Hasta no verte Jesús mío
Elena Poniatowska
Ediciones ERA
42ª reimpresión 2007
México, DF
El abordaje de Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska consecuentemente nos liga al
análisis de la trayectoria de la narrativa femenina latinoamericana, con autoras como Rosario
Castellanos […] que exploran el espacio de lo doméstico, de las revisiones culturales, de las
reformulaciones de mitos y de las redefiniciones del papel de la mujer en el espacio social
(Barrera 8).
Elena Poniatowska (1933), como contemporánea de Rosario Castellanos aborda la
problemática de las mujeres, y de los marginados mexicanos, desde su labor predominantemente
adscrita al género del testimonio en Hasta no verte Jesús mío, como producto de una serie de
entrevistas que Elena Poniatowska hiciera a Josefina Bórquez, cautivada por su habla vívida y
contestataria, cuya historia oral quedo plasmada en la novela. Se trata de una biografía, del
testimonio de Jesusa Palancares, una mujer trabajadora, fuerte y resistente, que peleó en la
revolución y que perteneció a la clase más desprotegida del país. Una historia llena de calor
humano, narrada sin dramatismos ni matizaciones ideológicas pero que deja al desnudo la cruda
realidad (Barrera 9).
En tanto que la crítica cabila entre historia oral y testimonio, es
pertinente esclarecer que de acuerdo a Barnet en La fuente viva los testimonios modernos o la
novela testimonial son sin duda una manifestación particularmente representativa de una
práctica literaria que consiste en “dar la palabra” a los sectores que carecen de acceso al
mercado del libro y a los medios audiovisuales. Su aparición fue saludada como gran novedad, a
veces con un entusiasmo algo ingenuo, por los críticos. Algunos de ellos llegaron a vislumbrar
en el género testimonial la forma narrativa que iba a ocupar el lugar de la novela burguesa.
Se puede notar, retrospectivamente, que el entierro anunciado de la novela burguesa no tuvo
lugar. Al contrario, este género mostró una vez más sus capacidades de transformación. De
todas maneras, los llamados “testimonios” no son, en rigor sino una novedad relativa pues en
América Latina se realizaron desde el comienzo de la época colonial textos de factura
semejante. Con vistas a agilizar la implantación y la organización del sistema colonial,
decenas de misioneros fueron encargados de recoger de boca de sus informantes autóctonos, todo
tipo de información acerca de la historia, la política, la economía y la religión de las
sociedades indígenas (Lienhard 791).
La primera impresión al tener en mis manos Hasta no verte Jesús mío, es que se trataba de un
libro de asuntos religiosos o al menos de cierto corte espiritual. Al conocer algunas de las
obras de Elena Poniatowska y consciente de su amplio acervo en materia político social me
invadió la curiosidad de su lectura atendiendo a la carátula de la portada con una imagen del
Santo Niño de Atocha, el cual en la tradición católica mexicana goza de fama de milagroso muy
específicamente en la zona minera de Zacatecas y el Bajío, además de su origen madrileño:
[…] este Santo es originalmente español y proviene del barrio de Atocha en Madrid. En la
catedral de Atocha Madrid, está la imagen del ‘Niño Azul’ que es una figura del niño dios de
aproximadamente diez años de edad, vestido de peregrino, calzando sandalias, y con un cesto en
una mano y un cántaro de agua en la otra. En su vestimenta azul se encuentra una concha
santiaguina.
Durante el tiempo de la reconquista, en esta área el califa decretó que sólo
niños podían llegar a dar de comer a los prisioneros. Eso causó un gran dilema para aquellos
que no tenían familiares que les pudieran traer comida. Sin embargo, al poco tiempo del
decreto, empezó a llegar un niño que nadie había visto antes que repartía comida a los presos
que no tenían familiares jóvenes. Nadie lo conocía, pero después de un tiempo, alguien se
percató de que la estatua del Santo Niño que estaba en la Iglesia de Atocha tenía las
sandalias inusualmente gastadas. Éstas las cambiaron, pero al poco tiempo volvieron a verse
gastadas. Al estarse preguntando sobre esa peculiaridad, uno de los niños presentes en el
santuario identificó al Santo Niño como el mismo que se había visto en la cárcel repartiendo
comida. Posteriormente […] hacia 1700 el marqués San Miguel de Aguayo (dueño de unas minas
importantes de esa zona) mandó traer una imagen de la Santa Virgen de Atocha y el niño a
Zacatecas, México (Fernández 12).
