La vieja casa de la esquina ahora es mía, sobrevive rodeada del muro de piedras que me parecen
sonreír, pues viejas sombras hay en ellas y los espíritus tejen sus rostros sobre sus relieves
grises y blancos, sin miedo a asustar a los paseantes y curiosos visitantes.
Yo quiero salir corriendo, pero ahora es mi hogar, una renta baja y poder tener a mis gatos me
ha convencido y firmé el contrato, escritura a su vez condenatoria o no, y ahora me toca ver
sus rostros en las rocas marronáceas y frías, sin yo poder ayudarles a salir de ellas para
siempre y elevarse. Lo que sí tal vez podría, es dibujarles y enmarcarles como cuadros para
adornar el pasillo de mi casita con sus caritas asustadas de viejos y jóvenes que me dicen
-“hola y adiós”, -“no te vayas por favor y ayúdanos”, o -“escapa corriendo a todo dar o lo vas
a lamentar en tu propia carne por mucho que te guste esta mansión de doscientos años que todos
han abandonado antes de vivir en ella un año”.
Viejos cuadros pintados por alguien observo en las paredes de color blanco de las clásicas
habitaciones llenas de lujo, se ve que fueron de gente bien acomodada en la sociedad, pero
también de personas creyentes por los símbolos católicos que encuentro. De repente, oigo una
voz de ultratumba que parece que me derrite sobre el suelo de mármol:
- Fui yo la que los pintó. No los toques.
Era una dama feliz en medio de la tragedia de su encierro y maldición. Feliz, porque puede
contemplar su obra y ahora yo puedo acompañarla en sus visionados eternos.
Me cuestiono porque dibujaría las tres tristes sombras negras en el bosque y a las cuatro
damas vestidas de beige y azul, no lo sé y se lo pregunto, pero ella tan sólo me sonríe y toma
la forma de una de esas sombras extrañas que ha dibujado cuando tenía escasos quince años.
Mis gatos están inquietos pero consiguen extraerme de las malas vibraciones del más allá que
viven en mi acá, así que puedo dormir tranquila leyendo esos viejos libros de la biblioteca,
entre cuyas páginas hay fotos de bebés, niños y garabatos sin sentido de algún ser, que sin
dudarlo, amaba el dibujo, la forma, la línea, la figuración y la comunicación. Siendo en este
último factor o aspecto en el que me siento reclamada por ellos en sus gritos, que por veces
simulan ser silenciosos y paralizantes, hasta del ser más valiente.
Empiezo a sentirme cómoda entre arte y letras, son gente igual que yo, amante de la cultura en
mayor o menor medida, que tuvieron su vivienda y que aún no se han ido de ella, y de seguro,
que culpa tienen esos amaneceres artísticos que se elevan tras la montaña que puede verse a
través del amplio balcón del salón de trescientos metros cuadrados.
Bonita experiencia y convivo entre ellos y con ellos, mis felinos les quieren bien. Creo que
Dios vendrá a buscarles pronto. Mientras, les leeré “Cantaclaro”, de Rómulo Gallegos o “La
verdad sobre el caso Savolta”, de Eduardo Mendoza.
Me gusta que abandonen su forma de caras y se transformen en personas, como el artista que
dibuja a lápiz un cuerpo entero. Me gusta ya compartir con ellos todas esas sonrisas, cuadros,
fotos, escasas palabras y libros de sus colecciones, que ahora pasan a mis manos como una
exquisita herencia temporal.
En un viejo cajón se esconden lienzos que jamás han sido pintados pues fueron asesinados
antes, pero que yo pintaré, porque les retrataré en ellos, para que algo suyo quede en el
hogar tras su partida definitiva hacia La Gloria.
Hay bolígrafos de colores y viejas caricaturas sobre un papel gastado, pero que yo rescataré y
digitalizaré para conservar siempre, pues son arte y son muy hermosas. Dignas de salir en
Revistas Online.
Son fotos de los abuelos, de algún perro cuyo rostro también veo en los espejos de los muebles
de madera más trabajada, todo es material para querer y conservar dignamente, porque fue de
esos maravillosos fantasmas, que lo han pasado y lo están pasando muy mal.
Un hogar que guarda arte y letras jamás permitirá que te encuentres solo y sí que será un
verdadero hogar para ti, pero si no logras convivir con ellos, entonces escapa, seguramente es
que no puedas comprenderlos porque su sufrimiento es muy grande y no miden sus acciones para
con los vivos. Y tú, ser privilegiado, no has tenido sus malas experiencias como para llegar a
comprenderles.
No me arrepiento del alquiler. Pasarán años y yo aquí, a algunos de esos seres magníficos les
veré irse y otros vendrán en su día por mí.
Arte y letras nos unieron.
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