—Dime, Carlitos, ¿pudiste ganarles? —le preguntó Ian, luego que la mamá de su amigo lo pusiera
en el corral a su lado y comenzara a hablar con la suya. Le encantaba escuchar de las
historias de su vecino.
—Claro que sí… aunque mi mamá lo sabe y se molestó. Del grito que dio, me llevé tal susto que
comencé a llorar.
—¿Lloraste? —preguntó extrañado ante tal muestra de debilidad.
—Sí. Me asusté. No pude evitarlo. Pero prometo que fue por el susto, no por otra cosa —se
justificó con rapidez—. Y mami se enfadó. Creo que no comprende bien lo que pasó. No consigo
hacer que me entienda.
—Sigue molesta todavía. Mírala junto a mi mami…
—Ay, Esperanza, qué susto pasé —le dijo la mamá de Carlos a su amiga—. Gracias por dejarme
guardar la leche de Carlitos aquí. Nos hemos quedado sin luz en la casa. Mi marido está viendo
si puede restablecerla, pero creo que es para largo.
—Claro que sí, mi amiga, siempre que quieras. Sabes que estaremos aquí para lo que quieras
—respondió Esperanza y cerró el refrigerador luego de guardar el pomo de leche—. Entonces,
¿Carlitos volvió a hacer lo de antes? Pensé que había perdido esa costumbre. Mira que eso es
peligroso…
—Más peligroso era dejar a esas criaturas vivir ahí —le dijo Carlitos a Ian, con su
acostumbrado tono de contar historias.
—¿Y cómo lo hiciste, Carlitos? ¿Pudiste hacerlas salir de la pared? La última vez que hablamos
me dijiste que tu mamá las había encerrado dentro.
—Sí. Luego de esa vez que me vio combatir con ellas, creo que decidió encerrarlas para que
murieran de hambre. Pero yo las sentía correr por las paredes. Hasta que vi la entrada de una
cueva dentro de mi cuarto, escondida detrás de mi cuna (mi mamá no debió encontrarla). Cada
vez que intentaba atraparlas me golpeaban con fuerza. Al inicio me dolió mucho y terminaba
llorando. Pero como en los animados de la tv, con cada combate que tuvimos, lo sufrí menos.
Hasta le cogí el gusto a luchar con esas terribles bestias…
—Sí. Recuerdo que juraste acabarlas con tus propias manos —lo interrumpió Ian repitiendo el
gesto de Carlitos al cerrar los puños. Estaba atrapado con la historia, impaciente— ¿Y fue así
como las derrotaste?
—No exactamente. Te explicaré…
—Dímelo si es peligroso —contestó Gretel—. Nos conseguimos los protectores, ¿recuerdas que te
lo comenté? —su amiga asintió—, y los instalamos en toda la casa. Al menos eso creí. Varias
veces sorprendí a Carlitos tratando de zafarlos para acabar con ellos. Lo consiguió en varias
ocasiones. Cada vez que uno caía en su poder… se perdía al instante.
—Ian es igual. Le encanta hacer lo mismo.
—Así es. Hasta que encontramos unos que no podía quitar y con eso creímos haber liquidado el
asunto…
—Tiempo atrás mi mamá creyó poder exterminarlos —prosiguió Carlitos su historia—. Y casi lo
consigue. Al menos eso pensamos, pero al parecer solo las hirió. Lo hizo con el artefacto
aquel que las mantenía dentro de las paredes. Tras un tiempo combatiendo, intentando
inútilmente extraer a las bestias de la pared con mis manos, decidí investigar aquel artilugio
que utilizó mi mamá…
—Qué inteligente apoyarte en ella, Carlitos. Los mayores siempre saben más de esas cosas. ¿Y
entonces? ¿Qué era eso?
—Pues un mecanismo con dos cuchillas sin filo. Al parecer lo habían perdido luego de muchas
batallas con las criaturas de la pared. Decidí ver cómo funcionaba. Intenté preguntarle a mi
mamá y ella no me entendió o no quiso explicarme, pues se enfadó y volvió a ponerlo en la
pared.
—¿Le diste filo y las usaste entonces?
—No. Primero las abrí para ver cómo eran por dentro.
—Genial, a mí me encanta abrir cosas también.
—A todos nos gusta. De esa manera me di cuenta que el problema era el tamaño y filo de las
cuchillas que se usaron…
—Nunca me di cuenta que había uno sin tapar detrás de la cuna…
—Fui a la sala y tomé las tijeras de mi mamá…
—Cuando noté la ausencia de las tijeras fui corriendo hasta el cuarto y lo vi… pero no me dio
tiempo…
—Ella llegó justo para ver cómo terminaba con esos monstruos de una vez y por todas…
—… tenía las tijeras en la mano…
—…agarré las tijeras y cuando asomaron por la entrada de la cueva…
—… la metió de un golpe y causó un corte que nos dejó sin luz…
—… acabé con ellas de una vez y por todas.
—Ay, Gretel, qué peligro. Por suerte no le pasó nada. ¿Le dolió mucho?
—… fue doloroso, lo confieso. Pero juro que lloré solo por el grito de mi mamá. Me miraba como
si hubiera hecho algo malo.
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