Importante es hacer notar la relación entre ambas imágenes religiosas, la madrileña y la
mexicana, pues entre las dos existe una misma función preestablecida, -si pudiésemos llamarle
así- la de llevarle comida a los presos que no tienen familiares, a los marginados entre
marginados, los que además de ser pobres sobreviven en el aislamiento de la soledad. A la
figura del Santo Niño de Atocha nadie le reconoce y sin embargo cumple la función
alimentadora.
Me fue realmente difícil entender cuál era la relación de una novela testimonial con esta
imagen religiosa, y más aún con una novela emergida a raíz del movimiento político del 68 en
México conocidos los intereses políticos de la autora, quien declara cuando se refiere al
trabajo de las mujeres en la literatura que […] Ahora hay muchísimas mujeres que escriben,
para coraje de los hombres. Otras mujeres están inmersas en el mundo ambiguo de la
biculturalidad, otras en el mundo del compromiso político y el social, y otras entre el mundo
familiar y la creatividad. Todas sin embargo, tienen un compromiso ya bien político o personal
(Saldaña 106).
Conforme me adentré en la lectura, descubrí que en todo el texto el relato
alusivo al Santo Niño de Atocha se daba en solo tres páginas en medio de más de trescientas.
Mi cuestionamiento inmediato fue: ¿Habrá sido parte del relato verídico de la testimoniante?
¿Será parte de la historia oral de la lavandera Josefina Bórquez o simplemente una historia
agregada como producto del corte y ajuste de la parte ficcional, es decir un invento de la
autora, a lo que Gardner en su Correspondencia personal apunta: Para entender mejor los
orígenes del relato, le pregunté sí ella sola había incorporado esa parte de la historia, o si
fue algo que le contó Josefina Bórquez. Ella me respondió lo siguiente: Estimado Nathanial
Gardner, el cuento de la presa es un cuento exacto de Josefina Bórquez a quién llamé Jesusa
Palancares en la novela. No es ningún invento mío sino una anécdota que salió de su boca. Me
da muchísimo gusto que le haya interesado pues es una de las partes mágicas de Hasta no verte
Jesús mío. El hecho de que no haya sido Elena Poniatowska quien ha creado esa historia sino su
informante Josefina Bórquez -quien una vez más, ella vincula estrechamente con la protagonista
de la novela- inspira muchas preguntas adicionales y permite una discusión sobre los derechos
de los marginados dentro de la historia oral. Y finalmente, ¿Cuál es la relevancia que dicha
imagen tiene a lo largo del testimonio-narración oral como para ponerle en la portada? ¿Será
que la espiritualidad empodera al mundo marginal mexicano? ¿Fue esta manifestación del relato
de lo ocurrido en otra mujer una manera de subvertir el poder en la voz de Jesusa Palancares?
Quisiera darle preeminencia al uso de la imagen del Santo niño de Atocha dentro del texto de
la Poniatowska, pues si bien la descripción del milagro solo conforma un mínimo porcentaje del
relato mismo, es de notar que aparece casi al inicio de la narración, y que además sucede
antes que Jesusa Palancares se inicie o se encuentre con la llamada "obra espiritual", pero
permítaseme volver a la imagen. Si bien la presencia del Santo niño de Atocha no es de alguna
manera un leitmotiv de la narración, si se manifiesta como una constante en la vida de la
Josefina Bórquez, razón por la cual Poniatowska al ver que la imagen […] presidía la penumbra
de su cuarto (y por ello) le escogió para la portada del libro y en efecto, al verlo me pidió
veinte ejemplares que regaló a los muchachos del taller [donde ella trabajaba] para que
supieran cómo había sido su vida […] (Poniatowska 52).
