las experiencias acumuladas en
estos años de crisis, de elecciones fallidas y de malos recuerdos, deberán observar unas
políticas exquisitas y muy equidistantes entre los planos económico-financieros y
socio-laborales si quieren evitar, no ya sólo la insuficiencia de votos y la imposibilidad de
gobernar, sino nuevas cuitas y preocupaciones con la existencia y participación de partidos
emergentes, formaciones abundantes de lumbreras que, aunque respetables y con perfecto
derecho, sólo aparecen para enturbiar el escenario político con auroras boreales que ni
alumbran ni calientan y escorar la rectitud de nuestros caminos ideológicos con solecismos de
vigilia.
Debemos esperar, por el bien de todos, que tanto el partido en el gobierno como el principal
grupo de la oposición lleguen a acuerdos puntuales, prevaleciendo el sentido común por encima
de sus distintas ideologías -y dejando bien claro ante los medios quién es el impulsor de cada
logro conseguido-, y lleguemos al final de la legislatura con la sensación de estar
gobernados por personas dignas, honradas y eficientes. Para entonces, las crisis que hemos
sufridos estos años deberían haber quedado relegadas a un mal recuerdo y estar gozando de una
España sin paro, sin injusticias, sin dirigentes corruptos, bien considerada por el resto del
mundo y situada -en todos los niveles- en el lugar que le corresponde.
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