…rendido a sueños interminables y absurdos tras unos párpados sellados, eternamente
vestido con el traje de los domingos.
La Larga Marcha
Stephen King
Despertó jadeante y sudado bajo el edredón que lo cubría a él y a su esposa. Se encontraba
agitado. El dolor de sus piernas era tal, que no podía mantenerse en pie sin apoyarse. Senia
se levantó poco después. Durante el desayuno, le narró la pesadilla de la noche anterior.
Tenía la costumbre de hacerlo cada vez que soñaba, siempre en la búsqueda de algún significado
oculto.
En el sueño, ambos participaron en una especie de carrera interminable: él le huía, o la
perseguía; era confuso. Aquello en especial lo mantuvo pensativo mientras escogía la ropa del
trabajo. Similar evento le había sucedido esa noche. Por lo cansado que se encontraba,
pareciera como si lo hubiera corrido de verdad.
Después de cenar, Senia se duchó y luego fue a dormir. Él la siguió después. Al regresar a la
habitación, la encontró como era costumbre en esos tiempos: dormida. “Hoy tampoco habrá nada
de nuevo”, pensó, y se tendió a su lado. En la mitad de la noche se despertó empapado. Vio
encima de él una nube gris que desapareció enseguida. Su sobresalto provocó que Senia se
levantara. Ella notó sus ropas mojadas; al igual que la cama, pero no vio ninguna nube por más
que su esposo clamara haberla visto. “Por supuesto”, le dijo ella y pasó la mano por su cara
como se le hacen a los niños.“Parece que caminaste dormido”, le explicó mientras lo observaba
secarse, aún asustado por lo vívido del sueño. Él pensó en las posibles causas de su padecer.
Sentía muy real, en lo profundo de su ser, lo sucedido esa madrugada.
A la mañana siguiente, su esposa compartió el sueño romántico que tuvo esa noche, antes que su
esposo la despertara. En él, su marido la llamaba desde la calle con un ramo de flores, bajo
la lluvia y calado hasta los huesos. Ella continuó su relato, sin embargo, él no necesitó
escucharla más. Salió de la casa sin despedirse. Durante todo el día de trabajo analizó cuales
serían las posibilidades de que ambos compartieran siempre los mismo sueños.
Y solo él lo sufriera.
En la noche, para probar una teoría que fraguó en su mente durante el día, comieron y él se
fue esa vez a la cama primero. Soñó con lo fría que se había vuelto su mujer últimamente. Que
vivían en un iglú, rodeados de pingüinos y untándose grasa de foca para mantener el calor.
A la mañana siguiente, al despertar, buscó a su mujer. No estaba a su lado. La encontró en la
bañadera; temblaba de frío, restregándose en el agua caliente. Llorando. Paredes y piso
embarrados de escarcha y nieve derretida. También de grasa que no era de cerdo, ni vegetal, ni
de pollo. Tampoco de auto o algo antes visto por ellos.
Él sonrió aliviado.
Ese día no fue a trabajar. Mantuvo a su esposa bajo su atento cuidado. Recordaron el día que
se conocieron, la música que estaba puesta: Marooned, de Pink Floyd. Él localizó aquella
canción entre los videos que tenía guardado de la época en que fueron felices. Ambos lo
vieron, bailaron y lloraron. Desearon. El ritmo de los días los había distanciado, solo en
sueños se mantenían juntos. Por la noche se fueron a la cama. Pusieron nuevamente el video.
Hicieron el amor.
Soñaron.
No pudieron sentir los gritos de la policía desde la calle. O La puerta rota a patadas.
Tampoco a los vecinos irrumpiendo en la casa junto a los oficiales, solo para encontrar:
La cama estaba deshecha.
El video andando.
Marooned .
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