LIBROS RECUPERADOS

Primer Premio de Teatro “Ciudad de Guadalajara” 1985, esta obra de Manuel Pérez-Casaux, poeta
portuense afincado en la Isla de San Fernando recientemente, nos sorprende por su vivacidad y
lenguaje desenfadado. Ambientada en la España imperial de Carlos I, concretamente en los días
borrascosos de la rebelión popular de los Comuneros, gira en torno a un personaje, Cabeza de
Turco, hacendado de buena voluntad que solamente quiere vivir en paz con sus tierras y
ganados, pero la situación, tanto por parte de los comuneros como por parte de las fuerzas
represivas, lo pondrán en un dilema difícil. Acabará inclinándose hacia éstas últimas;
fracasará en la misión que se le encomienda en la lucha contra de los de su misma condición
labriega y morirá en el Momento Octavo o escena final de la obra.
Ahora bien, el trasfondo de esta peripecia está montado sobre su eje de auténtica bribonería
por parte de una alcahueta, la Madre del Cordero, Sangre de Hiena, Pecho de Mono y el Duque,
represores oficiales del monarca. Todo ello para conquistar y poseer el Duque a la Bienchita,
mujer bella y esposa de Cabeza de Turco, a quien engañan éstos de manera miserable. Interviene
la Turba ruralis como el fondo del pueblo anónimo, de donde salen juglares que barran el
desarrollo de la acción, en ocasiones.
Consta la obra de ocho Momentos o escenas escritas en prosa, aunque, cuando intervienen los
anónimos juglares, el autor pone en boca de ellos sabrosos romances de carácter indicativo,
como orientando al lector —o espectador— sobre acciones acaecidas fuera del montaje de la
escena.
Como vemos, Manuel Pérez-Casaux quiere hacer una crítica de cierto trasfondo de la España
imperial plagada de aristócratas inútiles y de matones serviles a su servicio, sin que falten
las celestinas, imprescindibles entonces para el entendimiento sexual ilícito, digamos. Pérez-Casaux
no olvida el conflicto político que las arbitrariedades del monarca produce en los fueros de
las comunidades.
Quizá con este tema —que nos recuerda el pasaje bíblico en que David, atraído por la bella
Betsabé, ordena que su esposo Urías vaya a primera línea a combatir para hacerlo desaparecer y
poder casarse con ella, como realmente ocurrió— el autor nos pone de manifiesto cómo en
momentos de circunstancias crueles, con la miseria y la desesperación por medio, la condición
humana pierde los escrúpulos y se deja llevar por los instintos, aquí compensatorios de
cobardía e irresponsabilidad. ¿Es ello también de un retrato moral de una parte de la nobleza
española? ¿Será un trasunto, entre grotesco y ruin, de aquella gente guapa de entonces, inútil
y aprovechada, verdaderas raíces de futuras desgracias históricas de nuestro país?
Sea lo que sea, Manuel Pérez-Casaux nos regala una obra amena tratada con una fraseología
atípica que raya en el esperpento valleinclanesco, pero cuidando que los excesos no nos hagan
olvidar una historia casi de comendadores que pudo ser real y cuyo personaje central, víctima
de la truhanería de unos vividores, no tuvo la suerte de otro labrador villano pero enérgico,
Pedro Crespo, de El alcalde de Zalamea, ni tampoco la de otro villano ejemplar, Peribáñez. No
tuvo esa suerte, pero ahora la memoria histórica y, como si fuera un supuesto real, le hace
justicia.