Para subrayar la importancia que la citada imagen tiene en la vida de Josefina Bórquez, es
importante señalar que la misma Poniatowska expresó el rechazo de la misma Bórquez a la
primera edición del libro cuando lo vio con una simple portada en tono azul con letras negras;
ante lo cual, decidió hacer un cambio por una imagen que resultara más atractiva y sobre todo
más representativa de la vida de la testimoniante, algo que representara su vida espiritual
cotidiana, el diario vivir de Jesusa, una imagen que le acompañara en sus sueños, y en sus
despertares, un leitmotiv. La historia que incorpora al Santo Niño de Atocha dentro de la
novela Hasta no verte Jesús mío merece mención especial por varias razones. Como hemos visto,
Poniatowska ha dicho que Josefina Bórquez fue una persona sumamente envuelta en la obra
espiritual durante una porción significante de su vida: Aunque Poniatowska ha confirmado que
algunos aspectos de la obra espiritual le siguieron pareciendo muy incompresibles (Poniatowska
70), ella sí captó que lo espiritual era algo trascendental en su vida y su importancia se
subraya al ser una de las partes significantes de la narración (Gardner 3). De hecho,
necesario es subrayar que la importancia de la vida espiritual de Jesusa Palancares se nos
muestra claramente desde que la novela misma empieza en medio de una sesión de espiritismo:
Esta es la tercera vez que regreso a la tierra, pero nunca había sufrido tanto como en esta
reencarnación ya que en la anterior fui reina. […] En la obra espiritual les conté mi
revelación y me dijeron que toda esa ropa blanca era el hábito con el que tenía que hacerme
presente a la hora del Juicio y que el señor me había concedido contemplarme tal y como fui en
alguna de las tres veces que vine a la tierra (Poniatowska 9).
Sin embargo, uno de los episodios religiosos más claramente descritos y de mucho interés -el
del milagro realizado a la presidiaria- sucede antes de que Jesusa Palancares supiera de la
llamada obra espiritual. No obstante, poco se ha escrito sobre la visión que tiene la
protagonista en cuanto a eventos de naturaleza religiosa que desafían la lógica de hecho, en
su ensayo más revelador sobre la construcción de esa novela testimonial, Poniatowska hace
énfasis en lo mucho que significa para la protagonista la dimensión espiritual de su vida…
Para Jesusa y en los años cuarenta, la Obra Espiritual fue lo único que le daba sentido a su
vida… (Poniatowska 72).
Probablemente, la búsqueda de la vida espiritual por Jesusa, como
mujer del mundo marginal mexicano surge como un rasgo de rebeldía, como respuesta ante la
inseguridad y el miedo, de la misma manera como le surgió la valentía, como perdió el miedo a
las balas al beber el agua de pólvora que le ofreciera su padre. Para hablar de Jesusa como
ser sensible es conveniente referir su vida infantil desde la desprotección de su orfandad, el
abandono y el descuido al que fue sometida, que finalmente le llevara a tomar conciencia de su
propia corporeidad. Jesusa abría de vivir la opresión de la pobreza, la marginalidad y el
abandono también en la persona de otros, así cuando relata la muerte de la sobrinita,
evidentemente se llena de dolor ante la impotencia e incomprensión del suceso.
La muerte de su hermano le signa dentro de las vivencias más grandes de la violencia y los
vicios que aquejan a su comunidad, aparentemente le insensibilizan al dolor, e incluso le
inducen a la permisividad en cuanto a la conducta paterna con respecto al uso de la cuñada,
sin dejar de mostrar el dolor por el miembro de la familia perdido. Recorre las injusticias en
carne propia ajena, constata los actos de fe de sus coterráneos, se indigna incluso ante las
manifestaciones del miedo a los naguales, a la muerte y a las afecciones naturales evitables
especialmente de los más indefensos, de los niños, como es el caso de Refugio, a la vez que
nos muestra la espiritualidad de los oprimidos. Jesusa era indudablemente poseedora de una
solidaria sensibilidad especialmente manifestada para con los más desvalidos, los que eran de
alguna manera sus compañeros de sufrimiento; siempre actuaba en bien de los desvalidos, aunque
resentida con el México que le tocó vivir, fue solidaria, nunca apática, aunque criticaba,
actuaba, dentro de sus limitaciones, ayudaba a los vecinos, criaba huérfanos, e incluso
recogía perros de la calle. Estas características, la de ser solidaria con los marginados
aunque crítica con el sistema, es lo que le permitió tener identificación con su
entrevistadora y probablemente lo que estableció el puente de comunicación indispensable entre
su entrevistadora y ella. La sensibilidad de Jesusa queda expuesta también en propia persona.
