Allá, allá lejos, hace muchos años, añazos, diría yo, me enamoré, pero que mal me supo, amor
nada correspondido, nada comprometido, amor que quería serlo por una noche, y yo, para eso, no
servía, no y no. Olvidarle me tocaba.
Lo voy a contar muy breve, escueto.
Me gustaba un chico cuatro años mayor que yo, que me veía simplemente como una diversión, pero
la cabezona de Errehiolí, que soy yo, insistió, hasta partirse los mismísimos cuernos contra
una gran pared de acero, la del desamor, la bofetada y la herida sangrante que propician los
hombres viciados de todos los tiempos, igual que existió siempre, dicen, las prostitutas...
Dolió lo suyo, entonces supe, que jamás lo volvería a hacer, no regresaría a su casa para
verle y no, oigan bien, nunca le volvería a ver delante mío, me había perdido para siempre ¿y
qué?, y yo, a él, porque así lo quiso él. Pues yo, aunque era cabezona, de las muy buenas,
también llegué a mi punto de comprensión y de poner marcha atrás.
Creí que no volvería a enamorarme, que nadie se fijaría en mí después de lo de Rheiphy, pero
sí que se fijaron varios, pero con tan repetida mala suerte que no me gustaban demasiado, no
para compartir con ellos el resto de mis días.
Yo siempre pensé “gustas si te gustan”, por ello no entendía que su amor fuese verdadero, algo
escondían igual que yo, era un “falso deseo” y no debía seguirles el juego, algo disimulaban
porque estaba claro que querían rehacer sus vidas y no tirarse de la sexta planta de un
edificio al verse solos. A la par, deseaban poder celebrar también el día de San Valentín con
una pareja al lado, una de las que como yo, nos íbamos quedando solas o para vestir los santos
de las muy santas iglesias parroquiales.
Como desaprovechan la vida los hombres que se casan por diferentes motivos, más no con aquella
“que les sacan la respiración y los dejan pensando toda la noche en sus formas femeninas y sus
hermosas palabras de amor”, palabras que el viento se llevará lejos si se ponen al lado de los
dólares de una segunda mujer también posible para ellos.
Con sus grandes soles no quieren unirse en santísimo matrimonio, porque la comida sería arroz
blanco con un vasito de agua y no caviar con cava, su casa sería de alquiler y no una gran
casa con 6000 metros cuadrados de jardín y setecientos en cada una de las tres plantas.
Lo comprendo también, desconozco si me lo han enseñado ellos o si lo llevaba también dentro de
mí, igualito todos somos parte del mismo pastel de chocolate tan singular, y yo cual
oportunista cabezona, solamente quería acomodarme la vida con aquel arquitecto famoso, Don
Rheiphy de Huartubil Valtí.
Paciencia, mis gatos me ayudarán a encontrarme a mí misma, a saber caminar derechito y a
permanecer tal cual estoy sino encuentro a mi hombre: celestial, verdadero, sincero, que me
valore, que me de la talla y que nos sintamos bien en la celebración de ese gran día de los
enamorados; no acordándonos de las relaciones ingratas, malhumoradas, que tan feas pero no
imborrables cicatrices dejaron sobre nuestra piel, no doliéndonos de un pasado terrible, en
que el cielo no se pudo tocar con un dedo ni con dos.
Y casi así, fue lo mejor que nos pasó. A ellos, los de la elección perfecta, que vivieron
chachipiruli y a nosotras que nos quedamos... felizmente solteras y sin “ellos”.
Aquel santo no fuera nada valiente, se fue con lo fácil y ahora le aplaudo mucho, le aplaudo
hasta dolerme las palmas de las manos, porque quizás yo, Errehiolí, hubiera hecho lo mismo.
No obstante, sigo siendo sencilla y breve, guardo la fe en el bolsillo de mi pantalón de
cuadros y creo que Dios me ayudará, porque es mi padre, porque es Dios y es “valiente”, de los
muy valientes, nada cobarde ni deficiente, ni maltratador ni orgulloso, es él quien enseña,
quien se enseña tal cual es cuando estas cosas suceden y quien… me ayudará, sin pensárselo
demasiado.
