Pasado el aciago y bruno mes de los difuntos, de aquellos que se fueron de nuestro lado, pero
nunca de nuestra memoria; entrados ya en los festivos colorines de este diciembre que se nos
muestra alegre como prólogo del nuevo año, feliz de que todo continúe en el regazo amable de
la tranquilidad -y para evitar hablarles de los habituales incordios de nuestros políticos-,
he considerado conveniente adelantar a estas fechas de júbilo y optimismo unos breves apuntes
sobre la gozosa efeméride que se le aproxima a este soporte de sueños y realidades que tiene ante sus
ojos.
Llegado este prometedor año de 2017, la Revista
ARENA Y CAL habrá cumplido veintidós años. Un largo período de publicación ininterrumpida que, si bien para la historia de los
hombres y la Cultura es apenas un simple suspiro, para una Revista Literaria es toda una
eternidad. En estas tierras de sol y esteros, rodeada de plácidas playas con orillas bordadas con los besos de espuma de la mar atlántica -amaneceres mágicos para las pupilas del
poeta-, que mantienen en la memoria la cultura
trimilenaria de sus fundadores fenicios -fuente y espuela para la mente inquieta de los
creadores de sueños-, hemos visto nacer revistas literarias y, sin apenas
tiempo para alzar sus versos y suspiros a las esperanzadoras promesas de los tiempos, fenecer en los
propios brazos de su creadores...
Y no es por la falta de lectores ni de interés por la generalidad de los habitantes de esta
bahía del sur de Europa -y de todo el mundo, gracias a Internet-. El único motivo de su sentencia y muerte viene determinado por la,
generalmente, escasa capacidad económica de quienes les dieron vida y, muy especialmente, por la nula disposición y
completa apatía de organismos y personas que estarían obligados a ayudarlas y velar por su
continuidad.
De sus escasas perspectivas de vida ya les contaba en esta misma sección del nº 83, de abril
de 2002, la anécdota de aquel buen hombre que llegó a la Delegación de Cultura correspondiente
-sita en la capital- para dar de alta su revista literaria. La funcionaria que le atendió,
tras tomarle todos los datos, señaló que le faltaba determinado papel. El buen hombre,
sorprendido, chasqueó la lengua y con gesto de resignación le comentó que iba a tener que ir
al pueblo y volver de nuevo sólo por el dichoso papelito. La funcionaria, ducha en aquellos
menesteres, se le quedó mirando y, tras unos breves instantes de vacilación, le dijo: "Bueno,
mire, no se preocupe, no hace falta que lo traiga. Total... Si es para una revista
literaria... Para lo que va a durar..."
Pues, como veis, con
ARENA Y CAL no se cumplió el fatal augurio de la experta y avezada funcionaria.
Pasados veintidós años -no sin muchos esfuerzos y sacrificios-, sigue aquí fresca y viva aportando un granito de
arena a la Cultura, transportando sentimientos e ilusiones de quienes aman las letras y las
acunan sobre el alba de los folios,
llevando pequeñas satisfacciones a los lectores que gratifican sus espíritus con la belleza de
la Lengua y la luz del conocimiento. Veintidós años. Gratis. Sin subvenciones,
sin ayudas, sin publicidad... ¿Cómo es posible? No lo sé...
ARENA Y CAL esta humilde flor de las letras, niña aún, mujer ya, alma suspirante, ilusiones
vivas, fue y sigue siendo hija del esfuerzo y la tenacidad. De todos; de su editor y director,
de sus colaboradores y autores, de sus lectores y simpatizantes...
No me queda sino añadir a estos breves apuntes mi sincero agradecimiento a todos cuantos os
adentráis cada mes en sus páginas, a todos cuantos vertéis en ellas vuestro trabajo e
intelecto y a todos cuantos, de algún modo, siquiera sea con unas palabras de aliento, la
mantenéis viva y formáis parte de ella.
Seguimos aquí. Mi afecto y unas muy
¡felices fiestas! para todos.
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