La humanidad cada día necesita más solidarizarse con los valores de justicia y paz. La
inclusión relacional es tan prioritaria en un mundo tan diverso como el aire que respiramos.
Con urgencia, deberíamos reeducarnos hacia otras actitudes, buscando la cooperación entre
todas las culturas. No es de recibo que sigamos excluyéndonos; de ahí, la necesidad de activar
en todos los países políticas sociales como efecto dinamizador. Por otra parte, hay que
promover la existencia de igualdad en lo que concierne a la oferta educativa. Todos tenemos
que poseer igualdad de oportunidades. La discriminación, como los muros que se levantan a
diario, no favorecen para nada el acompañamiento humano, máxime en un periodo en el que más de
treinta y un millones de personas en todo el orbe fueron desarraigados o forzados a
desplazarse dentro de sus propios países en 2016, a causa de conflictos, violencia y desastres
naturales.
Tenemos que ayudarles a reconstruir sus vidas. No importan las zonas, ya sean rurales o
urbanas, hemos de activar nuestro rostro humano para trabajar y seguir en busca del bien
colectivo, que no es otro que unas buenas prácticas orientadas a hacer crecer el respeto hacia
toda vida, por insignificante que nos parezca. Las atmósferas generadas tampoco pueden ser de
triunfalismo, sino de servicio. Para desgracia nuestra, el mundo privilegiado se ha vuelto
insensible y corrupto. Es la victoria de lo inhumano sobre la realidad y de la miseria humana
endiosada, hasta el extremo de que la corrupción se ha convertido en algo habitual, con el
beneplácito de todos. Luego está la falsa inclusión social de jóvenes en contextos de
creciente violencia e inseguridad, que merecen otras motivaciones más armónicas, acordes con
la aceptación de las diferencias. Desde luego, el encuadre mejor siempre será aquello que pasa
por el camino del conocimiento y del aprecio, del respeto mutuo y del auténtico diálogo, entre
todos los sectores del pueblo, sin marginar a nadie.
Tomando como fundamento nuestra base histórica, la mejor sabiduría es aquella que nos
reconcilia y hermana. Y en este sentido, personalmente me llena de alegría la apuesta de las
cooperativas en todo el mundo, dispuestas a celebrar el tema de la inclusión el día 1 de julio
de 2017, para que nadie se quede rezagado. La inserción no solo refleja la naturaleza de
enfocarse en las personas de las empresas cooperativas, sino que también resuenan los
principios cooperativos de sus miembros, donde todas las personas, sin importar la raza,
género, cultura, origen social o circunstancias económicas, pueden responder a necesidades y
construir comunidades mejores, ya que su modelo de negocio pone el desarrollo sostenible en el
centro y se basa en principios y valores éticos. Ojalá aumentase esta conciencia
cooperativista en el mundo. No olvidemos que su buen hacer por avivar el afán cooperativo, ha
contribuido a impedir que muchas familias y comunidades caigan en la pobreza más excluyente.
La mejor inclusión, indudablemente, pasa por el compromiso y la responsabilidad de la marcha
de la sociedad, siempre a favor de la justicia social y la promoción de los más pobres.
Durante los años setenta y ochenta, cientos de miles de personas fueron torturadas, asesinadas
y desaparecidas por las dictaduras militares de Sudamérica. Recordamos que fue crucial la
denuncia de estos hechos. Pensemos que el mundo será lo que nosotros queramos que sea. En
ocasiones, nos impacta particularmente la naturaleza brutal y cruel de fanatismos y
quebrantamientos que nos llegan en imágenes, o las padecemos a pie de camino, pero la cuestión
no pasa por dejar hacer, sino por analizar la cuestión de este mundo dominado por traficantes
de armas que, sin alma alguna, se benefician de la sangre de tantos inocentes. La
deshumanización y humillación que mucha gente soporta a través de la explotación física,
económica, sexual y psicológica, es igualmente una manera de destruirnos poco a poco. No
podemos, en consecuencia, arrojarnos a un lado, porque seremos derrotados. Cada cual, y todos
los seres humanos son iguales y se les debe reconocer la misma libertad y la misma dignidad,
aparte de imprimir su espíritu, ha de injertar su propio entusiasmo, virtud tan valiosa como
necesaria.
En todo caso, cualquier relación discriminante o excluyente, que no estime este derecho
natural inherente, no puede, ni debe, quedar impune. Juntos en esa acción inclusiva, también
hemos de dar un paso adelante para poner fin al ciclo de impunidad y salvaguardar los derechos
de un refugiado o migrante, una persona con discapacidad, una persona LGBT, una mujer, un
indígena, un niño, un afrodescendiente, o cualquier otra vida en riesgo de ser discriminada o
sufrir algún acto violento. Sea como fuere, vivimos tiempos en los que, tanto por parte de
algunos sectores de poder, finanzas o político, como por parte de algunos voceros, se incita
algunas veces a la intimidación, y aún lo que es peor, otras veces a la venganza. Esta manera
de proceder nos deja sin sentimientos, sin nervio alguno humano. No cabe, pues, la
resignación. A propósito, el mensaje del Papa Francisco, con motivo de la I Jornada Mundial de
los Pobres, a celebrar el 19 de noviembre de 2017, nos advierte como actuar más allá de las
palabras, con las obras: “A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes,
impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e
induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las
fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este
modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión
de la vida y de la sociedad”. Renovarse o morir, que se dice.
Sin duda, ese diferente enfoque existencial inclusivo implica alianza, preocupación por el
análogo y responsabilidad común. Ahora bien, no será posible hallarlo si no nos escuchamos más
unos a otros, sin que suponga renuncia a los derechos humanos. Tampoco me gustan los estilos
de vida impuestos. Soy más de proponer, considerando que si la justicia existe, tiene que ser
para todos; nadie puede quedar exceptuado. Por tanto, ¡es hora de decir basta!, que una causa
bien amparada es una causa ecuánime. Dicho lo cual, activar una cultura que nos hermane se
convierte en una llamada global que debemos asumir con urgencia. No hay tiempo que perder. Si
en verdad nos preocupa la supervivencia de la familia humana, hay que llevar a efecto cuanto
antes el espíritu comprensivo de la acción, saliendo de nosotros mismos, y haciendo valer la
voz de los marginados y los indefensos, también los derechos de los pueblos indígenas de
Brasil que están bajo ataque permanente, por poner un ejemplo de tantos. Deberíamos saber que
nadie puede liderar nada por sí mismo, tampoco el género por si solo puede liderar nada, es en
su conjunto como la humanidad avanza hacia el estado de derecho, la justa gobernanza y la
rendición de cuentas. Al fin y al cabo, el bien de todos ha de consistir en que cada uno viva
al máximo la placidez que pueda, sin disminuir el bienestar de los demás. Puede ser una buena
receta para ese cambio de talante, pues no hay postura más egocéntrica que los propios ojos de
uno cuando miran su propio yo. Bien que lo siento, pero somos así.
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