No iré a misa a rezar para que eso suceda, no me arrodillaré ante el altar de ningún santo,
pero en mi cabeza ellos están y siempre han estado, por eso aquella noche no pudo hacerme
suya, porque la balanza se inclinó hacia bien de los justos y de los que sufren en silencio y
supe guardarme y guardarle a él de disfrutarme y poder ponerse una medalla más.
Mis amigas dicen que he debido aprovechar mejor las oportunidades, pero el caso es que no me
hubiera sentido mejor ahora, sino mal, muy mal. Y la verdad, es que me siento bien y en San
Valentín celebro no haber cedido ante su deshonor que sería mi desvirtud en una edad tan
temprana, tan de boda para las chicas del sur, en la que deseaba tanto ser madre.
…Al hombre hay que tratarle como una escoba, barrer con ellas y luego ponerlas en una esquina,
sacudirlas por las ventanas a la vista de las curiosas vecinas que simplemente se afanan en
criticarte todos los días, lavarlas en agua caliente y finalmente dejarlas hasta el día
siguiente en el lavandero secándose a la luz del sol para que estén limpias nuevamente al día
siguiente, para poder barrer de nuevo con ellas una y otra vez.
Eso me decía mi hermana Gloriett…
Así debo hacerlo yo también, y todas las damas de bien, no cediendo ante los malos impulsos
que adquieren los señores en estos malos tiempos de crisis.
Ellos quieren hijos, dinero y una mujer con un buen sueldo, realización personal que por ahí
les viene y yo, no puedo más, no debo más, que comprenderlo. Aplaudirlo también, sonreír y
celebrar por todo lo alto, porque con todo se aprende, se pasa el rato y se divierte uno,
cúmulo incansable de fe, paz, amor y más amor, incluso para los que me hacen daño, y todo
porque dejan de interesarme.
Y esto que cuento brevemente, nada pesa sobre mi alma ya, sé que algún día celebraré el día de
San Valentín con un caballero valiente, decente, inteligente, que me quiera con todo lo que
soy, con mi madre dominante, mis mascotas, mis pequeñas enfermedades, mis noches de insomnio y
mi pequeño sobrepeso, que espero algún día dejar de tener.
Así de sencillo lo cuento, en este cuento no quiero liarme demasiado, es agua fresca del
manantial de Ollykantell, que todos comprenderán.
Sé que sí, que el amor de un valiente está por venir, porque me lo merezco, porque guardé mi
fe y no la derroché ni la he invertido en los deshonestos.
Mi futuro estará lleno de claveles blancos y frescas orquídeas, no cortadas, lucirán en un
parque hermoso y grande, me llenarán la vida y sacarán de las tinieblas, de este mundo de
injustos, interesados, desvergonzados, cobardes.
Allá está él y es agua clara y claro será nuestro amanecer en Khujilelt.
Allá le veo con sus ojos de cielo y su pelo rizo moviéndose como las olas del mar a causa del
fuerte viento, aquel que me empujará, sin yo saber, hacia él, porque es el hombre que Dios
guardaba para mí y que se refleja ciertamente en la palma de mi mano.
Mi madre se casó con un hombre mayor y fue feliz, él la quería, cuidaba y mimaba. Algo similar
era lo que yo buscaba para mí, pero mi vida no fue como la de ella, porque las historias no se
repiten siempre y somos diferentes.
Cuando era niña, el día de San Valentín había una gran cena y baile. Ellos se movían por toda
la sala moviendo sus esqueletos con sabor, energía, sonrisas, sus ojos estaban iluminados y yo
estaba como en una tímida nube, pensando en mi día de mañana, de casada. Quería ser igual a
ellos, estar bailando sin pensar que me veían los familiares, que podía tropezar, que me
felicitarían al final de la danza por lo bien que lo había hecho y lo mucho que había
disfrutado.
