
He seguido la trayectoria del poeta manchego Francisco Mena (Ciudad Real, 1934), afincado en
Sevilla desde los primeros años 70, así como su relación con Ángaro, la sevillana colección de
títulos poéticos iniciada en 1969.
Desde Aún no ha llegado ayer (1972) hasta esta entrega que ahora comento, una veintena de
libros de poesía jalona su legado literario, aparte de sus colaboraciones en revistas
poéticas, por ejemplo, recuerdo ahora la revista sevillana CAL (1974-1979), dirigida por el
poeta Joaquín Márquez.
La poesía de Francisco Mena se ha caracterizado siempre por su ahondamiento en las vivencias
esenciales del hombre. Esta preocupación humanista canalizada por las acequias de las formas
clásicas mitigadas, independientemente del soneto, ha definido su andadura por el mundo de las
musas.
Este libro que nos ocupa ahora, Página perdida, es un poemario en que se combinan la forma
cerrada y rigurosa del soneto con las formas abiertas de los poemas, podríamos decir, silvas
blancas de endecasílabos y heptasílabos. Está compuesto de dos partes con un total de
veintinueve poemas.
Hemos dicho arriba que Francisco Mena es poeta de esencialidades. La anécdota es para él un
medio no un fin; un medio para ahondar en el tema que lo lleva a cargar su verso más de
matices reflexivos -sin olvidar el lirismo fluyente de poeta auténtico- que de colorismos
descriptivos.
Veamos un ejemplo del poema “Bajo un árbol”, sencillo y breve pero que corrobora los
comentarios de esta reseña:
“No es tomar posesión del tiempo/sentarse bajo un árbol / y auscultar el rumor de la flor o / el
latido del día desandando sentidos :/ Es comprobar que continúas / mantenimiento la vida a
nuestro lado, / esculpiendo el paso de las horas / y esta vida del pájaro y la flor, / como si no
acabara nunca / la creación del mundo”.
La poesía del poeta manchego sigue la misma línea que iniciara, fiel siempre a su estilo sin
abarrocamientos sino con el anhelo y el placer de la palabra precisa para las ideas más
sinceras siempre mirando desde la cofa de su experiencia humana un horizonte donde la fe da
unas señales de esperanza, porque es necesario decirlo, Francisco Mena es un poeta que nunca
deja de mirar a lo trascendente debajo de un árbol, oyendo una campana en el anochecer,
cantando la creación, sintiendo la herida de un paisaje, oyendo la voz del viento, en un día
de tormenta, viendo los giros de una mariposa, buscando a Dios en una noche oscura recordando
con ello la de Juan de Yepes, y es que en la cita de Raimundo Sabunde que precede al libro
hayamos la clave de su contenido: la naturaleza franciscana para hallar a Dios como una
escritura amable y a la vez orientadora del sentido de la vida, porque es lectura que nunca
será una página perdida, aunque los tiempos actuales se esfuercen en emborronarla con la
estridencia de la vida publicitaria que hoy nos soborna y nos embriaga a espaldas de la
contemplación, para la que este libro de poemas podría ser una guía lírica recomendada.