
Con prólogo de Ángel Martínez y dos citas de Claudio Rodríguez y de Gabriel García Márquez
respectivamente, y solapas en las que consta la trayectoria del poeta con múltiples premios y
libros editados, el poemario de Onofre Rojano se nos ofrece como una entrega de su musa
asomada, como en otros poemarios (por ejemplo, aún recuerdo uno de sus primeros como el Del
verde al hombre, 1979, Barro), al paisaje traspasado de humanidad, quiero decir de la
presencia humana como testimonio de los seres vivos entrelazados en una misma naturaleza, a
pesar de que el poeta proclama su soledad, su provisional retirada a su propia intimidad:
"Estoy solo, callado conmigo mismo / —hacia dentro de mí— ,/ como ese búho hermético / que el
aire no interrumpe, / no perturba su mirada silente / de aguja impenetrable”.
Hemos hablado de su antigua relación con la naturaleza, pero ello no exime de que haya un
interior lirismo que se anuncia: "Camina la tormenta por escondidos cielos”.
Así, pues, entre un palpitar de lo íntimo y una invitación del entorno, incluso del entorno
cotidiano como las moscas, el poeta va transitando los años como un peregrino de su propia
experiencia: “Hoy tendré que reinventarme las luces / del pasado, que por doquier invoco…”
El paisaje, encendido por el astro rey, que tiene sin duda una referencia de su hábitat
autóctono, si se piensa en la patria chica sevillana del poeta en verano, está presente en
todo el poemario; eso sí, como en lucha con unas connotaciones personales, por ejemplo, en el
poema triste dedicado a la memoria de Arantxa. Aparece también el mar pero sin gran
protagonismo; este protagonismo lo tiene el calor poderoso: "Este calor que llega / por el aire
asfixiante…”.
Este calor imprime un ritmo lento en el libro, como en palabras de su prologuista: "Canícula
está impregnado por una atmósfera de lentitud, de versos que parecen escritos muy despacio,
buscando en cada palabra algún estímulo o destello del sol estival, la asfixia del lenguaje,
el ensimismamiento en un largo sueño donde el abandono a la laxitud podría entenderse más como
un recurso de supervivencia que como un estilo literario”.
Pero también podríamos entender Canícula como un verano de lo que pasó y que se arrastra como
un fardo de experiencias: “…estoy tan impregnado de tan íntimas muertes / —cadáveres de
ausencias y múltiples olvidos— / que soy un cementerio / sin memoria de mí”.
Por ello, el título, entre el verano real y el verano vital, es una exposición de paisajes y
sugerencias. Poemario poblado de imágenes debajo de las cuales fluye un lirismo con versos
libres, endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos…, que se leen gustosamente.
Hemos de destacar la edición cuidada de Editorial Dalya, como ya dijimos en la reseña del
libro de Dolors Alberola, esmero que hace a ambos libros más atractivos a la mirada del
curioso que se pasea por las superficies bibliográficas en los escaparates de las librerías.