En lo individual, Jesusa, quien aparentaba ser tan solitaria, violenta, fría y displicente,
era especialmente sensible. Resistió el dolor físico, el hambre, el luto, el cansancio, los
golpes de su esposo, y sobrevivió a todo eso. Sin embargo en el amplio registro de su memoria
se encontraban también las pruebas de resistencia anímica. Jesusa guardaba sus sentimientos,
los escondía tras la máscara, pero nunca los pudo arrancar de su ser. (González 20). Muy
especialmente marcado cuando decía: “He pasado bastantes tragos amargos, nomás que ahora ya de
tanto que siento, ya no siento” (Poniatowska 264).
La sensibilidad de Jesusa Palancares debe haber sido también una manera de paliar su soledad
en la solidaridad expresada con sus congéneres, al mismo tiempo que un medio de denuncia de la
pobreza y la insalubridad de que son víctimas los marginados, en este caso en la persona de un
infante: A la nueva cartonería donde me dieron trabajo después, me llevaba un niño. Su mamá
vivía en la misma vecindad que yo, pero no podía cargar con él porqué echaba tortillas en una
fonda, pero en la fabrica si me admitieron a mí con el niño. Lo tenía amarradito en un cajón
debajo de la mesa grande en lo que cortaba las hojas. Allí dejaba a mi muchachito y ni más me
volvía a acordar mientras estaba trabajando (Ibid 182).Y es en este caso que se empieza, por
ejemplo a manifestar la asunción de la espiritualidad como una forma de protesta, de subvertir
el poder, tal vez uno de los pocos poderes que tienen los marginados, el ejercicio de su
espiritualidad dentro de un imaginario colectivo: No si no hay bondad, nadie tiene bondad, no
se crea que hay bondad, no. ¿Por qué me habían de dar el taco? Yo no comía, mire era agua lo
que yo tomaba. Yo me mantengo por la voluntad de Dios. Es Él quien me ha ayudado, a pesar de
que soy mala, Dios no me deja de su mano. Ahorita no he comido desde en la mañana y no tengo
hambre todavía. Así nací desde chiquilla, y que quiere que haga? Son deudas que se deben y se
pagan. Para acabar pronto, ya me acostumbré (Ibid 143).
Para Jesusa, existen pocas fuentes de placer, pues para cuando ella narra la historia, […] le
quedan solamente tres fuentes de placer: la comida, las revelaciones espirituales y la
conversación. No es de sorprender, entonces, que dos focos de su narración sean la comida y
los éxtasis espiritualistas o que estas descripciones cuenten con una sensualidad y un
erotismo que están ausentes o reprimidos en otras áreas de su narrativa y de su vida (Steele
14). Pues la revolución le dejo una serie de sinsabores, a quien como a toda institución,
Jesusa le renegó, se le negó a reconocerle alguna ventaja, aunque ella misma fue rebelde. En
las mismas condiciones de vida marginal que la revolución no le pudo modificar, Jesusa
encontró formas de subsistencia, fortalezas ajenas a los cánones el desarrollo social e
institucional, y finalmente encontró ¿o desarrollo? formas de resistencia en las creencias
religiosas que enmascaraban su espiritualidad, proveniente de sus circunstancias marginales
que le produjeran negaciones,…esas mismas circunstancias, le generaron poderes alternativos
desde su "mística de la marginalidad" (Monsiváis 107).
Finalmente, desde un punto de vista postmoderno, la presencia del testimonio de Josefina
Bórquez, en su posición de subalterna, según Spivak, no garantiza que pueda hablar, por lo
tanto, la oportunidad que esta tiene para poder expresar su espiritualidad en la voz del otro
-léase la presidiaria- no puede ser desaprovechada por Jesusa Palancares, con la permisión y
complicidad de Elena Poniatowska; en primer lugar, como forma de resistencia al poder de la
subalteridad que le impone la dualidad de ser la entrevistada, en segundo lugar, como
herramienta para subvertir el poder hegemónico que le oprime en salida tripartita, el poder
judicial, el poder carcelario y el del aislamiento silenciador de las voces de los marginados,
de los sin voz, muy especialmente las sin voz, las de la doble jornada, las mujeres. Que mejor
representación que a través de la voz y la vivencia de una presa, que ha matado no a uno, ni a
dos, sino a siete, la más recluida, la aislada, la permanentemente observada por el Panopticón.
¡De los milagros que hace el Santo niño de Atocha! no tan solo alimenta a los sin esperanza
del sistema, incluso adereza el milagro con darle voz a los sin voz en la prosecución de la
libertad,
¿Acaso en respuesta a Foucault?
Ver Curriculum
