Que Cataluña ha querido siempre ser independiente no es de ahora. Ya desde su nacimiento
en el siglo IX, el que se considera artífice de la independencia de los condados catalanes del
imperio Carolingio, el mítico Wifredo el Velloso, aunque la consiguió y la mantuvo, tuvo que
esforzarse en resolver diversas vicisitudes políticas contra los francos y en defender sus
dominios de los ataques de los musulmanes de al Ándalus. En uno de ellos, el llevado a cabo
contra Barcelona el 11 de agosto de 897, moriría.
Tras estos
azarosos prolegómenos constitutivos de Cataluña como territorio o estado independiente -que no
duraría mucho-, hemos de
reconocer que nunca jamás a lo largo de toda su historia ha dejado el pueblo catalán -o más
bien sus dirigentes y determinados personajes- de reivindicar su independencia como nación y
total libertad de decisiones.
Y son mucho los que han intentado
a lo largo de los siglos conseguir esa autonomía. Los que
lo han pretendido con los argumentos de la fuerza bruta,
naturalmente, han encontrado los mismos argumentos en las mesnadas del Rey o ricohombre
reinante -o, más recientemente, en los cuerpos de seguridad
del estado español-. Nunca consiguieron su objetivo con esa fórmula. Pero ha habido otros muchos
-del mundo de la política y de las letras- que han explicado lo que sienten y lo que los mueve
con juicio y razonamientos. Por ello, y porque aunque no soy catalán considero a Cataluña un
trozo de mi patria, quiero mostrarles este expresivo fragmento de lo que dijo Francesc Cambó
(líder reflexivo y razonable de la Liga Regionalista) para apoyar la moción presentada por los diputados republicanos, regionalistas y
tradicionalistas para que se realizara un plebiscito (1918) sobre la autonomía de Cataluña:
"… nuestro problema es el siguiente: un pueblo, el pueblo catalán,
durante siglos ha vivido constituido en Estado independiente y ha producido una lengua, un
derecho civil, un derecho político y un sentimiento general que ha caracterizado la expresión
de su vida. Y este pueblo se unió primero a la Corona de España, luego la incorporación fue
total con el estado, y en siglos de convivencia se han creado intereses comunes, se han creado
trabazones espirituales que establecen una fórmula de patriotismo común que sería insensato
querer destruir; pero a la vez, esta personalidad que había tenido una vida propia,
independiente, subsiste, y no ha desaparecido; han persistido la lengua, el derecho, el
sentido jurídico y el espíritu público propio, y todo eso era un hecho biológico mientras no había un fenómeno de voluntad que
le convirtiese en un hecho político. Esta voluntad, ¿qué dice, qué expresa, qué quiere? Quiere
que para todo lo que sea vida propia interior de Cataluña, Cataluña tenga plenitud de
soberanía para regirse, y que en todo lo que afecte a lo que mira más allá de sus fronteras,
no haya más que una unidad que sea España."
Si es acertado o no separarse de España -sobre todo en estos tiempos que corren-, no lo sé. Es
posible que tenga su lógica, que los catalanes tengan razones para querer ser un pequeño país
independiente, pero, ahora, en pleno siglo XXI, cuando las tendencias globales -tanto de los
pueblos como de todo tipo de corporaciones- son las de unirse y formar un todo que evite
luchas por intereses o competenciales y facilite la obtención de beneficios comunes, me parece
desacertado. Más aún cuando, de pretender hacerlo por la fuerza, sin ceñirse a las Leyes del
país a que pertenece, el rechazo por parte de los demás países -incluida la Unión Europea- es
total y se verían abocados a un aislamiento que conllevaría fracasos económicos y, en general,
en todos los ámbitos.
Nos consta que esta decisión, la que pretenden los actuales dirigentes de Cataluña
-y que no es otra que erigirse en país independiente a todos los efectos-, no es la
que quiere la mayoría del pueblo catalán. Son muchos, sin duda, pero de ninguna forma una
mayoría significativa. En Cataluña no sólo viven muchísimos ciudadanos nacidos y provenientes
de las demás regiones, gente con la suficiente claridad de visión como para saber qué le conviene a
este trozo de patria que les acoge, sino, además, muchos nativos con alta capacidad de juicio
que, sin renunciar a sus deseos de autonomía, consideran poco conveniente para tan importante
evento tanto la forma como las condiciones en que se llevaría a cabo en las
circunstancia actuales.
En realidad, convencidos de que atados a un yugo los errores del carrero lo sufren todos los
bueyes, son muchos los españoles en general que abogan por un cambio del actual sistema
autonómico a un modelo federal, o, incluso, confederal (total soberanía de cada uno de los Estados). Tendría la plenitud para regirse que quieren muchos
catalanes, y estarían dentro de la correcta fórmula que pedía Cambó: "...y en todo lo que afecte a lo que mira más allá de sus fronteras...", dentro
de la gran unidad que forma España, Europa y el mundo.
La forma correcta y legal de conseguirlo sería algo relativamente sencillo: diálogos sensatos
entre los representantes políticos para generar muchas voces pidiéndolo, y un consenso entre
todas o la mayoría de las actuales Autonomías. Cualquier Gobierno, sea del color que sea,
estaría obligado a ceder. Y de esa forma, el país catalán contaría con el apoyo de todos los españoles. Piensen
-sobre todo los que quieren hacerlo a su manera-, que España
no es solo un Gobierno con sus particulares ideologías sino 46 millones de ciudadanos subidos
todos en un mismo barco.
Como bien decía Francesc Cambó, "...en siglos de convivencia se han
creado intereses comunes, se han creado trabazones espirituales que establecen una fórmula de
patriotismo común que sería insensato querer destruir..." Por todo ello, y porque el
pueblo catalán es mayor de edad, díganle a sus ricohombres y reyezuelos actuales que se
atengan a lo que marca la razón y la lógica, que obren con la diligencia y sensatez que
merecen los ciudadanos catalanes.
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