Mi tía se casó enamorada y así estuvo hasta el final, cuando se murió él, le cuidó de lo mejor
hasta su último aliento, que se fue con un tierno beso que ella le propició sobre sus labios…
Jamás pelearon, jamás se levantaron la voz, cooperaban el uno con el otro, eran mágicos y esa
unión me hacía más fuerte, más unida a ellos, me hacía pisar más firme el terreno infértil de
las tierras en que naciera y hablar con mayor seguridad sobre todos los temas.
Eran ellos los que me mantenían con ilusión, no sólo se la debía a mis padres, mis tíos
también celebraban su felicidad, porque la había, y me la hacían sentir fuerte, adentro, como
una bendición divina y única.
Sin embargo mi prima Juillitté vivió una peor situación, su matrimonio fue un recorrido lleno
de sinsabores, con una hija a cuestas se marchó con otro hombre lejos, muy lejos, pues él la
amenazara de muerte y tuvo miedo.
Afortunadamente ahora están separados, cada uno en un pueblo y no se hablan. Con su segundo
marido dice ser feliz, pero duermen en camitas separadas, no sé el motivo, no lo veo muy
normal, pero no pienso preguntarles nada.
Allá ellos que sigan su curso hasta donde les lleve el destino, su destino, aquel que nos
marca a fuego, que nos une y nos separa, tal vez…
Entiendo que lo suyo, son secretos de matrimonio, que buscan la comodidad durmiendo, o que dan
muchas vueltas en la cama y por eso se separan para bien dormir. Lo importante es que también
celebran el día de los enamorados, debe ser que aún hay fuego en su relación.
De todo hay en las familias, lo de Juillitté Dhurraé es el primer divorcio que conozco en la
mía. Yo no quiero lo mismo para mí, quiero una unión fuerte, que perdure, grata, inocente,
verdadera, celestial y en la que haya comprensión, bienestar y olvido del pasado, de Rheiphy,
Eilphujs, Vhidallí y otros de los que no he hablado porque quiero ser muy breve.
Rheiphy, Eilphujs Mhejew, Vhidallí Phuallé, no son hijos de un “Sol fuerte”, son cobardes, no
valientes, no les llegará el día de San Valentín a sus salones de casa, porque no saben que es
amar a pleno pulmón, a los cuatro vientos, con todas las fuerzas del corazón, sin importarles
nada, a toda costa, contra viento y marea, sin importarles el qué dirán.
De todas formas, felicidades a todos los enamorados, yo siempre lo he estado de uno u otro, es
grato, es divertido, me gusta.
Se puede llegar a olvidar y lo siempre bueno es esperar que los amigos de las nubes se
acuerden de ti y que algún día, con una maravillosa luz mágica, la unión entre dos seres sea
posible, sencilla, no breve, como lo que cuento, sino eterna y de novela, sin mentiras ni
robos ni desafíos que no llevan a ninguna parte, ni comparaciones ni dudas.
Mi mensaje es de esperanza para todos, porque sé que se puede tener, que hay muchos hombres,
que se aprende por el camino y lo aprendido no debe olvidarse, que somos hijos de Dios y que
nos ayudará ya que San Valentín desea que todos, en especial aquellos que tuvimos difícil una
relación estable, celebremos en su día nuestros dulces instantes de amor, gloria y felicidad.
Un día no muy lejano, con lo sabido seremos “solares”, quizás por serlo hemos tenido estas
conductas que otros no comprenderán jamás, de la que otros se reirán y no adoptarán, pena,
porque no saben que sólo a “los hijos del sol”, les está guardada la verdadera felicidad.
Breve y sencilla esta historia, que nadie se canse de leerla ni deje huella en nadie, no la he
escrito para eso.
Que nadie se burle de ella tampoco porque le haya ido muy bien, porque le falta una “parte
dos”, y que no la critiquen porque fue vivida desde la perspectiva de una mujer de fe, que
deseó celebrar por todo lo alto el día de su amor.
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