La gente mayor son los viejos, los ancianos, los jubilados de ahora, o sea, esas personas que nacieron
allá en los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Y los de aquí, los de esta España
nuestra, cuando una
triste sucesión de reyes y gobernantes habían convertido a la vieja y poderosa nación, el otrora imperio donde
nunca se ponía el sol, en míseros despojos sin solución de continuidad como gran país, sin perspectivas de
remisión ni más amigos ni compañía que un unamuniano buitre voraz de ceño torvo.
Son aquellos que, aparecidas en escena las bélicas voces de la solución, surgido de entre las
sombras un incógnito matador de buitres y recomponedor de pueblos agónicos, luchando a su lado o contra
él, hubieron de dar su sangre y sus esfuerzos para asentar y reconstruir los exiguos restos de
la añorada patria.
Son aquellos que, desde muy niños, hubieron de sacrificarse y pasar interminables hambres para
que los campos se llenaran de espigas y en las despensas de hoy lucieran abundancias. Los
mismos que, desde antes de tener pelusilla en el bigote, niños de nobleza intacta y pantalones
cien veces remendados, llenaron los tajos, los talleres y
las fábricas para poner carreteras y autovías, los cimientos y paredes de las casas y crear
todas las modernidades que hoy disfrutamos.
Pero son, también, los que agotadas sus vidas y su salud, sus fuerzas y energías, menos ofrecen a la
sociedad. Y los más débiles, los que menos recursos y capacidad de oposición tienen ante las
adversidades, llámense estas económicas, de salud o bienestar, o las impuestas por quienes
dirigen las obligaciones y derechos de los ciudadanos. De ahí que se les ignore, que no se les
tenga en cuenta a la hora de recomponer los distintos factores que componen la economía y los
niveles sociales de la generalidad de los españoles.
Nuestro actual gobierno, de derechas y con un Presidente aferrado a sus ultraderechistas ideas
de ayudar exclusivamente a la Banca, a determinadas empresas y a cuanto pueda suponer
crecimiento de la depauperada economía del país, no quiere saber nada de derechos laborales o
ciudadanos ni del estado de bienestar en general. Su meta de devolver normalidad y suficiencia
a los sectores económicos del país, lo que, sin que nos parezca una idea descabellada,
insensata o ilógica dado el fin que los guía, por cuanto supone dar de lado a un justo derecho de
la ciudadanía -a toda, y en especial a este grupo-, solo podemos calificarla de arbitraria,
injusta e inadmisible.
Un aumento de las pensiones de jubilación de un 0.25 % en este 2017 (poco más de un euro
al mes, y van cuatro años ya), es cachondearse miserablemente con aquellos que nos dieron la vida
y crearon con su esfuerzo todo
cuanto tenemos. Quitarles lo que es suyo por derecho
propio es empobrecerlos más aún, precipitarlos a un mísero final, darles un nuevo empujón para llevarlos
cuanto antes a la tumba. Y no vale el argumento de que el sistema de pensiones públicos es
insostenible. Lo es porque nadie se ha preocupado nunca de estudiar su situación y darle
soluciones acordes a la importancia
debida. No se puede seguir considerando que las pensiones de jubilación, viudedad
y orfandad son un lastre. Porque no es compatible con los derechos por los que se rige el
mundo actual. Ni con la vergüenza.
Esta inicua e ignominiosa realidad está ahí, permanece inalterable y se viene llevando a cabo
desde hace ya muchos años. Sin que nadie mueva un dedo. Sin que su ya larga continuidad
parezca ser otra cosa que parte inamovible de las doctrinas de los gobernantes. Y no lo dicen. Nuestros ínclitos y nobles dirigentes cuidan muy mucho de mostrar la realidad de sus
pensamientos. Ponen caras de afligidos y preocupados cuando se les habla del tema, como tristes
por no poder hacer más...
Pero no cuesta mucho adivinar sus auténticos pensamientos. Ya escribí un artículo en esta
misma sección de la revista, en febrero de 2013, titulado "El imperio de los granujas"
(
enlace 1), en el que recogía la voz de un dirigente
político -extranjero, claro- que no se acobardó ni se resignó a callarse. Así de claro lo dijo.
"Hay que dejar morir a los ancianos"
-El viceprimer ministro y ministro de Hacienda japonés, Taro Aso, declaró días atrás
públicamente en su conferencia del Consejo Nacional para los Problemas de la Reforma Social "que hay que dejar morir a los ancianos para liberar al Estado de los gastos en
asistencia médica". Y remachó su aserto diciendo "que es imposible resolver el problema sin
dejarles morir lo más pronto posible" (vea el artículo original en
enlace 2).
Lo dejamos aquí.
Lo tienen claro y no hacen falta más comentarios.
(1)
El imperio de los granujas
(2)
https://mundo.sputniknews.com
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