OBSTINACIÓN
Todo el mundo quería a Pablo. Era la razón por la cual nadie le impedía una y otra vez ir en
pos de su sueño. Cuando se paró en el borde de la azotea y se lanzó al vacío desde la altura
de veinte pisos; nos aterramos. Sin embargo, luego de la segunda, tercera y cuarta vez,
dejamos de inquietarnos y nos dedicamos a nuestros problemas. Aunque su idea era la de
terminar con su vida, no corría peligro alguno: nadie creía que pudiera volar.
No obstante, tras la última caída quedó tan raso y fundido en el asfalto, que no pudimos
despegarlo, ni siquiera después de romper el pavimento. Poco después, nos asustamos a coro al
observarlo subir nuevamente, ahora reptando por los cristales. Algunos procuraron disuadirlo
de aquella locura, pero estaba decidido a continuar. La mayoría ni siquiera aspiró a tanto: lo
vimos tan plano que creímos posible que, por pura fuerza de voluntad, terquedad –o ingravidez,
no se sabe-, en el próximo intento lograría volar: por primera vez, correría peligro de morir.
* * * * *
Preferidos por el pueblo
Nunca se sentía tan libre y feliz como cuando era llevada a la plaza. El pueblo vitoreaba y
clamaba y ella, como siempre, les respondía. Se hacía limpiar hasta quedar reluciente. Luego
vendría la soga para elevarla. Era posible que ella fallara, pero no temía. La altura prometía
una caída vertiginosa y mortal. Eso le gustó, no era su primera vez. El vocerío se incrementó
cuando la vieron allá arriba. Sabían que iba a caer en cualquier momento, pero eso no era
importante, solo querían sentir la sangre brotar. El momento llegó. La soltaron. El pueblo
calló su grito. Mucha tensión. El aire silbó a sus costados. Cortó el viento, la carne. El
hueso. Solo cuando la cabeza rodó, embarrada de sangre, aplaudieron y clamaron su nombre de
nuevo.
* * * * *
Till after forever
La descubrió leyendo bajo un árbol junto al lago, al otro extremo del hilo rojo que atrapaba
su dedo. No pudo quitarle la vista. Reacción totalmente diferente a la que había pensado tener
al descubrir el fin del inquebrantable cordel. Ella pasó la página y levantó los ojos. Lo vio.
Ambos sintieron la sacudida en sus meñiques y vieron como las cadenas de sus almas se
fundieron en una sola. No mediaron palabras. Solo un abrazo. Un beso como en un sueño eterno.
Solo la magia. El destino. El libro fue al suelo debido al tirón del hilo irrompible que unía
a la pareja. Despertaron del beso; a su lado estaban dos jóvenes, dos niños, con idénticos
hilos carmesíes que flotaban en el viento hasta perderse en el horizonte, que se agarraban a
sus piernas, les devolvía el libro.
Desde el lago, como en un espejo, el reflejo de dos ancianos, tan enamorados, como dos jóvenes
bajo un árbol.
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