
(Ilustración: Julián Alpízar Blanca)
Atraparé en mis brazos tus estrellas,
Iremos a la mar, a por sirenas.
Soneto Blanco
Marié Rojas
- Vamos a pescar sirenas –dijo ella esa tarde al regresar del trabajo.
- ¿Pescar… dices… como para traerlas a casa? –respondió él, levantando la vista de la novela
que estaba leyendo.
- No es para tanto –ella sonrió y lo tranquilizó con un beso en la mejilla-, las pescamos,
jugamos un rato con ellas, conversamos, les hacemos preguntas si es que entienden nuestro
idioma, tal vez logremos incluso que posen y de dejen dibujar… luego las dejamos ir. Da igual
si colgamos el dibujo en la pared, nadie nos va a creer, lo sabes.
- ¡Genial! –dijo él, sin tener siquiera idea de cómo lo harían, pero animado por la fe que
pone el amor en la otra parte.
Salieron de casa, las mochilas repletas con lo que consideraron imprescindible: caracolitos
recogidos en las respectivas infancias en playas lejanas, cristales romos de los que trae la
mar –regalos de sirenas que no se dejan ver-, lápices y un cuaderno para hacer apuntes o
retratos –era obvio que no deseaban asustarlas con una cámara fotográfica, dejaron los móviles
sobre las respectivas mesas de noche-, una botella de agua, por si querían brindar con ellas y
bombones, “porque no hay a quien no le fascine el chocolate… excepto los gatos, obvio, pero
incluso a los gatos les gusta, solo no pueden consumirlo, los pobres…”, explicó ella.
Llegaron a la costa, el mar estaba rizado, golpes de viento juguetón llevaban y traían trozos
de madera negra, algas, botellas con mensajes, restos de naufragios...
- ¿Has logrado ver alguna? –ella no parecía tan entusiasmada como al salir de casa-. No sé si
con este tiempo quieran asomarse, qué pena…
- No te desanimes, tal vez se estén escondiendo detrás de la espuma.
- Mira aquella roca, no le alcanzan las olas, no más que algunas salpicaduras, podemos ir por
el caminito de cemento y de ahí pasamos a ella.
- ¡Perfecta! Parece un trono forjado para dos –él estaba feliz de verla brillar de nuevo-,
¿viste las oquedades que semejan asientos? Está bien situada, hay que mirar en lo profundo.
Los dos sabemos que suelen esconderse allí para confundirse con el fondo. Seguro cuando no hay
nadie se sientan en ella.
Saltó con agilidad, acomodó la mochila y le dio la mano para ayudarla. Sentados, otearon el
infinito… La tarde comenzaba a caer.
- ¿Sabías que las sirenas no son bellas? –dijo ella-.Quiero decir, yo las encuentro bellísimas
y sus bebés son preciosos. Pero en realidad no tienen nada que ver con la iconografía clásica
que aparece en cuadros y películas. Parecerían repugnantes al que teme a las criaturas de las
profundidades.
- Lo sé, las vi de niño una vez que fui a la playa con mis primos, nadie me creyó, y también
me parecieron fascinantes, mejores que las de los cuadros y los dibujos animados. Tienen los
ojos enormes y fosforescentes, branquias en el cuello, debajo de unas orejas prominentes y
aguzadas...
- Yo también las vi, pero en sueños… -lo miró a los ojos-, como sabes, es lo mismo. Tienen la
piel lisa, verde oscuro o azulado, no tienen escamas. Su cráneo difiere del nuestro, es más
alargado y hay algo en la frente que no sabría describir.
- Sus manos son fascinantes, dedos largos, unidos por membranas.
- ¡Lo sé! No tienen cabellos, la confusión surge de su costumbre de adornarse la cabeza con
conchas, perlas... Pero sí tienen cola, enorme y musculosa.
- Sus dientes son filosos, lo que semejaría una sonrisa es una advertencia.Se comunican a
través de ultrasonidos y gorjeos, su lenguaje recuerda al de otros mamíferos marinos, más rico
en tonalidades, musical y de mayor alcance. Yo las oía de noche cuando salían a conversar bajo
la luz de la luna, y la casa en la playa donde nos quedábamos estaba a cien metros.
- El contacto con su piel puede ser doloroso, como las anémonas y medusas... depende de su
estado de ánimo, es un mecanismo de defensa.
- Las hembras en celo despiden un fuerte olor a almizcle... y son excelentes madres, cuidan a
sus hijos hasta la adolescencia, tuve la suerte de verlo.
El sol comienza su marcha hacia los abismos. Una nube enorme, coloreada de oro y rosa, pasa
sobre la roca, sumiéndolos en la penumbra por un instante.
- Mira, la barca de los elfos nos saluda, ¿recuerdas cuando fuimos al bosque a conocer a los
elfos? –dice él y ella asiente en silencio-… Y está subiendo la marea, dentro de poco se va a
inundar nuestro trono.
La nube continúa su marcha más allá del universo abarcable. La oscuridad cae con celeridad
sobre la costa y ellos regresan por el espigón.
El camino de regreso es ligero como la brisa. Van tomados de la mano, repartiéndose los
bombones y pasándose la botella de agua.
- Fue muy bueno volver a ver la barca de los elfos. ¿Crees que nos habrán visto, que nos
recordarán?
- Eso puedes asegurarlo. Tienen excelente vista y una memoria envidiable –responde él y de
pronto, duda-: ¿Y qué pasó con nuestras sirenas?
- No estoy segura... Sentí que estaban cerca, ese olor que dices, alguna vibración en el agua…
Creo que no les gustó la descripción y se marcharon.
- Tienes razón, no debe parecerles agradable que dos humanos simples y corrientes las conozcan
con tanto detalle. La próxima vez nos abstenemos de hacer comentarios.
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